jueves. 28.03.2024

Madrid: Plaza de los delfines

Los delfines son animales que se caracterizan por seguir la estela que dejan al pasar embarcaciones tripuladas por hombres o rastros hollados por otros animales en su deambular por mares y océanos. Esta característica del mamífero marino se ha convertido en epítome de toda actitud seguidista o emuladora de la actividad iniciada por otros.

Los delfines son animales que se caracterizan por seguir la estela que dejan al pasar embarcaciones tripuladas por hombres o rastros hollados por otros animales en su deambular por mares y océanos.

Esta característica del mamífero marino se ha convertido en epítome de toda actitud seguidista o emuladora de la actividad iniciada por otros. El delfín, además del simpático pez saltarín, es el nombre que se da a quienes están destinados a sustituir por designación directa, y por tanto por seguidismo, a otros que desaparecen. En esta acepción el delfín es quien va a suceder o sucede súbitamente a otra persona.

Ahora entenderá el lector el encabezado de esta columna, Madrid plaza de los delfines no es un nota para quedar y celebrar alguno de los pocos, aunque merecidos éxitos del Estudiantes, club de baloncesto cuyos seguidores suelen concentrarse en la Plaza de los Delfines para jalear y proclamar el espíritu rebelde del club y de sus fans, sino una reflexión o llamada de atención sobre el hecho de que Madrid se halle en este momento administrada por delfines y eso se hace notar.

Y mucho, porque el delfín en su afán seguidista se mueve y actúa tan solo guiado por una pulsión animal que le anima a perseguir el rastro dejado por el otro. El otro sabía donde iba aunque hubiere errado el camino, pero el delfín ni siquiera eso, no sabe donde va, de modo que su camino es siempre un error de principios y desde el principio.

Madrid, capital y comunidad se hallan gobernadas por dos delfines que, si bien comparten con sus antecesores señas de identidad como sustitutos naturales (léase legales), carecen de toda legitimidad e incluso de la oportunidad que sus mayores parecían disponer, algo que les había servido para auparse a esas posiciones. Desde luego que los anteriores alcalde y presidenta iniciaron un recorrido demencial en pos del desbaratamiento del sector publico por y para mejorar la situación de un grupo de empresarios amigos y benefactores del mundo ideológico que ellos han elegido. Pero sus sustitutos, sus delfines, han aumentado la velocidad de crucero de su delirante correr sin saber siquiera a quien o a qué favorece el comportamiento de su instinto animal imitador.

Esperanza quería ser Margaret Thatcher y Gallardón soñaba ser Napoleón, ridículo si, pero situados a suficiente distancia en el tiempo, la pueril ensoñación de ambos se disimulaba en una actitud de recuperación de valores que ya se podían enarbolar como probados por la historia y resistentes al paso del tiempo. Patético si de nuevo, pero hasta cierto punto humano ¿Quién no ha sufrido devaneos con convertirse en uno de sus héroes, mito o hermano mayor? Humano como decimos, demasiado humano quizás en la versión nietzscheana

De hecho el presidente del gobierno se encuentra en una tesitura similar, en cuanto al seguidismo digo. No le ha hecho falta siquiera que el directorio económico de Europa le imponga condiciones para rescatar a España, él ya de por si se ha lanzado a ello, interpretando claramente lo que desean la señora Merkel y el ministro Schaüble antes siquiera de que tengan que manifestarlo. Eso si es un delfín, el tercero que habita Madrid, que ha visto la estela y ha tomado velocidad hasta dar alcance a quien surca los mares de la austeridad. Eso es un delfinato digno, lo de Botella y Gonzalez no es si no triste secuela, pálida interpretación propia de mimos sin palabra y llenos de gestos grotescos hasta el punto de rivalizar en quien es más (in) digno sucesor.

Los tres tenores de Madrid gritando locamente para que se les vea, se les advierta, se les reconozca más si es posible que a sus precursores, para compensar su falta de originalidad, de arranque, de honestidad, de dignidad al fin. Lo único que parecen aceptar es que deben seguir la estela y superar si es posible el trazado de la misma, ¿para qué, con qué sentido? Soy un delfín, cumplo mi cometido, dame mi sardina.

Madrid: Plaza de los delfines