jueves. 28.03.2024

¿Por qué lo llaman crisis si lo que ocurre es un desgarro social?

El dolor social se ha instalado en bastantes espacios de nuestra sociedad y la precariedad se ha convertido en compañera de viaje...

Es cierto que llevamos ya demasiado tiempo (desde el 2008) en esa situación que suelen llamar crisis. En tan solo cinco años se han desarticulado excesivas estructuras sociales, lo que era insospechable antes del “tsunami” económico que nos ha invadido. El dolor social se ha instalado en bastantes espacios de nuestra sociedad y la precariedad se ha convertido en compañera de viaje de nuestros conciudadanos: desahucios, desempleo, preferentes (con la pérdida de ahorros acumulados), emigración (las remesas de los emigrantes ya son superiores a las de los inmigrantes), vacío de I+D+i (con la pérdida de talento que supone para el futuro), ubicación de la rentabilidad empresarial en la precariedad (laboral y salarial)…

Pero no todos los ciudadanos han sufrido, algunos se han beneficiado y otros se han incrementado salarios hasta cantidades irascibles para quien sufre la precariedad. Y es esto, quizá, lo que creo que merece ser resaltado. Pues condiciona la capacidad de ver el deterioro social precisamente a quien tiene el poder de decidir para salir adelante. Ya se ha escrito mucho sobre el desempleo, también del deterioro de los servicios esenciales (medicina, sanidad, servicios sociales…), del quebranto de las pensiones, que se incrementan perdiendo poder adquisitivo... No insistiré en ello. Pero se ha dicho poco de cómo algunos incrementan rentas excusándose en la importancia de sus trabajos frente a las mareas sociales y económicas que nos invaden.

Me refiero a los sueldos de quienes gobiernan las empresas. Entre las empresas del IBEX el coste salarial medio de sus consejos durante el año 2012 fue de unos 260 millones de euros, un 7% más que en 2011 (245 millones). A pesar de que muchas de estas empresas han hecho ERES o ha planeado despidos, casi todas se han apoyado en la necesidad de contener salarios y flexibilizar condiciones laborales (que, según Ulrich Beck, significa mayores facilidades para el despido). Es cierto que ese 7% de subida es una media lineal, sin ponderar el peso de cada empresa en el conjunto, pero sí expresa que la crisis no afecta a todos por igual. También es cierto que hay diferencias entre estas empresas, algunas han bajado el coste de su Consejo, como el Banco de Santander (un 31%), Repsol (un 29%), o el Banco Popular (un 11%); pero hay otras que han crecido desorbitadamente, como Telefónica (un 80%), UHL (un 62%), Iberdrola (un36%) o Inditex (un 29%). Las razones son distintas, unas porque han variado la composición de su Consejo y otras, simplemente, porque pagan más a sus Consejeros. Aislando las particularidades de cada caso, sí se apunta a que existe una distancia (podría decirse una brecha) entre lo que se vive en los Consejos y lo que se vive en las bases sociales de estas empresas. Una brecha que tiene que ver con el nacimiento de una grieta social: los más son cada vez más pobres y los menos son cada vez más ricos. Las  2.170 personas más ricas del mundo son un 5.3% más ricas que el año pasado. El 88% de los ultramillonarios son hombres. La edad media es de 58 años y el 22% trabaja en finanzas, banca o entidades de inversión. Alejados de la economía productiva.

Stiglitz cuantificó esta brecha señalando que el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita. En un artículo publicado en Vanity Fair, titulado “Del 1%, por el 1%, para el 1%”, describía el enorme aumento de la desigualdad en EE.UU. derivado de un sistema sistema político que parece atribuir una voz desproporcionada a los de arriba. En España más de diez millones de personas viven ya en la pobreza. De los que tres millones están en pobreza extrema y 1,6 millones de hogares no tienen ningún ingreso, al borde de la exclusión social, dentro de los seis millones de parados. Algo ocurre para que pasen estos desgarros, pero, especialmente, para que esta situación no esté en el núcleo de los análisis de quienes gobiernan o gestionan empresas. Se nos ahogan personas que emigran de su hambre en busca del “dorado”, cruzando el Estrecho en barcas de juguete o acercándose a Lampedusa (Italia). Y la paradoja es que este desgarro no entra en los análisis de quienes dicen buscar las soluciones. Más esperpéntico aun, Italia acaba de conceder, generosamente, la nacionalidad a los que murieron (se piensa que pueden llegar a 300) en el naufragio ocurrido en los primeros días de octubre pero denuncia, multa y expulsa a quienes sobrevivieron. Qué está pasando en esta sociedad para que estas cosas no conmuevan a quienes toman decisiones económicas y políticas?

Alain Tourain dice en su reciente libro “Después de la crisis” que “la crisis económica obstaculiza la formación de una nueva sociedad, de nuevos actores económicos y de nuevas relaciones entre ellos. La crisis no puede definirse sólo como una avería de la sociedad capitalista: hay que reconocer que destruye la sociedad donde estalla… Quienes dirigen el sistema financiero en su propio interés, que se opone tanto al de las empresas (sobre todo pequeñas y medianas), como a los intereses de los asalariados, adoptan una posición de ruptura con la sociedad y sus instituciones, hasta el punto de actuar frecuentemente de manera ilegal, creando un sector de private equity, que escapa al control público… El efecto social más importante  de estas acciones salvajes es el grave y duradero incremento del paro, que es un fenómeno retardado respecto a la crisis financiera… pero debemos incitarnos a mirar más lejos y a renovar el gesto que hicimos al final del periodo de recuperación industrial de la posguerra: definir un nuevo tipo de sociedad en su globalidad”.

Es aquí donde se demanda una nueva forma de gestionar la economía, de hacer empresas, de repartir la riqueza, de globalizar la equidad. De lo contrario, el desagarro social abierto comerá la esperanza y destruirá el modelo social que nació del pacto surgido para construir la sociedad del bienestar. Todos los ciudadanos han de hacer esfuerzos, y todos lo harán si el esfuerzo es compartido de forma equilibrada por todos, sin excepción. No entenderlo puede significar caminar por el filo de la navaja de un conflicto social importante o, simplemente, asumir que se construye una sociedad inmisericorde.

Rafael Termes, nada sospechoso de tendencias izquierdistas peligrosas, dijo (en una conferencia titulada “Qué es una empresa y qué es un empresario”) que: “Para mí, empresa económica o mercantil es una comunidad de personas que, aportando unas capital y otras trabajo, se proponen, bajo la dirección del empresario, el logro de un objetivo que constituye el fin de la empresa. Este objetivo, para que la empresa se justifique económica y moralmente, debe ser bifronte: por un lado, añadir valor económico, es decir, generar rentas, crear riqueza para todos los participantes en la empresa y, por otro lado, prestar verdadero servicio a la sociedad en la que la empresa se halla ubicada. Sin estas dos condiciones  -prestar servicio y crear riqueza- la empresa mercantil no se justifica”. Define el servicio como aquello que colabora al bien común y la generación de rentas ha de extenderse, según Termes, al capital y al trabajo. “Por eso hay empresas que, aun cuando la naturaleza de su actividad sea irreprochable desde el punto de vista moral, no se justifican económicamente al no llegar a generar rentas suficientes para remunerar satisfactoriamente tanto el trabajo como el capital empleados”.

Necesitamos un nuevo modelo de empresa y de sociedad. No un modelo inexistente. Ya está, ya funciona en nuestra sociedad, es la economía social, comprometida con el territorio, con el medioambiente, con la equidad en la distribución de la renta y, sobre todo, con el potencial de las personas que les fomenta el sentido de pertenencia y, por ello, su aportación creativa en la mejor gestión empresarial. Fomentarla mediante políticas públicas es fomentar la cohesión social. No se puede entender la crisis desde el recorte, sin darse cuenta del deterioro social que ello provoca, sino desde la implicación de todos en la construcción de una sociedad que integra a todos, sin excepción, y desde una economía que fomenta el desarrollo equilibrado. La economía social demuestra que es posible, pero advierte de que es previo desmontar los intereses de los menos que actúan contra los más. 

¿Por qué lo llaman crisis si lo que ocurre es un desgarro social?