viernes. 29.03.2024

Los curas

NUEVATRIBUNA.ES - 11.12.2009Dice el aforismo que la religión es el opio de los pueblos. Se le atribuye a Marx. Fuera quien fuera, resulta benevolente. Las religiones tienen algo de común: priman la creencia sobre la ciencia, el creer sobre el pensar, la venganza sobre la justicia, el poder sobre la ética, la doble moral sobre los principios.
NUEVATRIBUNA.ES - 11.12.2009

Dice el aforismo que la religión es el opio de los pueblos. Se le atribuye a Marx. Fuera quien fuera, resulta benevolente. Las religiones tienen algo de común: priman la creencia sobre la ciencia, el creer sobre el pensar, la venganza sobre la justicia, el poder sobre la ética, la doble moral sobre los principios. Tanto Italia, como España, italianos y españoles, hemos tenido mala suerte en el reparto de la lotería del cristiano-catolicismo. Fue San Pablo quien hizo de la historia o historieta de un esenio de Judea que se creyó el Mesías -anunciado por las profecías- una religión, es decir, una estructura de creencias. Constantino, emperador romano, le prestó el imperio en el 313 y Teodosio la hizo oficial en el 380, en contra de la tradición romana. Se quedó en Italia y anidó en España con Recaredo en el III Concilio de Toledo (589). Y ahí comenzó la desgracia para nuestro país. Tuvimos Siglo de Oro, principalmente en las letras y en las artes, pero no renacimiento científico. Italia le fue mejor hasta Galileo y Giordano Bruno, con los primeros científicos, matemáticos, fisiólogos, juristas, con Tartaglia, Cardano, Vesalio, Torricelli. Parecía que España estaba destinada a suceder a Italia en esto, como en las artes (1). No fue así. Los curas, es decir, la Inquisición, importada de Francia en la lucha del papado contra los albigenses a comienzos del siglo XIII, anidó en España por mor de los Católicos Reyes, y se acabó la ciencia en esta piel de toro. A Giordano Bruno lo quemaron en la hoguera. Luego Trento (1545)-1563) y la Inquisición, que ¡hasta 1834!, con el ministro Mendizábal, no acabó oficialmente. Aquí no surgió ningún Galileo, ningún Kepler, nada de un Newton o un Leibniz., y no por falta de talentos. Ya se habían apoderado del bachillerato medieval, de muchas de las cátedras en las Universidades -Cisneros y cia.- y así, hasta ahora mismo con la concertada. Felipe II fue el colaborar necesario con la prohibición en 1557 de salir a los estudiantes a otras universidades europeas no fueran que se contaminaran... intelectualmente. Ni la ley Moyano (1857), ni las múltiples constituciones, muchas de las cuales proclamaban la laicidad del Estado, pudieron con ella o con ellos. La II República luchó por ello, pero acabaron con ella, con el apoyo mayoritario de los curas, de la jerarquía.

Yo fui a un colegio de curas, como una gran mayoría de los que hemos pasado los 50, pero mis sobrinos han ido también a colegios de curas y monjas, desde donde se organizan las manifestaciones contra los tímidos avances en la enseñanza. Da igual la edad, aún los tenemos ahí, en la enseñanza secundaria. No se contentan con los púlpitos, quieren también las cátedras, además del poder secular, del brazo armado del Estado. Te hablan de la fe, pero por si acaso eso falla, te amenazan con la ex-comunión y las penas del Infierno, así, con mayúscula. Y si esto no es suficiente, con el castigo corporal, físico. Ahí tenemos al Sr. Bono, presidente de la máxima cámara depositaria de la soberanía popular atribulándose contra la jerarquía por su catolicismo. A mí me parece que ser católico y presidente de algo que se rige por un principio constitucional de aconfesionalidad es una contradicción, pero allá él. Esperemos que no se deje influir por los amigos de rezo y comunión. Ahora ya no disponen de la violencia del Estado, de los autos públicos de fe, de las hogueras, pero siguen amenazando como si las tuvieran. El Estado de Derecho, la neutralidad del Estado en materia de religión es una milonga para estos señores, algo que se estudia en colegios y universidades como una asignatura a aprobar, pero de ahí a llevarlo a la práctica, no: eso es pecado y está muy castigado, y ni bulas ni el dinero -ahora- pueden redimirlo. Lutero (1483-1546) se opuso a las indulgencias como objeto de compra-venta y no lograron pillarlo, se les escapó, se separó de la iglesia de Roma y fundó una heterodoxia.

Y así estamos ahora, con el Sr. Rouco, ese cura con un parecido exarcebado a un tal Paco Clavet, un artista dicen, aunque no sé exactamente de qué. Ahora dice este señor -el cura, no el artista- que votar contra el aborto es merecedor de la ex-comunión. ¡Qué suerte tenemos los ateos! ¿Es posible que algún diputado pueda cambiar su voto por las amenazas de este golpista? Sí, porque pretender influir en las decisiones del máximo órgano de la soberanía nacional por encima de los votos de los españoles, yendo más allá de su propio voto, amenazar con las penas del Infierno católico, es golpismo. ¡Qué bien y cuán a sus anchas vivieron estos curas -tanto los de la jerarquía como los de las órdenes- con la dictadura franquista! Aún no se han enterado que ha llegado la democracia. No quiero ser injusto, porque no me olvido de los curas obreros, del padre Llanos, de Díez Alegría, de la teología de la liberación, del asesinado Yacuría y de tantos otros que estuvieron con el pueblo -como se decía antes- y contra la dictadura franquista. Muchas parroquias e iglesias nos sirvieron de refugios clandestinos. Pero estos son una minoría; además no mandaban ni mandan, no pueden llegar, ninguno llegó a la jerarquía máxima; no hay ningún cura simplemente progresista en la Conferencia Episcopal. El último que abrió una ventana a la pestilencia de los jerarcas de la toga fue el Sr. Tarancón y tuvo la mala suerte de que su nombre rimara con paredón: ¡ay se hubieran podido cogerle los ancestros del P.P.! Me gusta la frase de Napoleón: cuando el enemigo se equivoca, no hay que distraerle. No hay que intentar que cambien ahora, que intenten remediar o remendar sus errores porque tampoco pueden cambiar sus consecuencias, porque tampoco pueden resucitar a quienes quemaron, amenazaron, exiliaron y destrozaron su vida con sus simples amenazas o con algo más; no se puede cambiar la historia de este país y el inmenso destrozo y lastre que supone la mera existencia de estos tipos, se vistan con sotana o con chaqueta. Que sigan así, equivocándose, hasta que las iglesias vayan quedándose vacías, hasta que las bodas canónicas sean una extrañeza, hasta que tengan que cerrarlas porque los católicos de corazón les aborrezcan por falsos y cínicos, por su pasado y su presente, hasta que vayan aumentando los que profesan otras religiones libremente y, mejor aún, los que no profesan -no profesamos- ninguna. Pero queda un inmenso problema, al menos en este país.

Ese problema es la enseñanza concertada, el mayor error de Felipe González, junto con la modificación jurídica de la contratación laboral que ha permitido -aunque no fuera el deseo- el trabajo precario, temporal, de despido gratis. Este error -el de la enseñanza concertada, y el otro también- hay que subsanarlo tarde o temprano, y mejor cuanto antes. Que los curas sigan teniendo los púlpitos, no hay problema; que sigan con su fundamentalismo, peor para ellos, pero que sigan en la enseñanza secundaria, no nos engañemos, es malo para todos nosotros, para la enseñanza en libertad, para el conocimiento científico o, simplemente, para el conocimiento; es un lastre que debemos soltar. Ya se ha visto en todas las modificaciones y supuestas modernizaciones de la enseñanza secundaria, las LOGSEs y LOEs se quedan en el tintero, cuando no en agua de borrajas, por esta maldición. Seamos franceses en esto: la enseñanza y el Estado, laicos, y los curas, a los púlpitos, de donde nunca debieron salir. Quizá tampoco debieron entrar -o subir-, pero eso es ucronía y no se puede viajar atrás en el tiempo. En cambio, se puede gobernar en el tiempo, estar, como diría Ortega, a la altura de los tiempos, y los tiempos de los ex-comulgadores que utilizan el brazo secular ha pasado. Ahora ni siquiera el P.P., con su añoranza del franquismo y su integrismo católico, lo puede resucitar. Pero aún falta el último empujón. Ahí la izquierda y los sindicatos tienen mucho tajo. Ahora ya no pueden amenazar con una nueva guerra in-civil, y además, esta vez la perderían.

(1) Recomiendo vivamente el libro “Revolución científica”, de Sellés y Solis, editorial Síntesis.

Antonio Mora Plaza es economista.

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