viernes. 29.03.2024

Krugman se equivoca

Krugman fustigó durante años las ideas y políticas económicas de la derecha reaccionaria que con Bush a la cabeza abrió las puertas de par en par a la burbuja financiera e inmobiliaria que provocó la crisis económica global.

Krugman fustigó durante años las ideas y políticas económicas de la derecha reaccionaria que con Bush a la cabeza abrió las puertas de par en par a la burbuja financiera e inmobiliaria que provocó la crisis económica global.

Tras la obtención del Premio Nobel de Economía en 2008 multiplicó su labor como publicista con la pretensión explícita de influir en la opinión pública y en la agenda política de los gobiernos e instituciones que tienen mayor responsabilidad en la gestión de la crisis global. En su nuevo libro, ¡Acabad ya con esta crisis!, se detiene a analizar algunos problemas que afectan a la economía española y al conjunto de la eurozona que merecen ser leídos con atención.

Muchos y buenos argumentos

Krugman desenmascara con acierto el “Gran Engaño” que ha logrado propagar un falso relato sobre las causas de la crisis de la eurozona y convencer a buena parte de la opinión pública europea. Los mercados y las instituciones comunitarias han aprovechado ese engaño para imponer y justificar medidas draconianas de ajuste que sólo han servido para empeorar la situación. En ese interesado cuento se afirma que la crisis europea ha sido causada por la irresponsabilidad fiscal de gobiernos corruptos y manirrotos que han incurrido en déficits presupuestarios excesivos y se han burlado de sus ciudadanos y de sus socios europeos.

Como argumenta Krugman, el compromiso de las elites europeas con ese “Gran Engaño” es total y ninguna prueba esgrimida en su contra les va a separar un milímetro de un guión que establece una cerrada defensa de la penitencia de austeridad extrema para purgar los excesos y pecados gubernamentales y prescribe un poder sancionador comunitario estricto que garantice el equilibrio presupuestario e impida la repetición de tales excesos.  

Krugman concede la máxima importancia a un problema que se mantiene en un segundo plano: el de los desequilibrios por cuenta corriente de los países del sur de la eurozona. Y aporta sobrados argumentos para defender que la distancia creciente entre esos déficits comerciales y el superávit de Alemania conforma el núcleo de las dificultades que debe superar Europa si quiere mantenerse unida. 

Krugman sostiene razonadamente que las medidas impuestas a las economías de los países del sur de la eurozona -una insufrible devaluación interna basada en recortes del gasto público y presión sobre los costes laborales- tienen más posibilidades de empeorar la situación que de suponer un remedio. También son sólidas sus críticas a las incoherencias institucionales de la eurozona y, al tiempo, su rechazo a considerar que la salida del euro de los socios con problemas pueda ser una buena idea o solución. Antes bien, señala que la posible salida del euro de algunos socios supondría un descomunal descalabro para las economías afectadas y una terrible derrota política para el proyecto de unidad europea. Krugman, pese a definirse como euroescéptico, se inclina por intentar salvar al euro partiendo de otro diagnóstico de los problemas y de políticas alternativas para superarlos; aunque sus últimos artículos muestran un pesimismo creciente respecto a la capacidad y la voluntad de los dirigentes europeos para salvar al euro.

Hasta aquí, una apretada síntesis de lo que en mi opinión es una brillante denuncia de un timo intelectual que vincula crisis y despilfarro del sector público y de las erradas políticas económicas que han impuesto en la UE los dogmas de la austeridad y el equilibrio presupuestario.

Posiciones discutibles

Junto a muchos argumentos atinados, también pueden encontrarse en el texto de Krugman opiniones y análisis discutibles que merecen ser tomados en consideración, debatidos y, en su caso, sometidos al mismo rigor crítico que practica su autor habitualmente.

Krugman afirma que “los sueldos españoles son demasiado altos comparados con los alemanes”. Observa que salarios y precios subieron de forma excesiva en relación con los de Alemania. Y sostiene que “la esencia del problema español –de donde proviene todo lo demás- es la necesidad de reajustar los costes y los precios”

Un dato, el aumento de los costes laborales unitarios en un 35% de media en los países del sur de la eurozona frente al 9% en Alemania en la década siguiente a la creación del euro, le basta a Krugman para levantar un entramado argumental que nos conduce desde la pérdida de competitividad de la industria del sur de Europa al registro de grandes e insostenibles déficits comerciales que alejan a las cada vez más desequilibradas cuentas externas de estos países de la saneada situación que mantienen Alemania y otros países centrales de la eurozona.

Krugman pinta con brocha gorda a un culpable, el aumento de los costes laborales, que requiere pinceles más finos, mayor atención al detalle y diferenciar la particular intensidad y específicas consecuencias de ese aumento en cada uno de los países afectados. No es de recibo, por ejemplo, limitarse a constatar una tendencia innegable, el mayor crecimiento de los salarios nominales y reales en España respecto al estancamiento de los salarios en Alemania, sin señalar al mismo tiempo que ese acercamiento de los salarios se debe en gran parte a un proceso natural de convergencia nominal entre economías que forman parte de un mercado único y comparten la misma moneda. Convergencia nominal, que no de estructuras productivas, propiciada por una financiación muy abundante proveniente de Alemania y otros socios comunitarios con superávit corriente.

Prestamistas e inversores extranjeros obtuvieron pingües beneficios sin percibir las insostenibles burbujas inmobiliaria y financiera que estaban propiciando ni los enormes riesgos que adquirían y producían en la economía española al inflar esas burbujas y propiciar un endeudamiento desorbitado de los agentes económicos privados. Fue esa financiación externa la que sustentó el diferencial de crecimiento de la actividad económica y el empleo que experimentó la economía española (junto a otros países periféricos como Grecia o Irlanda) respecto al menor crecimiento de Alemania y los otros países centrales de la UE y, como consecuencia, una clara convergencia de precios, salarios y PIB por habitante hasta el año que estalló la crisis global. 

Krugman comete un error de bulto al no hacer la más mínima referencia a que tras ese proceso de convergencia en los niveles generales de precios y salarios, los costes laborales siguen siendo en España significativamente inferiores a los de Alemania; incluidos los salarios de los sectores manufactureros orientados a la exportación (la automoción, por ejemplo) en los que las diferencias de productividad son menores.

Krugman no menciona un hecho muy relevante que debería tener alguna cabida en su reflexión: en la segunda mitad de 2010, en 2011 y en lo que va de 2012 se ha producido en la economía española un retroceso de los salarios reales y, más aún, de los costes laborales unitarios que han tenido una mayor incidencia sobre el estancamiento de la actividad económica, el aumento del desempleo y la reducción de la demanda interna que en crecimiento de las exportaciones o disminución del déficit público. Aunque la recuperación de las exportaciones españolas en los últimos dos años es un dato innegable, el menor desequilibrio de las cuentas exteriores logrado en ese periodo tiene más relación con el retroceso de las importaciones inducido por la disminución de la demanda interna y la incipiente nueva recesión que con el crecimiento de las exportaciones. Y todo indica que así seguirá siendo en un futuro próximo. De hecho, las previsiones para 2012 presentadas por el Gobierno de España en su “Programa de Estabilidad 2012-2015”, aprobado por el Consejo de Ministros de 27 de abril de 2012 señala una reducción de los costes laborales unitarios del 1,7% (en términos reales el retroceso se acercaría al 3%) que favorecería un crecimiento de las exportaciones de bienes y servicios del 3,5% pero reduciría la demanda nacional en un 4,4% y las importaciones en un 5,1%.

Los datos son claros al respecto. El crecimiento nominal en euros de los costes laborales por hora, incluyendo las cuotas empresariales a la seguridad social, en el conjunto del sector industrial fue del 25,9% en Alemania entre 1999 y 2009, frente al  43,1% que alcanzó en la industria española (Natixis, 2012); pero en los dos últimos años, 2010 y 2011, el crecimiento de los costes laborales fue muy similar en ambos países (3,6% en la industria alemana y 3,5% en la española). Y hay que decir a continuación que a pesar de que el mayor crecimiento de los costes laborales en la industria española mitigó la desigualdad inicial, la distancia seguía siendo en 2011 muy importante, 34,2 euros por hora en la industria alemana frente a 22,3 euros en la industria española. Tal diferencia supone que los costes laborales por hora en la industria alemana son todavía hoy superiores a los de la española en un 53%.

De igual forma, al tener en cuenta la evolución global de costes laborales y productividad global de los factores en uno y otro país, las grandes diferencias en la evolución de los costes laborales unitarios de cada sector quedan ocultas tras una media que indica muy poco. En la década posterior a la creación del euro, el crecimiento de la economía española fue significativamente más intenso que el de la alemana y se concentró en sectores protegidos de la competencia externa (construcción y servicios a las personas), caracterizados por una escasa productividad que repercutía de forma muy negativa sobre la productividad aparente del conjunto de la economía; pero ese negativo comportamiento global de la productividad distorsiona y oculta los mejores resultados obtenidos por una parte relevante del sector manufacturero volcado en las exportaciones.   

La misma conclusión cabe extraer del análisis comparado de la evolución de las exportaciones españolas y alemanas respecto al curso seguido por las exportaciones mundiales: apenas ha habido pérdidas en la posición relativa del volumen de las exportaciones españolas en el total de las exportaciones mundiales. Entre las grandes economías de la eurozona, sólo las exportaciones alemanas presentan mejores resultados y mayor resistencia que las españolas a perder peso relativo en las exportaciones mundiales.

Si Krugman, como aquí se argumenta, no tiene razón en este tema y la reducción de los costes laborales no puede resolver el desequilibrio de las cuentas exteriores española, ¿qué problemas centrales de carácter estructural deben afrontarse para solucionar dicho desequilibrio? A medio y largo plazo, fundamentalmente dos: el tipo de especialización productiva que se ha reforzado en los últimos años y el proceso de desindustrialización experimentado.

Han sido esos procesos de desindustrialización y reforzamiento de una especialización inadecuada los que han hecho al crecimiento de la economía española más dependiente de las importaciones manufactureras (a lo que se suma la total dependencia de la importación de hidrocarburos) y los que, al mismo tiempo, limitan las posibilidades de que en los próximos años la mejora cuantitativa de las exportaciones pueda compensar la caída de la demanda interna. Tal restricción estructural al crecimiento de la economía española no está ocasionada por las políticas de austeridad, recortes del gasto público y presión sobre los costes laborales que han aprobado desde mayo de 2010 los gobiernos de Zapatero y Rajoy; aunque, naturalmente, esas políticas de austeridad y devaluación interna hacen que el problema sea irresoluble, pues suponen un factor imparable de destrucción de tejido económico viable, empleos y empresas que no pueden soportar al tiempo la caída de la demanda interna y el bloqueo de la financiación bancaria.

La solución a los problemas estructurales señalados no puede encontrarse en la  reducción de los costes laborales, sea esa reducción traumática o menos traumática, negociada o impuesta. Menos aún si la reducción de los salarios se produce al tiempo que recortes irresponsables y salvajes del presupuesto público que provocan retrocesos de la inversión, menos protección social y bienes públicos y deterioro de derechos laborales y sociales.

Hay alternativas que suponen menos costes económicos y sociales

La importancia que concede Krugman al aumento experimentado por los costes laborales y a las dificultades para domeñarlos, le impiden considerar datos y tendencias de mayor importancia que las que menciona y que conforman el complejo entramado de problemas económicos específicos que deben afrontar y solucionar España y el resto de países del sur de la eurozona.

La prioridad que otorga a la reducción de los salarios parece impedir a Krugman realizar una reflexión más pausada sobre las posibilidades y restricciones que otorgan a cada país sus específicas ventajas comparativas y especializaciones. Variables que junto al tamaño del sector exportador determinan la particular capacidad de cada economía para mejorar su balanza comercial por la vía de reducir costes laborales y precios. En el mismo sentido, tampoco se detiene Krugman a sopesar qué impactos negativos pudieran provocar la disminución de los salarios sobre la demanda interna y los ingresos públicos. De hecho, en los últimos dos años se está produciendo la siguiente situación: el retroceso de los salarios reales impacta con mayor intensidad sobre la reducción de la demanda interna, la actividad económica, el empleo, las importaciones y los ingresos públicos que en mejora de las exportaciones. Al final, la presión sobre la demanda interna no hace desaparecer los desequilibrios de las cuentas exteriores ni permite reducir el déficit público con la intensidad y el ritmo previstos.

Otras soluciones son posibles. Requieren de los países del sur de la eurozona políticas modernizadoras de sus estructuras y especializaciones productivas que exigen más y no menos inversión pública. Y una reforma fiscal progresista que permita obtener financiación adicional para incrementar esa inversión pública y, al tiempo, garantizar niveles aceptables de protección social que impidan una mayor caída de la demanda interna y una recesión prolongada.

Estas políticas modernizadoras son imprescindibles, pero también, insuficientes. En primer lugar porque no pueden tener efectos inmediatos o a corto plazo, ya que requerirían largos procesos de maduración hasta que sus influencias positivas sobre las estructuras productivas domésticas y las relaciones comerciales exteriores fuesen relevantes. Y en segundo lugar, porque el tiempo necesario para que las políticas de modernización tengan efectos sólo puede ser proporcionado por una UE capaz de avanzar hacia fórmulas equilibradas de federalismo que sean aceptables para todos los Estados miembros y contribuyan, directamente o aportando las garantías necesarias, a mantener la financiación de los desequilibrios de las cuentas exteriores de los países del sur de la eurozona y a refinanciar durante un periodo prolongado y a costes razonables sus deudas públicas.

En lugar de mantener unas políticas de austeridad generalizada y extrema que empeoran la situación y provocan costes económicos y sociales excesivos, Europa se verá obligada, si quiere mantener el proyecto de unidad europea, a proporcionar a los países del sur de la eurozona durante un tiempo relativamente prolongado financiación abundante y barata para mantener un largo proceso de modernización productiva que no pretenda impulsar la reindustrialización y la productividad a costa del empleo, los salarios y los bienes públicos. Y, como contrapartida, cada uno de los socios del sur de la eurozona deberá reforzar sus ingresos tributarios para estar en condiciones de financiar esa modernización productiva e impulsar cambios sustanciales en los modelos de crecimiento y consumo que permitan compatibilizar la senda del desendeudamiento público y privado con la generación de nuevos empleos decentes y actividades económicas sostenibles.

No conviene olvidar, por último, que las consecuencias de las salvajes políticas de austeridad impuestas forman parte de un proceso más amplio de aumento de los niveles de desigualdad económica que se concreta en grandes penalidades para una parte de la población y un reparto de sacrificios tan desigual como injusto. La disminución relativa de las rentas del trabajo respecto a las rentas del capital, la ampliación de las diferencias entre las propias rentas del trabajo y el desvalimiento creciente de sectores excluidos del mercado laboral constituyen una fuente de problemas económicos y crispación sociopolítica que de prolongarse en el tiempo pueden hacer completamente ingobernable la crisis. Algunos ejemplos de los nefastos efectos sociopolíticos, además de económicos, que producen las políticas de austeridad que se están imponiendo son reconocibles en el caso griego y en la destrucción y el dislocamiento de un tejido social y político que es imprescindible para la gestión de cualquier tipo de solución a la crisis.

Ya va siendo hora de que las instituciones comunitarias y los gobiernos de los Estados miembros comprendan que no se puede abusar durante tanto tiempo de la paciencia y la desolación de tantos millones de personas.  

Krugman se equivoca
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