viernes. 19.04.2024

Los riesgos de la presidencia europea

NUEVATRIBUNA.ES - 5.1.2009La presidencia semestral de la Unión Europea, hasta ahora, no estribaba tanto en una operación de imagen del partido gobernante en cada país sino del propio país comunitario que ejercía dicho turno en tal cargo. A partir de ahora, en virtud del Tratado de Lisboa y por primera vez en la historia comunitaria, España tendrá que cohabitar durante el semestre que le toca con el presidente formal de la Unión.
NUEVATRIBUNA.ES - 5.1.2009

La presidencia semestral de la Unión Europea, hasta ahora, no estribaba tanto en una operación de imagen del partido gobernante en cada país sino del propio país comunitario que ejercía dicho turno en tal cargo. A partir de ahora, en virtud del Tratado de Lisboa y por primera vez en la historia comunitaria, España tendrá que cohabitar durante el semestre que le toca con el presidente formal de la Unión. Y, también, con un parlamento europeo con mayor poder decisorio que podrá frenar las directivas y decisiones que emanen de la Comisión. Así que tampoco parece que vaya a haber demasiado tiempo para el lucimiento.

Ni demasiado tiempo para nada: por más que desde la bancada conservadora se acuse de nuevo al presidente José Luis Rodríguez Zapatero, de recurrir a la improvisación cuando ha sacado de la chistera su foto con Jacques Delors, Felipe González y Pedro Solbes, como un remake de D’Artagnan y los Tres Mosqueteros contra la Crisis. Lo cierto es que los distintos ministerios españoles llevan meses preparando el periodo que ahora se abre, intentando muñir acuerdos que le den cierta lumbre a esta etapa. Y ese es uno de los principales riesgos de la presidencia española: en Europa y en España. La agenda de los ministros y de sus principales asesores es tan apretada, se multiplican tantas las citas y los compromisos que quizá terminemos preguntándonos, como en la vieja fábula, si tantas vueltas y revueltas comunitarias serán de alguna utilidad. Sobre todo cuando en casa las cosas están que arden, ya rozando los cuatro millones de parados, una cifra emblemática que llevan meses anticipando los agoreros profesionales.

No es mérito de España presidir la Unión Europea: le ha vuelto a llegar, sencillamente, su puesto en la cola y tiene la obligación, la responsabilidad y el orgullo de asumirlo. Como ahora hace el PSOE, igual hizo el Partido Popular cuando le tocó hacerlo a comienzos de siglo: ¿qué imagen brindó España al resto de los socios entonces? El de una cierta eficacia en la tramitación de los asuntos y una discreta vistosidad en los eventos. Para muchos, sin embargo, los peores efectos de aquella presidencia tuvieron que ver con la expulsión del país de doscientos inmigrantes que reclamaban papeles durante un encierro coincidente con la cumbre de Sevilla.

Casi todos estamos convencidos de que el Gobierno socialista, en esta ocasión, cumplirá adecuadamente con el papel que le toca. Y esperemos que lo haga con el esfuerzo estrictamente necesario, sin sobreactuar, porque sus mayores energías tendrá que reservarlas para la liga nacional y no para la copa de la Uefa. Pero es verdad que, ya desde hace mucho tiempo y máxime a partir de la aplicación del nuevo Tratado, muchas cuestiones de régimen interior de España van a jugarse en Europa. En el horizonte inmediato, de hecho, aparece la sombra amenazadora de la desaparición de determinados fondos que nos sirvieron de muleta para alcanzar la convergencia económica con los países más próximos del continente, cuando recién salíamos de la transición, de la plusmarca inflacionista y casi de las alpargatas y el 600. Ese será un reto que sumar al de buscar una nueva forma de negocio para el naufragio de la principal industria española, que venía siendo la construcción. Pero también constituirá una oportunidad en la que no sólo la clase política sino la sociedad emprendedora de este país tendrá que mojarse siguiendo tal vez mejores ejemplos que el de empresarios como Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE.

Otro riesgo de la presidencia europea es el de gobernar una nave cuyas velas políticas no están debidamente infladas. Al fracasar el intento de otorgarnos una Constitución, Europa sigue siendo en gran medida un formidable mercado sin perfil político claro. El Tratado de Lisboa es un tochazo lleno de contradicciones y paradojas, que debe entusiasmar a los catedráticos de Derecho, pero que nos aburre soberanamente a la ciudadanía. Hoy por hoy, somos incapaces de ser lo que tendríamos que ser: una Europa política, unida en torno a su potencial económico, pero también en torno a sus identidades diversas, a su caudal creativo, a su riqueza de matices entre cada territorio y entre cada acento, y en base a la fuerza de sus pueblos, que fueron capaces de sobrevivir a la peor guerra de la historia y construir lo que más se sigue pareciendo a un oasis de libertad y de garantías sociales a escala mundial.

El peor riesgo que corre esta presidencia y las que vengan luego es que la Europa que soñábamos se está convirtiendo, paso a paso, en una desagradable pesadilla de la que tendríamos que despertarnos para empezar a soñar de nuevo.

Juan José Téllez es escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.

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