miércoles. 17.04.2024

La izquierda, en reconstrucción

Hace once años acudí solitario –como más me gustaba entonces– al estreno de la película “En construcción”, de José Luis Guerin, donde magistralmente se contaba la rutina diaria de la transformación de un barrio barcelonés a través de las miradas y vivencias particulares de una serie de personajes.

Hace once años acudí solitario –como más me gustaba entonces– al estreno de la película “En construcción”, de José Luis Guerin, donde magistralmente se contaba la rutina diaria de la transformación de un barrio barcelonés a través de las miradas y vivencias particulares de una serie de personajes. Todos ellos eran personas normales, es decir, protagonistas de lo que comúnmente llamamos “vidas anónimas”. Y todos ellos eran, además, eslabones de una cadena, la que formaban –aun sin saberlo conscientemente– con la globalización a escala local. Ninguno de los personajes era un triunfador; antes al contrario, todos ellos eran luchadores sin reposo permanente, sin éxito final que asegurara una vida cómoda y contemplativa. Quizá la mirada de Guerin en 2001 ya anunciaba una sociedad en permanente construcción y, al mismo tiempo, en permanente desestructuración. Sea como fuere, aquella película y la situación actual de la izquierda española tienen mucho en común o, al menos, a mí me lo parece.

La Gran Recesión –repercutida en Europa a partir de 2008– está removiendo muchos de los cimientos que creíamos fijos en el sistema económico y político propio de las democracias occidentales de la segunda mitad del siglo XX, el Estado social de Derecho. La columna vertebral de este modelo de Estado era el pacto de rentas por el cual se aseguraba la paz social entre los mundos antagónicos del capital y del trabajo. A cambio de una redistribución más igualitaria de la riqueza –a través de transferencias de renta del Estado en sus diversas políticas públicas– se aceptaba la economía de libre mercado por parte de los trabajadores y sus organizaciones políticas y sindicales. La Gran Recesión fue la consecuencia ineludible de la hegemonía neoliberal en la economía de las tres últimas décadas, con la consecuente hegemonía en las políticas que facilitaban los intercambios económicos. Las soluciones a las sucesivas crisis generadas por la Gran Recesión están no solo desmontando el Estado social sino revelando el inmenso poder que las grandes corporaciones tienen en el entramado jurídico-político que gestiona dicho modelo de Estado.

Ante la obscenidad de tal poder, la izquierda europea pareció quedar desarmada y sin palabras. Contribuyó a esa debilidad la colaboración que, desde los poderes ejecutivos, habían recibido las grandes corporaciones de mano de los partidos de centro-izquierda que habían gobernado en las tres últimas décadas. Los grandes partidos socialdemócratas que habían ocupado el poder en los países centrales de Europa habían abrazado con efusión los aparentes éxitos del neoliberalismo y las teorías que defendían la adaptación al mismo. Así, el español Felipe González, el británico Tony Blair y el alemán Gerhard Schröeder se convirtieron en los adalides de un nuevo socialismo que pretendía convivir, sin molestar, con ese inmenso poder que la globalización estaba facilitando a las grandes corporaciones. La socialdemocracia abrió la puerta al social-liberalismo. Ello motivó, por ejemplo, la escisión en el SPD alemán de Die Linke (La Izquierda) de Oskar Lafontaine.

Si algo tienen en común las sucesivas crisis generadas por la Gran Recesión es la puesta en cuestión del modelo neoliberal para la economía de mercado y la revelación de que la globalización se ha llevado a cabo siguiendo exclusivamente ese modelo neoliberal, indiscutible e indiscutido hasta el momento actual. Y aquí es donde aparece la  izquierda española desorientada, enfrentada a sí misma gracias al espejo que le ha puesto delante el movimiento ciudadano organizado que –en el desorden propio del desamparo al que se ha visto expuesto por las grandes organizaciones– ha tenido que ir inventando distintas plataformas para ir defendiéndose del poder financiero, principalmente, pero también del poder político incapaz de enfrentarse a aquél.

Siguiendo la estela de estos movimientos, de entre los que destaca el 15M, la ciudadanía de izquierdas ha ido generando distintas plataformas y organizaciones para dar una respuesta a la guerra declarada por las grandes corporaciones y sus gobiernos aliados. La apuesta es tan arriesgada e importante, quizá, como la que generó esa misma izquierda a mediados del siglo XIX, cuando los obreros industriales comenzaron a organizarse para luchar contra la sociedad de ricos y pobres que pretendían, entonces, imponer el gran capital y sus gobiernos liberales. La apuesta es igual de grande porque, ahora, se trata de articular una respuesta distinta a la que las grandes organizaciones de izquierda no han sabido dar hasta el momento, debido fundamentalmente a que siguen funcionando de manera jerarquizada en esquemas de poder vertical. Las grandes organizaciones políticas y sindicales de izquierda se han incorporado tarde a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y, además, solo las utilizan para estar presentes en Internet y en las redes sociales, intentando evitar el olvido o la irrelevancia entre esa ciudadanía indignada que reclama otras vías y maneras de influir en política. Las grandes organizaciones no están dispuestas a utilizar las nuevas tecnologías para empoderar a sus bases ni para dotarlas de participación en la toma de decisiones. Y esta es la novedad de esa izquierda que está organizándose al hilo de la nueva sociedad tecnológica.

Así, van surgiendo por toda la geografía española movimientos políticos y sociales que están incorporando cada vez a más personas a ese nuevo concepto de organización en red, con esquemas de poder horizontal, donde las opiniones se exponen, se debaten, se votan y se asumen por quienes visibilizan dichos movimientos. Muchas voces echan en falta aquel espíritu que se organizó contra la permanencia de España en la OTAN, iniciado por ciudadanos y secundado por organizaciones, y que desembocó en la creación de una formación que renovó el panorama de la política española: Izquierda Unida. Hoy, igual que entonces, existe una causa común que puede unir a toda la izquierda, tanto europea como española: el anti-neoliberalismo. Las razones son de sobrada gravedad para que toda la izquierda abandone sus particularismos y se centre en lo urgente y verdaderamente necesario, que es frenar la guerra declarada por el neoliberalismo al Estado social de Derecho y, evitar así, el dominio del Estado resultante por las grandes corporaciones, sometiendo finalmente a gobiernos y parlamentos en la gestión de dicho Estado neoliberal. Hoy tenemos causa, tenemos razones y, sobre todo, tenemos ganas de no dejar una pésima herencia a nuestros descendientes. Por todo ello, igual que hace siglo y medio, es más necesaria que nunca la unión y la unidad de toda la izquierda europea que está sufriendo la afrenta neoliberal.

En España, lo primero es organizar en un frente común a toda la izquierda alternativa que está surgiendo fuera del PSOE, IU, CC OO y UGT, que son las organizaciones políticas y sindicales que, hasta hoy, han vertebrado a la izquierda. Hay muchos movimientos en marcha, especialmente a nivel local y autonómico. Algunos, han adquirido o están adquiriendo relevancia estatal. Sin embargo, falta todavía esa necesaria unión de todos ellos en una plataforma, coalición o frente que visibilice la lucha común frente al neoliberalismo, a pesar de que todos ellos se están viendo perjudicados por dicha política. Solo cuando ese frente anti-neoliberal esté bien repleto de organizaciones e individuos, bien organizado, bien visible, se podrá contar con la colaboración de alguna de esas grandes organizaciones clásicas de la izquierda que, hasta ahora, solo contemplan con escepticismo o despecho a dichos movimientos alternativos.  Dichas organizaciones clásicas, no hay que olvidarlo, son incluso vistas como partes del sistema que nos aboca a la dominación de las grandes corporaciones.

Por eso, desde la irrupción del 15M, se han ido multiplicando los movimientos políticos y sociales que pretenden dar una respuesta distinta a dicho sistema, aunque todavía de manera aislada y, por tanto, sin posibilidad de poder efectivo. En el último mes y medio, sin embargo, han ido surgiendo organizaciones que pretenden dicho poder y, por tanto, parecen tomarse en serio la integración en plataformas más amplias con otras organizaciones que compartan el mínimo común denominador que las une a todas: el rechazo al sistema neoliberal. Esperanzador resulta, por tanto, la aparición de Izquierda Abierta, Constituyentes, Republicanos, Ecosocialistas, Socialismo 21, Socialistas y Republicanos, Socialistas a la Izquierda y, la más reciente de todas, Construyendo la Izquierda, que tiene como único objetivo aglutinar a todos los movimientos políticos y sociales de izquierda que comparten el anti-neoliberalismo en un frente o coalición, al estilo del Parti de Gauche francés, el Die Linke alemán o el Syriza griego. Observo con expectación e ilusión a todos ellos y a todos ellos recomiendo que aparquen sus diferencias y firmen ese compromiso común que los une a todos en el rechazo a las políticas neoliberales. Solo así despertarán el interés de esas organizaciones clásicas y mastodónticas de la izquierda española que, hasta ahora, más por intereses particulares que generales, parecen no estar dispuestas a articular dicho frente común anti-neoliberal. 

La izquierda, en reconstrucción
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