viernes. 19.04.2024

Las estrategias energéticas, a revisión

Hace unos días, comentando la subida de precios del petróleo consecuencia de la crisis política de los regímenes autoritarios de Oriente Próximo y el norte de África, señalé que el vertido masivo de crudo en el Golfo de México, hace menos de un año, ha provocado una brusca revisión al alza del precio del barril debido a la incorporación de mayores costes medioambientales.

Hace unos días, comentando la subida de precios del petróleo consecuencia de la crisis política de los regímenes autoritarios de Oriente Próximo y el norte de África, señalé que el vertido masivo de crudo en el Golfo de México, hace menos de un año, ha provocado una brusca revisión al alza del precio del barril debido a la incorporación de mayores costes medioambientales. Dadas las pérdidas sufridas por BP el año pasado, si el precio del barril pasó de 40 a 70 dólares el barril en 2003, tras la puesta en explotación de los yacimientos de Alaska, los primeros en contabilizar esos costes pero que, después de todo, están en tierra firme, la misma contabilización en los yacimientos offshore a escasa y media profundidad debe de estar llevando el coste marginal a una cota aproximada de 100 dólares, cifra de la que no cabe esperar que el precio baje ni prolongadamente ni por periodos cortos pero frecuentes.

Precisamente, el vertido del Golfo de México indujo a una revalorización de la energía nuclear, cara desde siempre (por las importantes medidas de seguridad que la rodean) pero comparativamente abaratada por breve tiempo. Ahora, los accidentes nucleares de Japón tras el reciente terremoto actúan sobre la energía nuclear en el mismo sentido que el vertido del Golfo de México sobre el petróleo, encareciéndola. No se trata – como pretende el lobby nuclear, con cierto desprecio de la inteligencia del resto del género humano – de rebatir miedos irracionales, poniendo de manifiesto que España está razonablemente a salvo de terremotos y maremotos de tal magnitud; se trata de que esas catástrofes naturales han puesto de relieve que las centrales nucleares, o al menos algunas de ellas, son vulnerables a fallos de los que no éramos conscientes, sean éstos provocados por aquéllas o por cualesquiera otros capaces de replicarlas. Por ejemplo, Garoña, pese a la similitud de sus sistemas de seguridad con Fukushima, está a cientos de kilómetros en el interior; pero el problema es que una ola gigante paralizó un grupo autónomo diésel, encargado de la refrigeración. ¿Estamos seguros de que alguna de las crecidas, que con frecuencia sufre nuestro país como consecuencia de lluvias torrenciales, no puede provocar el mismo efecto? ¿Estamos razonablemente a salvo de esa clase de accidentes, que no nos ha preocupado hasta ahora sencillamente porque no pensábamos que el agua pudiera bloquear un grupo de refrigeración? ¿O a salvo de alguna de las otras vulnerabilidades que los estrés-tests acordados por la Unión Europea puedan poner al descubierto? Simplemente, con que empecemos a preocuparnos por esto y empecemos a estudiarlo, el coste de la energía nuclear empieza a subir. Ello, sin contar con el cierre de centrales – las más antiguas – que, por totalmente amortizadas, han sido hasta ahora las más rentables.

Semejante revisión al alza del precio de la energía nuclear no dejará de repercutir en el mix energético. Al perder parte de la ventaja, o toda ella, recientemente adquirida sobre el petróleo, en las próximas décadas se va a producir menos energía nuclear de lo planeado hasta la semana pasada. Las energías renovables cubrirán en parte la diferencia, pero la mayor parte supondrá un retorno a los combustibles fósiles: petróleo, gas natural y, quizá, incluso carbón. Habrá cierta marcha atrás en el débil consenso pos-Kioto. Pero lo crucial es que, si el encarecimiento de la energía nuclear es de mucha importancia, el precio del barril de petróleo podría rebasar la horquilla 100-150 dólares – según fuerza de la demanda – en que ahora debería de estar situado. Si se tiene que abordar la explotación submarina a grandes profundidades (más de 2000 metros) o empezar la extracción en la Antártida (donde habrá que perforar capas de hielo de hasta 4000 metros), el barril de petróleo podría dispararse por encima de los 200 dólares, por decir una cifra. Matizó “por decir una cifra” porque toda estimación de los costes medioambientales en esas condiciones será meramente tentativa. Habrá que esperar al primer vertido catastrófico en las mismas para afinar en el cálculo, que podría llevarnos – seguramente nos llevará – a cotas mucho más elevadas.

Me temo que esta alternancia de catástrofes medioambientales, por vertidos de crudo que costará mucho remediar y accidentes nucleares, seguidas de bruscos reajustes al alza de los costes energéticos, es lo que podemos esperar hasta el completo agotamiento de las reservas petrolíferas o el dominio sin sobresaltos de la energía nuclear, a menos que haya una rápida sustitución de ambas por energías renovables, que no carecen de problemas, por su parte. Un escenario de futuro que no es el más favorable, desde luego, para la recuperación sostenida de la economía global.

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