viernes. 29.03.2024

Malos tiempos para los desertores: el caso del sargento Glass

En los años 60, las historias de los veteranos que llegaban de Vietnam ayudaron a cambiar el rumbo de la política estadounidense y propiciaron, junto al evidente fracaso militar, el final de la guerra. Quizá ahora, en 2008, la peripecias personales de los muchos “veteranos” desertores de Irak ayuden en algo, junto al cambio político que se avecina, a remediar el desastre que está suponiendo la ocupación de aquel país.
En los años 60, las historias de los veteranos que llegaban de Vietnam ayudaron a cambiar el rumbo de la política estadounidense y propiciaron, junto al evidente fracaso militar, el final de la guerra. Quizá ahora, en 2008, la peripecias personales de los muchos “veteranos” desertores de Irak ayuden en algo, junto al cambio político que se avecina, a remediar el desastre que está suponiendo la ocupación de aquel país. Han pasado ya cinco años desde la invasión y ni el mundo se ha vuelto más seguro, sino todo lo contrario, ni en Irak se atisba el menor indicio de “normalidad”.

El pasado 3 de junio, la Cámara de los Comunes canadiense aprobó una moción pidiendo al gobierno que ponga en marcha un programa de residencia permanente para objetores que hayan desertado del ejército estadounidense por negarse a “participar en una guerra no autorizada por las Naciones Unidas”. De momento, a efectos oficiales, esa moción solo tiene carácter de recomendación y no es seguro que el gobierno canadiense se avenga, por lo menos, a considerarla. El paso administrativo ya cumplido forma parte de una campaña de mucha más envergadura, de apoyo a los soldados desertores, que el Partido Liberal quiere convertir en ley y que apoyan el Nuevo Partido Democrático, Amnistía Internacional y la organización War Resisters. Dar este primer paso era una urgencia para intentar encontrar solución al problema del guardia nacional Corey Glass, un sargento de 25 años refugiado en Toronto desde 2006 después de haber servido en la guerra de Irak.

Cuando Glass le dijo a su comandante que no quería continuar en la guerra, le envió a pasar quince días de vacaciones a su casa de Illinois. Nunca regresó al frente: “Lo que vi en Irak me convenció de que esa guerra es ilegal e inmoral. En buena conciencia no podía seguir tomando parte en ella. Prefería ser un delincuente en fuga que un criminal en la guerra”. El caso de Corey Glass se vio en mayo en los tribunales canadienses, que dictaron una orden de expulsión � la primera en un caso de desertores-que lleva la fecha del próximo 10 de julio. Ese día, si las cosas siguen como hasta ahora, a Corey Glass le detendrá la policía y le pondrá al otro lado de la frontera, donde lo que le espera no es ciertamente agradable: tribunal militar y vaya usted a saber cuanto tiempo de cárcel. Incluso, poniéndonos en lo peor, podrían pedirle la pena de muerte. De momento vive en un pido que comparte con otros objetores, con las cosas metidas en cajas por si tiene que escapar de repente. Pero el caso del sargento Glass no es el único. Hasta 200 desertores tiene registrados en Toronto la organización War Resisters, fundada en Holanda en 1921 por un objetor de la Gran Guerra, que diez años más tarde adoptó el famosísimo fusil partido por la mitad como emblema y que, a lo largo de todo el siglo XX ha prestado ayuda a desertores de la guerra de España, la Segunda Guerra Mundial, Vietnam, los Balcanes� 200 desertores al menos desde que, en 2004, cruzó la frontera el primero de ellos, Jeremy Hinzman.

Pero esta de Canadá es una historia que viene de lejos. Entre 1965 y 1973, entre 50.000 y 80.000 ciudadanos de Estados Unidos (cifras oficiales) llegaron allí negándose a participar en la guerra inmoral de Vietnam. Entonces Canadá era un país idealista y el Primer Ministro de la época, Pierre Trudeau, se manifestó al respecto sin ninguna consideración diplomática o de vecindad: “Quienes, por razones de conciencia, deciden no participar en esta guerra, tienen toda mi simpatía y, de hecho, nuestra política ha consistido en facilitarles el acceso a Canadá. Canadá debe ser un refugio frente al militarismo”.

Treinta años después, Canadá se encuentra ante el mismo dilema: dar refugio a quienes se niegan a ser cómplices de la guerra emprendida por Estados Unidos contra Irak que, según la opinión de mucha gente, de distintos países y colores políticos, es un acto ilegal en lo que concierne al derecho internacional. Pero ahora Canadá ya no es un refugio frente al militarismo y el conservador Stephen Harper ha dado su apoyo incondicional a las invasiones de Afganistán e Irak, e incluso el visto bueno a los encarcelamientos de Guantánamo.

Aunque el gobierno canadiense ya ha dicho que piensa cumplir la sentencia -en palabras de su Ministra de Emigración, Diane Finley: “Corey Glass se enroló voluntario en el ejército y Canadá no tiene por qué resolver sus problemas”-, lo cierto es que es el caso ha generado un amplio movimiento de solidaridad ciudadana en un pueblo que ya se pronunció en su día mayoritariamente en contra de la guerra de Bush en Irak, y que para el 3 de julio tiene convocada una marcha de apoyo al sargento estadounidense. Podría ocurrir, incluso, que la orden de deportación del sargento Glass se aplazara sine die; al menos es lo que piensan quienes, como Jack Layton, han impulsado desde el NPD la moción en la Cámara de los Comunes. Consideran que , si bien la moción aprobada solo tiene carácter de recomendación, lo que también incluye es una conminación moral para el gobierno.
br> La objeción de conciencia no es un capricho, sino un importante principio del derecho internacional. Entre los que el Tribunal de Nuremberg fijó después de la Segunda Guerra Mundial figura que los soldados tienen el deber moral, y no simplemente la posibilidad, de negarse a ejecutar órdenes inmorales. Y es una obligación moral de los Estados democráticos dar asilo político, o al menos estatuto de refugiado, a quienes llegan escapando de la obligación de ejecutar esas órdenes. Este tipo de comportamiento ético, que parecía tan claro durante los años de la guerra fría, es una de las cosas que se han perdido en el camino de un milenio a otro.

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