viernes. 29.03.2024

La crisis y la idea de crisis

Estar en crisis, significa, entre otras cosas, ser consciente de una mutación importante en el desarrollo de  procesos, ya sea de orden físico, histórico, económico o espiritual. Por lo tanto, si entendemos crisis como momento en el que se produce un cambio de las condiciones, es evidente que, lo que estamos viviendo desde 2008, son una serie de dificultades de dimensiones colosales.

Estar en crisis, significa, entre otras cosas, ser consciente de una mutación importante en el desarrollo de  procesos, ya sea de orden físico, histórico, económico o espiritual. Por lo tanto, si entendemos crisis como momento en el que se produce un cambio de las condiciones, es evidente que, lo que estamos viviendo desde 2008, son una serie de dificultades de dimensiones colosales.

Ahora bien, se ha dicho en repetidas ocasiones – nos hemos cansado de oírlo– que la crisis inmobiliaria mundial iniciada en 2008 tiene  su origen en el liberalismo. Si entendemos la voz liberal como manera de obrar, esto es, conforme a la liberalidad, desde luego el argumento no se sostiene por ningún sitio. El liberalismo, el pensamiento liberal, no solo es una doctrina económica, es también una ética y una conducta humana. En este sentido, muchas personas puedan sentirse absolutamente liberales con la ley actual de despenalización del aborto, o en el reconocimiento de los matrimonios del mismo sexo, e incluso, en la ley de igualdad y contra la violencia hacia los seres humanos. La historia de las ideas políticas y económicas nos lleva a la necesidad de tener cuidado con no precisar bien conceptos que pueden suponer cosas muy distintas. El liberalismo como ética y como conducta humana se refiere a un tipo de avance técnico y social, ya que, siendo el liberalismo inicialmente una filosofía del progreso, se afianza en la consecución de una mejora en todos los órdenes  (cívico, de bienestar, intelectual, moral, etc).

El liberalismo económico nacido en el siglo XIX, era también una idea de progreso pensada para un grupo de personas (la burguesía) que eran los llamados a dirigir a la sociedad (que se hacía dependiente de ella). Lo importante a tener en cuenta de esta idea de liberalismo para entender la crisis, no es tanto su doctrina económica, cuanto el hecho de que todo se hacía en nombre de una mentalidad utilitarista. Utilitarista en el sentido del progreso que eliminaba como magistralmente señala Hobsbawm, cualquier idea moral (Eric Hobsbawm, 1962, pág. 241). 

Por esta motivo, tan importante es distinguir entre liberalismo y  desregulación, como crisis e idea de crisis. En la situación que estamos atravesando, analizar la crisis en sí misma (paro, burbuja inmobiliaria, crisis de deuda, rapiña, la nada, la pérdida de derechos sociales y laborales…), es tan importante como entender la idea o la ideología  de la crisis que tienen las élites que están al mando.

Empecemos dando algún mínimo detalle de este culebrón de intrigas, desfalcos, deslealtades y corrupción. La nacionalización de Bankia reúne una colección de despropósitos institucionales nada edificantes. Desde la pistola en el pecho con la que, según la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, forzaron la fusión de Caja Madrid con la valenciana Bancaja, hasta la designación del sustituto de Rodrigo Rato a iniciativa o con la aquiescencia de los presidentes de los principales bancos competidores, sin excluir las actuaciones de los auditores o del Banco de España, hay pocas razones para minimizar la desconfianza en el conjunto del sistema económico. Pero la responsabilidad no se limita solo al PP. ¿Qué ha hecho Fernández Ordóñez  al respecto más que, por decirlo en términos de Kershaw, “trabajar en la dirección del líder”? Lo único que hemos oído del Gobernador del Banco de España es justificar la reforma laboral de Zapatero  y preconizar a bombo y platillo la moderación salarial. De lo que estaba sucediendo delante de sus narices; nada de nada. Excepto, eso sí, cuando el desaguisado estaba ya a la vista de cualquiera: “La CAM es lo peor de lo peor”, afirmó sin pestañear y sin, aparentemente, sentir ningún tipo de contradicción o remordimiento. A Fernández Ordóñez lo nombró Zapatero y a Carlos Dívar, hoy metido en un problema importante, también. Y lo más grave, es que, los ciudadanos, que, a día de hoy, son meros espectadores (además de contribuyentes), perciben que esos agentes, lejos de asumir las consecuencias de sus errores, serán apoyados por los fondos procedentes de los impuestos para evitar males peores. Por eso, como dice el editorial de EL PAÍS del pasado domingo, habría que valorar positivamente el primer paso dado por el fiscal general del Estado de abrir una investigación para averiguar si ha habido responsabilidades penales en la gestión de las cajas. Pero hay más problemas: resulta inaceptable el nuevo déficit oculto de Castilla y León, Madrid y Comunidad Valenciana. La mentira política en cuestiones tan vitales para un Estado en crisis gravísima como está España y con una sociedad completamente esquilmada y desesperada, tendría que llevar a la inmediata dimisión o cese del político de turno.

En cualquier caso, es tan importante analizar la política como la naturaleza o la mentalidad que la inspira y a este respecto, resultan imprescindibles algunas observaciones importantes a la idea de la crisis. Las causas de la crisis y también muchas de las acciones que se están tomando para resolverse (y cambiar el modelo económico de paso), encuentran una raíz muy clara en los teóricos del utilitarismo del siglo XIX. Por ejemplo, en el propio estallido de la crisis, esto es, la quiebra del sistema bancario que tiene su origen en la idea planteada por Jean Baptiste Say  en su Tratado de economía política, donde  formuló lo que se ha conocido como Ley Say o Ley del mercado: “Todo lo que se produce puede ser vendido a un precio conveniente”. Y siendo así, es la producción la que determina el mercado de productos. En caso de existir excedentes, éstos solo quedan limitados a determinados sectores que, en cualquier caso, se absorberían por medio de las ganancias de otros. No se puede explicar de otra manera  la crisis inmobiliaria de la venta de productos tóxicos. Se ponían a la venta porque existía la creencia de que siempre se revalorizarían. ¿Y por qué concedían hipotecas a personas que no eran solventes? Porque creían en la teoría del estado estacionario de John Stuart Mill. Mill opinaba que, dentro de un corto espacio temporal, los beneficios podían bajar, pero existía siempre un estadio estacionario en el que, equilibrando la población, el capital y los salarios, el crecimiento podría ser constante. Es evidente que, en una economía globalizada, la teoría de la compensación no puede funcionar bajo ningún concepto. Sin embargo, muchos sí lo creyeron así.

La ideología de la crisis también entra de lleno en lo que tiene que ver con los salarios. Por ejemplo, la reforma laboral última que se ha aprobado en España. A este respecto, David Ricardo pone de manifiesto la creciente dificultad que encuentra un empresario  para obtener una cantidad adicional de recursos con la misma cantidad proporcional de trabajo, lo cual produciría una elevación de los salarios. Los salarios deben depender, para David Ricardo, de los costes de producción. Fijémonos en la situación actual: dado que a las empresas cada vez les cuesta más producir, puesto el consumo ha bajado, es imprescindible bajar los salarios.

No hay duda. La crisis y también la idea de la crisis, obliga a que  la salida no solo esté en la superación de las dificultades económicas a través de una política diferente al liberalismo económico (o la desregulación). Hay que plantearse también una regeneración en las conductas y en los comportamientos; esto es, obrar de manera liberal o con liberalidad, a través del fortalecimiento de nuestro Estado de derecho de 1978 ahora que tanto está erosionando la continua apelación a la oda de Nietzsche que proclama larga vida a la muerte del espíritu, aunque eso sí, antes de que el deceso siquiera se intuya.

La crisis y la idea de crisis
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