jueves. 25.04.2024

La conjura de los pijos

NUEVATRIBUNA.ES - 14.10.2009Serán culpables penales o no, pero lo cierto, lo que irrefutablemente sabemos, es que la gran mayoría de los que desfilan por el sumario de Gürtel son una pandilla de pijos de tres pares de narices, por no decir de otra cosa.
NUEVATRIBUNA.ES - 14.10.2009

Serán culpables penales o no, pero lo cierto, lo que irrefutablemente sabemos, es que la gran mayoría de los que desfilan por el sumario de Gürtel son una pandilla de pijos de tres pares de narices, por no decir de otra cosa. ¿Será eso motivo de escarnio? Pues mire usted: ver en aprietos a representantes tan lucidos de los señoritos new age que se han deleitado por décadas en contar chistes de maricas, de llamar camioneros a las lesbianas, de ironizar sobre los ecologistas y de perdornarnos la vida a los que no somos adictos a la gomina y, además, tenemos el vicio de leer, a mí me alegra un montón. Que les den árnica si les duele.

Trataré, no obstante, de ir más lejos, ensayando una caracterización de los pijos retratados en los papeles judiciales. Sea lo primero a destacar la enorme vacuidad, la inmensa banalidad de sus intenciones: no hay ni una alusión a principios, a objetivos, ni siquiera a política partidaria. Todo eso es secundario, como si la misma ocupación –empresarial o política- de sus vidas, aparte de ganar dinero y de atesorar signos de riqueza, fuera una pasión inútil, una torpeza inexcusable, un accidente inevitable. Lo que se refleja en las frases y en los giros lingüísticos empleados: son como niños grandes a los que sólo les da miedo ser frágiles; o sea: juegan incansablemente a policías y ladrones sabiendo que los malos se divierten más. Es en esa camaradería de pillos donde se reconocen y aceptan mutuamente, y ahí cobran sentido las efusiones de amistad tan cursis como imbéciles. Vulgares hasta la náusea, no pueden ser conscientes de ello.

Corolario de ese epidérmico culto a los signos de éxito mundano es su retórica del regalo: todo se lo dicen con desmayo y pompa estos amigos cuyos gestos de relación siempre han de ser caros: la marca es el mensaje. En este lujo de pijo postmoderno anida un regreso a formas de tribalismo estudiadas por etnólogos, que han documentado sociedades basadas en el trasiego constante de obsequios, hasta el punto de parecer irracionales, pues todo gira en una rueda que traerá lo que se donó hace algún tiempo. Pero es que el acto mismo de regalar es lo que genera y regenera el grupo: los implicados se sienten protagonistas y cómplices de las determinaciones que se sufragan, que se sellan, que se consolidan con esos agasajos.

La suma de cultura del regalo y de banalidad trae como consecuencia la (auto)presunta inocencia de los actores: no entienden que sus actos, tan preñados de desprendimiento y de solidaridad intergrupal, sean culpables. En los regalos o en esa miríada de “facilidades” que unos y otros intercambian siempre hay razones justificadoras… si se aplica, desde luego, la lógica de que ellos están por encima de las reglas comunes de la sociedad, por lo que no han de dar cuenta del origen de los fondos con que practican sus dádivas. Así, aducirán que un objeto les cuesta menos que al ciudadano “normal”, pero olvidan decir por qué, a cambio de qué; o se defienden indicando que son ofrendas pagadas con su dinero, omitiendo que su sueldo público no da para tales pagos. No va con ellos lo de la mujer del César: la empaquetarían y la mandarían con fineza a algún coleguita.

Llegamos así a una cuestión nuclear: este pijoterismo quintaesencial es necesariamente insolidario y antidemocrático, ya que su existencia exige que no todos los miembros de la sociedad estén en condiciones de gozar del estatus del pijo avanzado: no hay automóviles hiperguays para todos, no hay relojes de acero y oro rosa para todos, no hay trajes de trabilla italiana para todos…. En este marco cobra una nueva significación escucharles pedir agua para todos. Algo es algo. Pero, en esa insolidaridad, su contradicción: necesitados de ser vistos para disfrutar de los logros alcanzados, sus adornos se vuelven dedos acusadores. Aunque, imagino, debe ser fácil disfrazar esa sensación de frustración con la acusación de que los pelagatos-electores que no alcanzan su brillo no son más que una chusma de envidiosos.

Así, la pijería institucionalizada es la expresión ruin del neoliberalismo arrastrado hasta sus últimas consecuencias. Pijos siempre hubo, pero la derecha española los alentó desde mediados de la década de los 90: eran la juventud dorada que debía quitar los complejos a un partido que aún trataba de adaptarse a la democracia y, a la vez, saldar cuenta con la ética y estética de los progres y descarriados sesentayochistas de la Transición. Y es que si muchos de los impulsos políticos igualitarios de esa época se iban a poder reconducir, la derrota que la cultura reaccionaria sufrió a la muerte del Caudillo es más imperecedera. Los mensajes subliminales de la casta de pijos-políticos son elocuentes y convergen con otras fuentes de valores y nada hay más expresivo que ver a los amos del Gürtel organizando una visita del Papa: nuevas y viejas ideas navegan juntas, por lo que algunos jueces o capellanes no tienen porqué ser pijos orgánicos: les basta con mirar para otro lado mientras hacen la trampa. La trama significativa estaba lista: hay pijos como para administrar el desvío de fondos públicos y de desviar las decisiones públicas a favor de los señores de la economía de tibia y calavera, que ponen sobre el tapete verde una cantidad irrisoria para que los niños bonitos puedan seguir regalándose baratijas de alto precio. Algunos le llamarán economía de mercado. Ellos usan brillantina: pero sus efectos sobre la sociedad son, más bien, similares a los de la vaselina. Y una última reflexión, quizá la más terrible: ¿cuántos jóvenes ayunos de contraimágenes morales prevenientes de la política, sumisos al imperio de las marcas y educados en un culto al menor que les excluye del esfuerzo, no se sentirán tentados de tomar como modelos a estos mequetrefes?

Manuel Alcaraz Ramos es Profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Alicante y Director de Extensión Universitaria y Cultura para dicha ciudad. Ha militado en varias formaciones de izquierda y fue Concejal de Cultura y Diputado a Cortes Generales.

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