martes. 23.04.2024

Las ocho horas

Es una reivindicación histórica: ocho horas de trabajo, ocho de ocio, ocho de sueño o descanso. Conseguirlo ha costado sangre, sudor y lágrimas. Y nunca mejor dicho. La posibilidad de que la Unión Europea se plantee siquiera aumentar excepcionalmente la jornada, digan lo que digan, es una barbaridad desde un punto de vista laboral y sindical. Y más cuando la situación actual se presta a abusos y a decisiones obligadas.
Es una reivindicación histórica: ocho horas de trabajo, ocho de ocio, ocho de sueño o descanso. Conseguirlo ha costado sangre, sudor y lágrimas. Y nunca mejor dicho. La posibilidad de que la Unión Europea se plantee siquiera aumentar excepcionalmente la jornada, digan lo que digan, es una barbaridad desde un punto de vista laboral y sindical. Y más cuando la situación actual se presta a abusos y a decisiones obligadas.

El debate, o falso debate, que ocupa a los ministros de Trabajo de la UE, no puede ser el reflejo de unos tiempos en los que los sindicatos, con tal de mantener el empleo, están dispuestos a renunciar a conquistas históricas de los trabajadores.

Es curioso y admirable, desde un punto de vista sindical y empresarial, que en España jamás se haya planteado esa discusión. Empresarios y trabajadores han aceptado desde hace mucos años que las conquistas de este tipo no tienen marcha atrás. Los convenios, cuando tratan estos temas, lo hacen desde un punto de vista humano, en la idea de que el el hombre o la mujer tiene derecho al descanso, derecho al ocio y derecho al trabajo. Y más: la jornada es un elemento con el que se negocia de cara a aumentar el empleo, nunca con la intención de conseguir que con la misma plantilla se consiga subir el beneficio.

Dejar al acuerdo de trabajador y empresario el aumento de jornada es romper con una de nuestras más caras conquistas: el valor de la negociación colectiva. Un trabajador que renuncie a los límites de jornada, probablemente no lo hará nunca libremente. Y no se puede dejar una cuestión tan importante en manos exclusivamente de la decisión personal porque estaremos negando la capacidad de los sindicatos para negociar, en nombre de un colectivo sus reivindicaciones laborales.

Con tal de mantener el empleo, un trabajador, por sí solo, está dispuesto a negociar cualquier cosa, sobre todo en tiempos de crisis. Sería �y valga en este caso una proyección teórica- como si a un trabajador se le ofreciera renunciar a sus derechos a cambio de su seguridad en el trabajo. Los sindicatos están, precisamente, para asegurar que, por encima de los objetivos personales, están los derechos colectivos que terminan por ser bastante más beneficiosos individualmente que las pequeñas y cortas ventajas personales.

Ninguna crisis justifica la pérdida derechos. Es en esos momentos cuando la firmeza de empresarios y trabajadores puede hacer un mundo más justo y más acorde con las necesidades reales de la gente.


No sé. A lo mejor hay que pensar en esos versos de José Agustín Goytisolo. Esos versos, canto a la colectividad, tan oídos, tan escuchados y tan poco pensados. Porque son más que una canción a la que tan maravillosa música pusiera Paco Ibáñez:

Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno

son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras

pienso también en otra gente.

La UE, los ministros de la UE, deberían pensar que, tomados de uno en uno, nunca somos nada. Pero hay, siempre, otra gente.

Las ocho horas
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