viernes. 29.03.2024

La otra crisis, la de los valores

La involución que se ha producido en los últimos años, la crisis de valores que vivimos, ha alcanzado unos niveles muy preocupantes.

La involución que se ha producido en los últimos años, la crisis de valores que vivimos, ha alcanzado unos niveles muy preocupantes. En el terreno social, los años de bonanza, en los que parecía que había dinero para todos y para todo, han servido de caldo de cultivo para el fomento del individualismo en detrimento de lo público, el mismo Zapatero defendía, como seña de identidad de la izquierda, bajar impuestos, primar lo individual sobre lo colectivo.

Con la crisis económica la derecha ha dado una vuelta de tuerca devaluando el papel del trabajo (excepto para pagar impuestos) y laminando los servicios esenciales y los sistemas de protección social. Ahora le toca el turno a la justicia, cuya reforma anunciada por Gallardón nos puede retrotraer a los años 80.

También la Iglesia, que no para, quiere recuperar terreno. Monseñor Blázquez no considera idónea a Soraya Sáenz de Santamaría, para hacer de pregonera de la Semana Santa, por estar casada por lo civil (aunque esto le pasa por no aceptar la separación entre las distintas religiones y el Estado) y el obispo de Lleida nos explica que no todo el mundo puede hacer de todo y que las mujeres no pueden decir misa igual que él no puede parir. Toda una lección de sensibilidad y profundidad intelectual.

El bombardeo sistemático de ideología conservadora ha ido cambiando nuestras prioridades y formas de actuar, haciéndonos más pasivos, con menor capacidad de respuesta pero, probablemente, lo más preocupante es la aceptación por buena parte de la sociedad de que el ejercicio de una responsabilidad pública lleva aparejado cierta dosis de corrupción. Castellón puede ser el ejemplo paradigmático. Elección tras elección, Carlos Fabra salía respaldado a pesar de su enriquecimiento injustificado, que el justificaba, no sin cierta ironía, con una sorprendente suerte en la lotería.

Algo similar, aunque la lista es mucho más larga y plural, podríamos decir de Ourense, donde José Luis Baltar (el cacique bueno como le gustaba autodenominarse) después de haber ejercido efectivamente de cacique durante muchos años, como si la provincia fuese su cortijo, se despide dejando bien claro que deja ahora la política porque quiere. Eso sí, ha nombrado de heredero a su hijo.

Con estos antecedentes no es de extrañar que el Jurado haya declarado a Francisco Camps no culpable. Para la mayoría de la ciudadanía no existen dudas razonables sobre quien pago los famosos trajes pero para la mayoría del Jurado esto no es delito.

Con todo, no parece que la regeneración democrática sea una prioridad en la política de los partidos que, centrados en lo inmediato, tienen más interés en modificar la forma, el envoltorio, que el fondo. Es lo que está haciendo el PSOE. Después del batacazo electoral y la convocatoria de un congreso por vía de urgencia, todos dicen tener las claves para la recuperación del partido, pero ni están claras ni han sido producto de una reflexión colectiva.

Es como si el mero hecho de celebrar el congreso con dos personas compitiendo para la secretaría general conjurase todos los males, olvidando que otra forma de declive ideológico es la ausencia de debate, que solo es posible una participación real cuando la gente tiene oportunidad de conocer, discutir y reflexionar sobre las diferentes alternativas. Lo contrario es populismo, culto a la personalidad. Y debilita a las organizaciones.

Carme Chacón apuesta por el rearme ideológico pero no dice cual. No está claro si es porque no lo sabe o porque piensa que a los poderes facticos de su partido lo único que les interesa es recuperar el poder cuanto antes, y meterse en semejante tarea les puede distraer del objetivo único. Además ya se sabe, los debates los carga el diablo y, en uno de este calado podría pasar cualquier cosa.

Algo similar sucede en el resto de partidos, cuyos dirigentes parecen no enterarse de que además de la crisis económica nos enfrentamos a una crisis de valores, de legitimación de las instituciones democráticas, y contra la que no vale con aplicar viejas recetas.

En fin, el panorama no es nada halagüeño pues si difícil esta la salida de la crisis económica más lo estará, al menos para los intereses de la mayoría, si no somos capaces de revertir la dirección que hemos tomada, de apostar por la regeneración democrática y presentar batalla a la ideología dominante que tan claramente beneficia a los poderosos.

La otra crisis, la de los valores
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