jueves. 28.03.2024

Llorar de alegría

Cuando ETA anunció su cese definitivo de la actividad armada, lloramos, sí, lloramos. Y el acto del pasado sábado del Kursaal, en San Sebastián, hizo correr lágrimas de alegría. Lágrimas de quienes vieron morir a tiros a amigos, a compañeros y que tuvieron que dejarse el alma en bancos de iglesia recordando a los suyos que yacían, inertes, en una caja de pino.

Cuando ETA anunció su cese definitivo de la actividad armada, lloramos, sí, lloramos. Y el acto del pasado sábado del Kursaal, en San Sebastián, hizo correr lágrimas de alegría. Lágrimas de quienes vieron morir a tiros a amigos, a compañeros y que tuvieron que dejarse el alma en bancos de iglesia recordando a los suyos que yacían, inertes, en una caja de pino.

Esas lágrimas eran de dolor, de desesperación, de desgarro y de impotencia. Caras desfiguradas por cócteles molotov y existencias con mil ojos para preservar el halo de vida sin saltar en mil pedazos.

Lo del Kursaal fueron lágrimas de esperanza, de alegría, de VICTORIA. Sí, de victoria, de una sociedad que GANÓ y de unos terroristas que PERDIERON.

Era de suponer que los estómagos agradecidos de la extrema derecha, aquellos que se hicieron de oro escribiendo, narrando y manoseando el dolor a sus anchas, se sintieran desolados. Sus lágrimas son las del dinero vil. Aquellos que justificaban treguas pasadas y fraguadas con bigotes, se han fumado la ética, el sentido común y la profesionalidad. Pero eso ya se esperaba y, por tanto, no asusta. Aburre y causa vergüenza ajena, pero nada sorprendente.

Lo que más me preocupa es que haya comunicadores en este país que tengan menos memoria que una “mosca cojonera”. Son esos que huyeron del país porque tenían medios económicos suficientes para cruzar el charco y comprar una nueva vida mientras otros bregaban, escoltas mediante, por salir de la lacra, del terrorismo. Son aquellos que sólo saben expulsar odio y que gusta de azuzar las más bajas pasiones porque se saben presas de un círculo vicioso que se retroalimenta a base de dolor ajeno.

Carlos Herrera ha denominado “nancys lloronas” a los dirigentes del PSE-EE que el pasado sábado lloraban de alegría. Sí, de alegría, de PAZ.

Son esos que, en su mayoría, no han conocido la libertad y que han tenido la valentía de arriesgar su vida para poder liberar la de los demás. Son esas personas que han tenido que ver cómo personajillos de la calaña del señor Herrera, depositaban ingentes cantidades de calumnias sobre su persona equiparando a un buen hombre, como Jesús Eguiguren con un terrorista. Son esos policías que han asistido a los funerales de compañeros, familiares y amigos. Son tantos y tantos…

He de reconocer que soy una de esas Nancys lloronas del PSE-EE. Porque sí, lloré como una magdalena. Lloré con Patxi y con cada uno de los compañeros que lloraron en ese acto. Lloré como pocas veces, porque pocas veces que acaba con el terror de más de medio siglo sabiéndose vencedor.

Lloré porque sería de malnacida no alegrase hasta el infinito de que haya gente que saque el terror de su vida, de que nos sacudamos esta losa de encima.

Yo no quiero ir llorada de mi casa, señor Herrera. Yo quiero llorar con quienes admiro y con quienes quiero. Quiero llorar como me dé la gana. Y, sobre todo, quiero llorar para diferenciarme, y mucho de usted.

Esta sociedad, la vasca, la española, no está a sus pies para que usted la pise y haga uso de ella al estilo caballo de Atila.

Puede ser que usted albergue la sensibilidad en aquel lugar donde la espalda pierde su bello nombre o que padezca de la tan manida enfermedad de machismo al más puro estilo de la berrea, pero el caso es que sí, los socialistas vascos lloramos.

Y no sabe lo orgullosos que estamos de poder hacerlo.

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