jueves. 25.04.2024

Las revoluciones del siglo XXI

“Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. El siglo XVIII es el siglo de las revoluciones burguesas como la Revolución Francesa (1789) y su Enciclopedie y la Revolución Americana (1776) y su declaración de Filadelfia; el siglo XIX es el siglo de las revoluciones fallidas como la española o la alemana; el siglo XX es el siglo de las conseguidas, proletarias (rusa) y rurales (mejicana y china).

“Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. El siglo XVIII es el siglo de las revoluciones burguesas como la Revolución Francesa (1789) y su Enciclopedie y la Revolución Americana (1776) y su declaración de Filadelfia; el siglo XIX es el siglo de las revoluciones fallidas como la española o la alemana; el siglo XX es el siglo de las conseguidas, proletarias (rusa) y rurales (mejicana y china). Nuestro siglo es el siglo de las revoluciones de los jóvenes y profesionales, pacíficas y on line. Son las revoluciones de la globalización. Decía Lenin que los alemanes les enseñarían cómo hacer la revolución porque parecía imposible que un país atrasado como la Rusia de los zares de comienzos del siglo XX pudiera hacerla por tan escasa que era la clase obrera. Eso, con sus aciertos y errores, con sus conquistas y derrotas, es ya historia e Historia. Ahora son los jóvenes y profesionales de los países árabes los que nos están indicando el camino. Sólo el camino, porque en Túnez, Egipto, Libia, Siria, Marruecos, Yemen Bahréin, etc., se lucha por conseguir las libertadas democráticas, mientras que en España –la Spanish revolution- y en Europa a su estela, se trata de conseguir que la democracia sea algo más que un mero sistema electoral, se trata de que los votos estén por encima de los mercados, por evitar que lo público esté al servicio de lo privado, que los derechos fundamentales estén por encima del derecho a la libre empresa y sus consecuencias, se lucha pacíficamente para impedir que los especuladores aplasten a los ciudadanos, que los mercados no nos conviertan de ciudadanos en súbditos, porque eso es el final de la democracia, por una distribución más justa de la renta y de la riqueza. En Europa y en el mundo desarrollado es la revolución de la primacía de la ética sobre la moral de los negocios. ¡Bienvenida sean estas revoluciones!

Los jóvenes con estudios, pero sin esperanzas de un trabajo digno y con derechos, han dicho basta ya a partidos e instituciones que no resuelven sus problemas por más voluntad y preparación que esos mismos jóvenes pongan. No son anarquistas, ni fascistas, ni populistas, ni antisistema. Quieren la democracia sin adjetivos –la democracia con adjetivos deviene en dictadura–, pero con políticos, leyes e instituciones que resuelvan los problemas fundamentales, como son los del derecho al trabajo y a una vivienda digna; que sean capaces de enfrentarse a eso que se llaman los mercados para que no haya más mayos del 2010 en el mundo, donde los gobiernos democráticos europeos sucumbieron a la tiranía de los mercados, al egoísmo de los especuladores. En la plaza de Sol había una pancarta que decía: “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. Es una frase sintética, genial, digna del mismo Shakespeare. Hay que entenderla como una premonición más que como una amenaza. Por más ilusiones que se hagan los partidos, especialmente el Partido Popular, todo tiene visos de que la ocupación de las plazas va a seguir más allá de las elecciones del 22 de mayo, porque los problemas son de calado, afectan a la vida de millones de ciudadanos –especialmente jóvenes sin empleo y profesionales-. Es una contradicción insoportable que en países avanzados económicamente como España, a la generación más preparada de la historia no se le ofrezca ni la esperanza, a pesar de su esfuerzo; un trabajo que les de para vivir, comer y dormir bajo techo propio.

Por diversas razones, los partidos tradicionales de izquierda y los sindicatos no han sabido o no han podido dar esa esperanza. No se juzgan intenciones, sino hechos. Estos –partidos y sindicatos- han tenido su oportunidad y la han desaprovechado. Es verdad que son básicos para la democracia y la inmensa mayoría de indignados lo saben, pero les parecen inadecuados sus estructuras y parcialmente inadecuados sus programas. Pero aún sus comportamientos individuales  y colectivos a la luz de la ética. De la derecha mejor no hablar, especialmente la española del P. P., ese rescoldo de la dictadura franquista que parece avivado, más por errores ajenos que por méritos propios.

España ha dado al mundo la Constitución de 1812, la más avanzada de la época; dio lo liberal y el liberalismo –revolucionario para la época también- como concepto y lugar en la Historia; en 1931 convirtió una monarquía aquiescente con la dictadura de Primo de Rivera en una República; en 1936 aleccionó a Europa y al planeta que contra los fascismos no valen componendas, como se demostraron los nazis en 1939. Ahora parece que jóvenes, no tan jóvenes, profesionales y trabajadores, han atinado con el camino de las nuevas formas de la cambiar la cosas indeseables frente a las democracias lampedusianas imperantes, frente a la tiranía de los llamados mercados. Democracia, sí, pero mejor y, sobre todo, más útil. Esto no ha hecho más que empezar y el camino no está escrito. Tampoco el final, pero será mejor.

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