viernes. 29.03.2024

Las malas políticas matan

Vista desde el sofá, la realidad tiene el espesor del plasma y reviste una gravedad que no supera las 29 pulgadas.

Vista desde el sofá, la realidad tiene el espesor del plasma y reviste una gravedad que no supera las 29 pulgadas. Con los párpados ganándole la batalla al sueño, Manolo salta de una cadena a otra, como si ese movimiento de dedo inquieto fuese un simple acto reflejo que lo arrastrara a perpetrarse en un zapping infinito; un gesto casi involuntario, una acción tan repetida como la película que cada dos por tres repiten en el 4.

Ahora Manolo detiene su pulgar porque una imagen despierta su atención. Se trata del anuncio de una crema que retrasa el envejecimiento de la piel. “Nueva linea anti-age” dice una voz en off, mientras que desde el fondo de una piscina emerge en cámara lenta una mujer de buen aspecto que -sonriendo a lo Montoro anunciando la subida del IVA- asegura tener cincuenta años y sentirse felíz por aparentar apenas veinticinco (lo contrario hubiese resultado al menos un absurdo). "Para que siempre seas joven", lee Manolo en un extremo de la pantalla. El anuncio siguiente sugiere que para controlar los gases nada mejor que un medicamento cuyas instrucciones -según dice otra voz en off- deberemos de leer antes de consultar a nuestro médico. "¡Y dile adiós a las molestias intestinales!". Un tipo en calzoncillos destaca las ventajas de un perfume "para hombres que consiguen lo que se proponen". Luego unas muchachas se refrescan en la ducha... "Bájate Ducha a tu móvil". Un horno de última generación "hace tu vida más fácil"; un reloj "marca tu elegancia", otro perfume "pour homme" hace que Manolo se pregunte qué querrá decir eso. Otra crema anti age, un crucero por el Mediterráneo... "Otra forma de conocer la felicidad", y una oferta de ADSL más llamadas nacionales e internacionales las 24 horas "porque comunicar y ahorrar pueden ser sinónimos". (Manolo recuerda en este instante que su mujer le ha dicho esta mañana que el recibo del teléfono y del Intené había costado este mes “una pasta que no vea”).

Manolo se sumerge un poco más en las profundidades del confort y enciende otro cigarrillo. El último antes de irse a la cama. Los pies en alto para que circule la sangre, la nuca reposando en la blandura de un cojín de IKEA, y la mente embotada en los anuncios televisivos que por momentos logran sacarlo de ese desinterés general que lo caracteriza. Esta semana Manolo ha sabido por la tele que finalmente Eurovegas abrirá juego en Madrid porque, según señaló Esperanza Aguirre, “haber dejado escapar esta oportunidad hubiese sido una frivolidad”. “Qué será de España cuando la última esperanza se epellide Aguirre”, dice ahora en voz alta, como si a alguien pudieran interesarle sus pensamientos. Ha sabido también que quizás haya rescate, o que quizás no; que la prima ya no es un riesgo, que Catalunya quiere ser Estado, que sigue habiendo una concejala socialista más turbada que las de otros partidos, que las clases empezaron con tuppers volantes, que nuevos brotes racistas despiertan en Grecia, que otro atentado terrorista se saldó con unas cuantas decenas de muertos en algún sitio, que un tornado arrasó una provincia entera en no sé que país, que el hambre en el mundo se triplicará en los próximos años, que los ricos son cada vez más ricos, que el Curiosity sigue haciendo más fotos que un japonés en vacaciones; y que -según la ciencia- el hombre de hoy podría ser el padre del mono del siglo que viene, tal como dice una canción que cree haber escuchado alguna vez.  

Ante tanto desbarajuste local, comarcal, regional, nacional y galáctico, Manolo no parece afectado. Apura una calada y suelta luego el humo que se mezcla con el aire viciado que gobierna cada rincón de ese apartamento por el que ya sólo le restan pagar veintiocho años más de hipoteca. Pero mientras exista para él ese mullido refugio de sofá, no le falte un plato de lentejas y aún se conserve lo suficientemente saludable como para pagarse su cajetilla diaria de tabaco y alguna caña; su vida puede considerarse ese trámite incomprensible por el que cree estar atravesando desde que nació.

Entre sus cavilaciones se cuela ahora la voz de una mujer de alto cargo de la que Manolo ignora nombre, función y apellido. Es una imagen de archivo en la que esta misma señora dice que "nuestra sociedad ha madurado al prohibir fumar en los espacios públicos y ya está preparada para dar un paso más". Luego un corte y seguidamente la imagen de un anciano en un banco de plaza junto a un reportero engominado que solicita oponión. Un instante de silencio y a continuación las palabras del anciano preguntando "en qué cadena sale esto" y posteriormente arguyendo no poseer opinión repecto de este tema en particular, ni de ningún otro en general. Y finalmente la explicación de un experto en la materia que anuncia que “todas las cajetillas de tabaco seran iguales: de color blanco y sin logotipos. Sólo se mantendrán las imágenes de los efectos del tabaco y los mensajes del tipo: Fumar mata, Fumar acorta la vida, etc. Con esta iniciativa se espera que en un futuro próximo el tabaco esté prohibido definitivamente. Hay que tomar el ejemplo de una ciudad como New York, en donde la ley prohíbe fumar incluso en la propia casa".

Por un instante Manolo siente la necesidad de darle al botón de retroceder -otro acto reflejo asociado a su tendencia constante a controlarlo todo desde el sofá-, pero comprende que se trata de la tele y lo dicho, dicho está. "¿Prohibido fumar en la propia casa de uno mismo?", se interroga boquiabierto y con la misma expresión en el carete que cuando supo que su mujer iba a dar a luz a Borjamari, su tercer y penúltimo hijo. Al principio, cuando los consejos del Ministerio de Salud comenzaron a adornar las cajetillas, Manolo agradeció en silencio las advertencias que muy gentilmente las autoridades de la Organización Mundial de la Salud sugirieron imprimir en los envoltorios del tabaco. Podría decirse que se sintió protegido, mimado, querido. Incluso celebró el hecho de que por fin su vida le importaba un bledo (al menos era uno) a alguien. Pero esto de la prohibición....mmm. "Que me mimen está bien", meditó en silencio. "Pero que me prohíban... mmmmm...", pensó estirando la eme estúpidamente.

Manolo se preguntó a qué se debía tanta preocupación. Por un lado nos ofrecían cremas para lucir jóvenes hasta los ochenta, hornos para facilitarnos la vida, cruceros para ser felices y pastillas para evitar gases y -de paso- conservar a los amigos (a falta de interés por este tipo de medicamentos, Manolo era de los que pensaban que en ciertas circunstancias era preferible perder algunas amistades que no un órgano vital). Por otro, nos protegían de los humos con advertencias,  fotografías horrorosas de cánceres pulmonares y leyes restrictivas. Llegando incluso a prohibirnos fumar a destajo en zonas en las que antes era casi una obligación.

"Algo muy extraño está sucediendo", pensaba mientras le daba una larga calada a su cigarro. Se preguntó cómo era posible que los mismos individuos que durante tanto tiempo habían promovido el hábito de fumar sugiriéndolo amistoso, amoroso e incluso deportivo (Manolo no olvidaba algunos anuncios de tabaco en estadios de fútbol o en las carreras de Fórmula 1), ahora defendieran el mensaje de las autoridades encargadas de convencer a los fumadores de que fumar ya no es guay. "El Tabaco Mata", leyó indignado en su paquete de Fortuna. Como si él no lo supiese ya de antemano. Inmediatamente cogió un boli y procedió a transcribir su rabia en una servilleta de papel. "A las autoridades pertinentes o, en su defecto, a las de Sanidad:", encabezó con letra irregular. "Sería un ingrato si no reconociera la deferencia por su inquietud respecto de mi salud, así como también sus deseos de que me conserve lejos de todo cáncer de pulmón. Desde luego, les estoy agradecido. Sin embargo tengo una pregunta -seguida por una sugerencia- acerca de las advertencias impresas en las cajetillas de tabaco". Y prosiguió. "Si lo que cuenta es la salud, ¿por qué limitar las advertencias sólo a esto?. ¿Por qué no poner cartelitos de advertencia en otras cosas que también matan?. Porque también mata el humo de los autobúses, por citar un ejemplo. Mata el estrés, esa sensación constante de obligación. Las malas políticas matan, la ignorancia de quienes creen saberlo todo también mata; y mata la hipocresía, mata la mentira, la desigualdad, la estrechéz de miras de los que deciden quiénes merecen atención sanitaria y quienes no. Y matan muchos otros humos más. Esos a los que ni siquiera respiramos y a los que algunos llaman ínfulas sin que yo sepa bien lo que esa palabra significa. ¿A qué viene entonces tanta preocupación por el tabaco, señores?. ¿Por qué no se colocan carteles que indiquen que el hambre mata o que la soberbia de algunos poderosos puede resultar nociva para la salud de otros que nunca pueden ni pudieron nada?. Porque si vamos de cartelitos conozco sitios en los que no deberían faltar". Y concluyó su ponencia escrita con un "Atentamente, Manolo".

Después se quedó muy relajado; como si aquel arrebato catártico-epistolar le hubiera producido un efecto narcotizante; fumando y pensando en el presente y en todas y cada una de las prohibiciones que no le privan. "Prohibido prohibir", se dijo a si mismo antes de caer en un profundo sueño de sofá. Mañana, quizás, con un poco de suerte, con otro tanto de desgracia, sería otro día.

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