viernes. 19.04.2024

Los límites de la irracionalidad (I): Hipocresía y perversión

Escribir sobre la actual situación socioeconómica mundial, y sobre la errática trayectoria a través de la cual hemos llegado hasta aquí, daría de sí para un extenso volumen.

Escribir sobre la actual situación socioeconómica mundial, y sobre la errática trayectoria a través de la cual hemos llegado hasta aquí, daría de sí para un extenso volumen. En su lugar, intentaremos glosar en algunos artículos los aspectos más destacados de esto que consideramos los límites de la irracionalidad, en la confianza de que, de verdad, la sinrazón no pueda ir más allá de los extremos en los que ahora se encuentra. Aquellos que ejercen el poder, acompañados de todos los instrumentos que manejan, han creado un mundo tan fuera de la razón que se les vuelve en contra, incluso, a ellos mismos.

Decimos que, en estas sociedades, nos encontramos en los límites de la irracionalidad, fundamentalmente, porque: se ha conseguido anular por completo el pensamiento, como fase final del pensamiento único; la enajenación es tan extensa y tan intensa que se ha destruido por completo la conciencia social e, incluso, la individual; los artífices de este sistema han destruido todos los valores que en otros tiempos estaban vigentes; esos valores han sido sustituidos por contravalores que nos devuelven a la caverna; nos han hecho insensibles ante la injusticia y la desigualdad; se ha conseguido el control de los sentimientos y de las emociones a través de los medios de comunicación y el adiestramiento escolar; se ha alcanzado, en suma, un grado extremo de maleabilidad de hombres y de mujeres, abandonados a la suerte del más hábil, del más mentiroso, del más sinvergüenza. Fruto, y a la vez causa de todo ello, es ese desmedido afán de enriquecimiento y ese irracional deseo de querer tener cada vez más y más en torno a una espiral de locura que conduce a ese insaciable empeño por acumular riqueza personal, sin sentido, en un mundo en el que las diferencias entre unas zonas y otras del planeta, entre unas y otras personas que lo pueblan, son tan abrumadoramente constatables.

A diario, todos los medios de comunicación dedican un espacio importante a la situación económica, dando noticias y datos que la mayor parte de los mortales no entiende, pero con ello consiguen el fin que se persigue: agobiar a la mayoría a través de un mensaje residual según el cual, nada está seguro, no se sabe que puede ocurrir mañana, debes ocúpate sólo de lo poco o mucho que tengas, no has de preocuparte por los demás. Los modernos pregoneros son gentes ignorantes que no entienden ni procesan lo que les dan escrito en un papel, o en las pantallas que tienen enfrente, a lo que llaman teleprompter. Los mercados, la prima de riesgo, los movimientos bursátiles, la deuda pública y las agencias de rating están presentes, de manera reiterativa, en cualquier noticiero de cualquier cadena de radio o TV, así como en todas esas estúpidas tertulias en las que tanto escasea la materia gris. Sin embargo, poco se dice, por ejemplo, de quiénes especulan en los mercados, de cuáles son sus interesados fines, de los paraísos fiscales y del papel que juegan en todo este sucio mercadeo, de los vericuetos que sigue el dinero de los pequeños ahorradores y de los riesgos que corre en todo esa trayectoria que intencionadamente se les oculta.

La hipocresía es hija de esa sinrazón que se ha instalado definitivamente en la sociedad, y, como tal, es practicada sin temor porque es asumida tanto por aquellos malvados que tienen tanto interés en mentir, como por los resignados y sufridos oyentes que un día tras otro tienen que soportar el engaño intencionado y la absurda información de los medios. Se intenta justificar, por ejemplo, los movimientos de la bolsa de valores en función de ciertas variables económicas, cuando, en realidad, es un mercado netamente especulativo con dinámica propia en el que los fuertes juegan a ganar a lo largo de una simple jornada. Este exponente del sistema capitalista sería más creíble si los movimientos estuvieran en función de la marcha de las empresas cotizadas. En consecuencia, los especuladores se burlan de los ciudadanos y ciudadanas utilizando a los medios como amplificadores y voceros de sus fechorías.

El colmo de esta sinrazón, en la que también cabe la más flagrante contradicción, la encontramos ahora en el tratamiento de la deuda pública de algunos países de la zona euro, es decir, en el negocio de los especuladores que juegan con la vida de la clase trabajadora de determinados Estados del sur de Europa. Lo que está pasando ahora, en estos últimos años, raya en la más irritante y perversa actuación llevada cabo por una panda de descerebrados, a los que los políticos les sirven de comparsa.

Veamos, por una parte, la burocracia de la UE, al servicio de los que manejan grandes cantidades de dinero, demandan la reducción de la deuda pública de los países miembros, haciendo especial hincapié en Grecia, Irlanda, Portugal y España, cuando, dicho sea de paso, Francia, Alemania y, aunque con su propia divisa, El Reino Unido, tienen una deuda mayor que los citados países del sur. Sin embargo, es actualmente la deuda pública el principal negocio del capital, es en la compra de deuda de determinados países donde ahora se están obteniendo los mayores beneficios. En esa clásica división entre países ricos y países menos ricos, lo que cuestiona la verdadera unidad de Europa, son, fundamentalmente, los países del sur los que están en el punto de mira de la especulación. Ante esa consolidada diferencia respecto a los que son económicamente más potentes, sólo queda crear la duda y la desconfianza sobre las finanzas públicas de estos otros países menos ricos, aunque potencialmente solventes. El objetivo es asfixiarles para que los intereses que tengan que pagar sean lo más elevados posibles y, así, obtener la máxima ganancia.

Ante la actual situación, surgen algunas preguntas que, como el lector podrá comprobar, tienen un carácter puramente retórico. ¿Por qué no hacen lo mismo con Estados de la UE más depauperados, como por ejemplo: Estonia, Eslovenia, Eslovaquia, Malta o Chipre?. ¿No será porque estos países, aunque su deuda es menor, si que tendrían verdaderos problemas para devolver el préstamo?, ¿no será que de ellos no es posible obtener las ganancias que obtienen en estos otros del sur de Europa?

Los límites de la irracionalidad (I): Hipocresía y perversión
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