viernes. 19.04.2024

Las dos España, mitos y leyendas

NUEVATRIBUNA.ES - 31.8.2010 En 1930 existían, en efecto, dos Españas. Una formada por plutócratas, clases medias tradicionalistas, militares y clérigos, que tenía todos los privilegios del dinero, la alcurnia y el poder, y otra, inmensamente mayoritaria, analfabeta, pobre, humillada, amedrentada, resignada y sin apenas posibilidades de prosperar.
NUEVATRIBUNA.ES - 31.8.2010

En 1930 existían, en efecto, dos Españas. Una formada por plutócratas, clases medias tradicionalistas, militares y clérigos, que tenía todos los privilegios del dinero, la alcurnia y el poder, y otra, inmensamente mayoritaria, analfabeta, pobre, humillada, amedrentada, resignada y sin apenas posibilidades de prosperar. Aunque sorprenda, las dos Españas nos se relacionaban entre si más que obedeciendo a estructuras muy jerarquizadas y era –como en La India- muy difícil pasar de la una a la otra. Tan sólo algunos burgueses arrimados a las
gentes de bien, traicionando a su clase, podían terminar matrimoniando con algún “pollo” venido a menos y situarse, no sin recelos, entre los elegidos.

Fueron burgueses ilustrados quienes formaron los primeros gobiernos republicanos, burgueses con un programa de reformas moderadas ya aplicadas en buena parte de nuestro entorno; burgueses que se verían obligados a combatir a las masas populares hartas de siglos de atropellos y abusos, pero decepcionadas por el lento avanzar de los cambios liberadores alimentados por el sueño republicano. Los proletarios creyeron que la República acabaría de un plumazo con todo el entramado caciquil que los subyugaba y oprimía, lanzándose, generalmente dirigidos por la CNT, a huelgas y conflictos que los sucesivos gobiernos hubieron de reprimir con los medios a su alcance, que no eran muchos, sobre todo si pensamos que una parte del Ejército conspiraba contra el nuevo régimen desde el mismo día de su instauración. La obra reformista de la República, desarrollada en tan sólo dos años, quiso primero dar escuela a quienes carecían de ella, esperando como fruto ciudadanos libres y conscientes; elevó los salarios de los jornaleros; admitió el divorcio, el voto de la mujer, emprendió obras públicas para mitigar el paro, puso en marcha una tímida reforma agraria y quiso la separación –condición sin ecua non para avanzar en el progreso social- de la Iglesia y del Estado. La pobreza impulsó a muchos jornaleros y obreros a luchar por mejorar su situación, enfrentándose abiertamente con los gobiernos republicanos y cometiendo, en ocasiones, desmanes sólo justificables por su terrible situación; la defensa del privilegio, animó a la minoría que todo lo tenía a empuñar las armas del Estado contra el Gobierno y
contra los pobres, provocando una de las etapas más desdichadas y trágicas de nuestra historia. Sí, había entonces varias Españas -puede que tres, o que cuatro-, pero fundamentalmente dos: La de los que dieron rienda suelta a los cuatro jinetes del Apocalipsis movidos por un egoísmo brutal; y la que, desde el analfabetismo y la opresión secular, quiso romper la armadura obscena que les oprimía.

Hoy no hay dos Españas, en ningún caso. El franquismo, mediante el terror, creó, al calor del turismo y de las remesas de los emigrantes, una clase media tirmorata e indolente, generalmente poco ilustrada y ajena a la cosa pública, salvo para maldecir a quienes en ella se involucraban, fuesen honrados o lo contrario. Esa clase social, que hoy abarca desde obreros manuales en precario a profesionales con alta remuneración, trabaja sin descanso, paga sus impuestos, consume en la medida de sus posibilidades, es dócil y comprende a la inmensa mayoría de habitantes de este país. De sus entretelas salen dos apéndices minoritarios, uno reaccionario que tiene la mirada puesta siempre en el pasado y en las “nuevas” políticas ultraconservadoras; otra, reformista que, desnutrida en sus filas por el avance del descreimiento y “el desencanto” acomodaticio, pretende solucionar, con mayor o menor destreza, los problemas que nos acucian desde antiguo.

Sin embargo, pese a su implantación minoritaria, la influencia social de los apéndices es grande y todavía son muchos quienes siguen hablando de las dos Españas, de "guerravicilismo”, de balcanización del país. Nada más falso. Lamentablemente, nuestra actual democracia no quiso que de las escuelas saliesen ciudadanos conscientes y libres, a los jóvenes se les ocultó el pasado como si no hubiese existido y hoy, para algunos, aunque parezca mentira, resulta una provocación que una persona quiera saber donde yacen los restos de su padre fusilado y torturado; que se intenten fórmulas para que los nacionalismos periféricos se integren placenteramente dentro del Estado; que se llame genocidas a quienes cubrieron España de sangre y terror una vez acabada la contienda civil.

No, hoy no existen dos España, pero sí una minoría recalcitrante que hace mucho ruido y tiene pocas nueces que vender, que está al acecho, que ha multiplicado su hacienda por mil al calor de la especulación y de la destrucción, hormigonera en mano, física de España, que sigue sin estar dispuesta a perder ni uno solo de sus privilegios “innatos”. La inmensa mayoría, como antaño, calla y contempla el panorama desde un puente, ajena a su historia.

Pedro L. Angosto


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