viernes. 19.04.2024

Las jerarquías en peligro de extinción

NUEVATRIBUNA.ES - 22.11.2010 Desde que se instauró el sufragio universal (1890), aunque solo fuera para hombres, nada fue igual para quienes consideraban que el voto de un catedrático tenía que valer el triple que el de un jornalero. "¿Cómo igualar el voto de un experto en Derecho Político con la papeleta de un analfabeto?”, se preguntaban, no sólo los obispos, sino los políticos conservadores de finales del XIX.
NUEVATRIBUNA.ES - 22.11.2010

Desde que se instauró el sufragio universal (1890), aunque solo fuera para hombres, nada fue igual para quienes consideraban que el voto de un catedrático tenía que valer el triple que el de un jornalero. "¿Cómo igualar el voto de un experto en Derecho Político con la papeleta de un analfabeto?”, se preguntaban, no sólo los obispos, sino los políticos conservadores de finales del XIX. Y seguirían haciéndolo en el XX. En el fondo más superficial, despreciaban la democracia y la soberanía popular.

Lo pérfido del asunto es que quienes siempre se han quejado de la falta de cultura de la gente, cuando ésta ha podido acceder a ella, ha sucedido algo diabólico: que la cultura se ha devaluado tanto que ya no es cultura. Al parecer, sólo lo es cuando la pueden degustar cuatro gatos con pedigrí. En cuanto se masifica, ya no es cultura o, como se dice con recochineo, se convierte en cultura de masas. Y las masas, ¡ah, las masas!, ¿qué nueva perrería inventar que no figure ya en su más que secular descalificación?

Las masas no tendrán cultura, pero algunos intelectuales no se cansan de hablar de la cultura del vino, la cultura de la infamia, la cultura de la revancha, la cultura del fraude y la cultura de la crisis. Y de la cultura de la cultura.

Pero si, hoy día, la gente no guarda reverencia a las jerarquías intelectuales y espirituales, eso se deberá a que éstas ya no son tan jerarquías, ni tan intelectuales ni tan espirituales. ¿Jerarquía intelectual Muñoz Molina? ¡Anda ya! ¿Jerarquía moral Rouco Varela? ¡Por favor!

Rara vez, las masas que nos aplauden son tontas. Sólo lo son cuando discurren por caminos que no conducen al propio pesebre. Si estas jerarquías han perdido el sentido que antaño decían poseer, seguro que lo fue por su culpa. Que se sepa, a nadie le ha interesado jamás robárselo. Al contrario, las masas siempre desearon tener buenos dirigentes. Pues la inteligencia de las masas siempre ha dependido de la inteligencia de quienes las dirigen. Por ejemplo, ¿en qué cabeza de chorlito puede caber que las masas que aplauden a Rajoy puedan ser inteligentes? Imposible el ademán.

Se culpa de esta “disolución de la inteligencia superior” a la industria de la cultura de masas y a la sociedad de consumo. Si la industria y el consumo han cometido este tipo de atrocidad, lo habrán perpetrado contra la gente que siempre ha sabido distinguir entre una novela de Henry James y otra de Zane Grey, quedándose con el segundo. Pero las jerarquías intelectuales y espirituales, ¿cuándo dejaron de disfrutar de su Proust y de su Mahler, por hablar de literatura y de música? Al fin y al cabo, nada que lamentar, pues “¿qué cosa, fuera de verdades a medias, simplificaciones groseras o trivialidades puede, en efecto, comunicársele a ese público de masas, semianalfabeto, que la democracia moderna ha reunido en las plazas?” (Steiner, Lenguaje y silencio, Gedisa, 1990).

Nada transcendental que comunicarle. Es verdad. ¡Son tan idiotas las pobres! Por no ser, no son capaces de utilizar palabras simples para expresar ideas o sentimientos complejos, y, muchísimo menos, expresar estados de conciencia, más o menos rudimentarios. Al parecer, cuando el exquisito dice que “le duele el alma” no está diciendo lo mismo que el hombre unidimensional, auténtico hombre de masas, cuando chamulla “¡qué jodido estoy”. Y, claro, no es lo mismo, la experiencia sobrecogedora de leer la Divina Comedia que extasiarse ante la velocidad de un ferrari y además hacerlo en masa. Leer la Divina Comedia te trasmuta; mirar un ferrari, te atonta.

No se entiende bien que intelectuales, que nunca han dado valor a la presencia de las masas en sus vidas, aseguren que son ellas las que los han disuelto y los han vuelto invisibles. Las masas jamás han producido jerarquías; las han soportado. A su pesar. Ya se ha dicho que las masas son semianalfabetas y aceptan cualquier cotufa que les echen al pesebre. ¡Son tan cortas! Por lo tanto, difícilmente se les podrá tachar de haber contribuido a la disolución de las jerarquías. Las masas son tan estúpidas que ni siquiera son capaces de distinguir esas supremas destilaciones del espíritu que algunos llaman jerarquías.

Tiene su coña marinera de ribazo que la palabra jerarquía proceda del argot religioso. Procede del griego con el significado de poder sagrado o divino, aplicable en principio al orden religioso. Luego, como tantas veces ha ocurrido, el significado se deslizó a la esfera civil, dando paso a jerarquías militares, políticas y lo que se terciara. Hoy tenemos hasta jerarquías culinarias y deportivas.

¿Cuándo han interesado las masas a las elites? Sólo para llevarlas al aprisco correspondiente –sobre todo, a las guerras-, y ordeñarlas en beneficio propio.

En cuanto al derrumbe del principio de autoridad intelectual, del que se hacen eco algunos apocalípticos e integrados, es muy sencillo de explicar. Ellas mismas se han hecho el harakiri.

Estas jerarquías intelectuales han decidido por propia voluntad integrarse en el sistema del mercado, que les garantiza una mayor riqueza, quizás, no intelectual y espiritual, pero sí económica, la única riqueza que hoy por hoy parece otorgar jerarquía al ser humano, pise donde pise. La jerarquía que procede del tener o no tener.

Hoy, no hay jerarquía intelectual que no tenga cubierto el riñón con una buena tarjeta de crédito.

Víctor Moreno - Escritor y profesor

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