viernes. 29.03.2024

La cumbre de Copenhague

NUEVATRIBUNA.ES - 22.12.2009 El resultado de la cumbre de Copenhague ha sido un jarro de agua fría para muchas personas. Teníamos la esperanza de que los dirigentes mundiales, fuesen capaces de ponerse de acuerdo en tomar las medidas necesarias para evitar un cambio climático que amenaza con trastocar gravemente las condiciones de vida en nuestro planeta.
NUEVATRIBUNA.ES - 22.12.2009

El resultado de la cumbre de Copenhague ha sido un jarro de agua fría para muchas personas. Teníamos la esperanza de que los dirigentes mundiales, fuesen capaces de ponerse de acuerdo en tomar las medidas necesarias para evitar un cambio climático que amenaza con trastocar gravemente las condiciones de vida en nuestro planeta. Sin embargo, lo único conseguido ha sido una declaración de intenciones y un emplazamiento para dentro de un año.

¿Habíamos puesto el listón muy alto? No desde el punto de vista de las necesidades, cada día que pasa sin actuar nos pone más difícil el control sobre el cambio climático, pero sí, probablemente, desde el punto de vista de las posibilidades.

Las causas del fracaso de la cumbre han sido varias, una, probablemente la más importante, ha sido la actitud de los EEUU. Las declaraciones de Obama en relación a la conservación del medio ambiente, hacían pensar que la administración americana iba a hacer unas propuestas más coherentes. Quizás este haya sido el principal error, porque el cambio de presidente no quiere decir que haya cambiado la percepción que los ciudadanos americanos tienen del problema, y en éstos están muy arraigadas las ideas de que la situación no es tan grave y de que el factor humano no es determinante en el cambio climático. Además, el optimismo tecnológico les lleva a confiar en que la ciencia y la tecnología serán capaces de resolver los problemas antes de que sea demasiado tarde. De poco hubiese servido un mayor compromiso del presidente de los EEUU si luego, como pasó con los acuerdos de Kioto, no lo ratifica el Congreso.

Las demandas de los ciudadanos no solo han sido determinantes en el caso de los EEUU. En amplias zonas del planeta las prioridades de la gente no son las medioambientales sino la lucha contra la pobreza, más en una situación de crisis económica. Un desarrollo que no tenga en cuenta la conservación del medio ambiente puede ser pan para hoy y miseria para mañana, pero mientras cientos de millones de personas no tengan resuelto el problema del hambre de hoy, difícilmente les podemos pedir que piensen en el mañana.

Los países menos desarrollados no se fían (y no les faltan razones) de los más ricos, los causantes del actual estado de cosas. Ven en sus propuestas una forma de seguir manteniendo, o incrementando, las desigualdades y les exigen mayores esfuerzos (EEUU consume 30 veces más energía por habitante que China). Este clima de desconfianza ha sido acrecentado por la actitud de China, al negarse a la verificación de su reducción de emisiones.

En Copenhague también ha quedado en evidencia el escaso peso internacional que tiene la Unión Europea que, con el programa más ambicioso y la política más coherente, al menos en teoría, ha sido incapaz de jugar un papel decisivo en el desarrollo de la cumbre. El acuerdo final, un texto inconcreto que no compromete a nada, es producto del debate entre EEUU, China, India, Brasil y Suráfrica.

El convencimiento de que el cambio climático es un hecho y que el calentamiento de la tierra puede llegar a un punto de difícil retorno, está creciendo; también el de la responsabilidad de la actividad humana en dicho cambio, pero todavía no lo suficiente como para tomar las medidas que permitan revertir o frenar el proceso. Controlar el cambio climático requiere el abandono de los intereses cortoplacistas y el diseño de un nuevo de modelo de desarrollo que contemple la reducción del consumo en los países más industrializados (se puede hacer de forma significativa sin perder por ello calidad de vida), una nueva formas de producir bienes y servicios en el mundo y la transferencia de recursos económicos y tecnológicos a los países más pobres. Es decir, una verdadera revolución cultural.

El problema es global y en la solución deben participar todos los países (especialmente los más contaminantes), pero no podemos esperar a que todos se pongan de acuerdo para empezar a actuar. La UE debe mantener su propuesta de conseguir, para 2020, una reducción del 20% de emisiones de CO2 y la generación del 20% de su energía con fuentes no contaminantes. También debe plantearse un creciente protagonismo y liderar un proceso que permita mayor grado de consenso y más compromiso en el próximo encuentro de 2010.

La decepción por los resultados de la cumbre, lejos de paralizarnos, debe ser un acicate para redoblar esfuerzos, exigir a las administraciones mayor compromiso y empezar esa revolución cultural integrando la protección del medio ambiente en cada actividad de nuestra vida cotidiana.

Enrique Tordesillas es colaborador de El Periódico de Aragón y Radio Zaragoza y miembro del Observatorio de la Fundación 1º de Mayo "Sindicalismo y cambio en el mundo del trabajo".

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