viernes. 29.03.2024

Karl Marx: ¿Ciencia? y Revolución

Al igual que con Keynes y Sraffa, se pretende en esta sección traer las obras, estudios (papers), textos sobre los aspectos (principalmente) económicos  que aportan Marx y el marxismo a la luz de los problemas de este siglo. Acotamos de esta manera el interés de esta corriente de pensamiento. Hay que decir de entrada que el marxismo ni el estudio de la obra de Marx, es decir El Capital, forma parte del programa de un estudiante de economía en las universidades de este país y, al menos, en los del mundo anglosajón. O al menos no lo formaban hace tres décadas cuando yo estudié economía en la Universidad Complutense; y las cosas, viendo los programas de las facultades de Economía, no han cambiado mucho. Se le mencionaba en algún momento, colateralmente, etc., pero nunca se abordaba su estudio de forma sistemática. Se estudiaba someramente la historia del pensamiento (doctrinas se decía, curioso), la Macro, la Micro, el Crecimiento, el Equilibrio General, pero allí no aparecía Marx; tampoco Kalecki o Sraffa, por ejemplo. ¿Es sólo culpa de las fuerzas que mandan y deciden de facto lo que se ha de estudiar y producir las que han determinado esta marginación? La respuesta canónica desde la izquierda parecería que debiera ser que sí, que el carácter supuestamente revolucionario de la vida y obra de Marx y sus epígonos y seguidores es lo determinante de tal situación. Sin embargo es posible que haya algo más. Y ese más es que, por diversas circunstancias, la obra de Marx se ha convertido en un catecismo, en una verdad revelada y sus seguidores, quizá en muchos casos a pesar suyo, en una secta. Suele ocurrir y la historia del pensamiento está lleno de tales injusticias, pero eso no deber ser consuelo. En el campo de la economía están también los mencionados Kalecki y Sraffa; incluso interpretaciones distintas de las ortodoxas de Keynes (el modelo IS-LM); también exageraciones, como considerar que la historia del pensamiento económico realmente valioso empieza en Adam Smith, relegando al campo de lo curioso a los fisiócratas u omitiendo las aportaciones de Petty y Cantillón al pensamiento económico que reclamaba Piero Sraffa en su obra principal. También convirtiendo en paradigmas cosas como la formación de los precios y las supuestas asignaciones de recursos que nos dan las construcciones peregrinas -por su nula relación con la realidad- como la del Equilibrio General, convertidas estas en verdades neoliberales para los que toman decisiones en las instituciones nacionales e internacionales. Dicho de otra manera, al igual que la Nada se comía el mundo en La Historia Interminable, los diversos catecismos cercan de continuo y se comen los estudios y a los estudiantes de Economía (y de otras materias, claro) y crean luego dogmáticos creyentes –valga la redundancia- de lo neoliberal o de lo que sea. Y lo peor es que cuando algunos de estos estudiantes se convierten en políticos o en sus asesores, aplican sus recetas como verdades reveladas, acríticamente, por más que sus cornamentas se topen con la tozuda realidad. Ahí tenemos a los dirigentes europeos de Bruselas y a los Sarkozy, Monti de ayer mismo, o al Rajoy de hoy en España, etc., con su obsesión maníaco-depresiva de reducción del déficit, y a pesar de que algunos de los cuales –como es el caso del español- no saben un celemín de economía. Es verdad que pueden aducir ignorancia, pero no así sus asesores económicos si son economistas y no meros contables.

Otro problema quizá haya sido que los marxistas de mayor altura intelectual como los Lukacs, Korsch, Gramsci, por citar a los de mayor pedestal del primer tercio del siglo XX fueron intelectuales, estudiosos, políticos, pero no propiamente economistas. Tampoco lo han sido los Althusser o Colletti en Francia o Italia, o nuestro Manuel Sacristán. Bastante ya tienen con la dialéctica de Marx, los conceptos de alienación y fetichismo, o el supuesto corte epistemológico de Marx. Es verdad que hay algunos llamados post-marxistas por analogía con los post-keynesianos, pero, por diversos motivos, no han hecho avanzar la obra de económica de Marx más allá de donde lo dejó el revolucionario alemán. Sin embargo sí habría que mencionar al menos a dos autores que, o bien han hecho una crítica inteligente del análisis económico marxista, o bien lo han desarrollado al menos en sus aspectos formales: son Ian Steedman (Marx after Sraffa) y Michio Morhisima (La teoría económica de Marx). Al menos que quede su mención para los no especialistas.

El núcleo duro de la obra económica de Marx es su teoría de la explotación, al igual que ese núcleo en la obra de Keynes es la de la demanda efectiva y en la de Sraffa lo es su teoría del excedente. Es verdad que Marx es una cordillera de pensamiento y preocupaciones y no puede ser relegado a la condición de mero economista; Marx es a la vez un filósofo, un sociólogo, un historiador de los hechos y del pensamiento; ejerció el periodismo, fue un revolucionario y no sólo un estudioso del capitalismo. Concibió la historia como una sucesión de modos de producción, siendo el capitalismo el último. Marx desarrolla un modelo económico – todos son modelos mal que les pese a algunos- donde una parte de la sociedad posee todos los medios de producción (los capitalistas) y otra parte –el proletariado de entonces, hoy simplemente los asalariados- poseen tan sólo su fuerza física y sus conocimientos, es decir, lo que Marx llamaba su fuerza de trabajo.  Es un modelo teórico que hay que insertarlo en el mundo real porque en este existen, por ejemplo, los trabajadores autónomos, profesiones liberales, que no entran en el esquema. Pues bien, en el modelo de producción capitalista y a partir de un cierto momento de desarrollo de las fuerzas productivas –en lenguaje de hoy y quizá simplificando, los medios de producción-, lo que producen los asalariados en términos de valor es mayor que lo que consumen los mismos asalariados más sus familias, también en términos de valor. Es la plusvalía. Que el valor de lo producido sea mayor que el valor de lo consumido por los trabajadores directos y sus familias no se da sólo en el sistema capitalista; también se da en otros modos de producción a lo largo de la historia como en los modos feudales o asiáticos que contempla el propio Marx. Es, por otra parte, una evidencia histórica, porque una parte de la población -aunque pequeña- de las diferentes civilizaciones se ha dedicado a la religión, a la administración de los bienes públicos, a la ciencia de la época, al mantenimiento de instituciones, etc. Lo genuino del sistema capitalista en la visión marxista es que gran parte de sus instituciones, administraciones y leyes del Estado están encaminadas a facilitar la apropiación del plusvalor, de la plusvalía mencionada. Dicho esto, eso no significa que acabando con el Estado se acabe con la explotación de los asalariados por parte de los capitalistas tal y como pretendían algunos socialistas utópicos (ver, por ejemplo, Miseria de la Filosofía de Marx, Del socialismo utópico al socialismo científico de Engels, el colaborador, amigo y mecenas de Marx, o en el Anti-Durhing, también del propio Engels). Dice Engels en la primera obra citada que “la contradicción entre la producción social y la apropiación capitalista se manifiesta ahora como antagonismo entre la organización de la producción dentro de cada fábrica y la anarquía de la producción en el seno de toda la sociedad”.

Hemos hablado de lo producido y lo consumido en términos de valor, y aquí empiezan los problemas en la concepción de Marx. ¿Qué es lo que determina el valor de lo producido? Hay muchos textos de Marx que lo explica y no se puede construir nada serio, ni crítico ni apologético, a base de citas –cosa que suele ocurrir y que suele ser la simiente del dogmatismo-, pero no me resisto a traer a colación la definición de Marx del valor que da, no en El Capital, sino en la obra mencionada Miseria de la Filosofía, un alegato inmisericorde contra Proudhon: “Lo determinante del valor no es el tiempo en el cual una cosa ha sido producida, sino el mínimo tiempo en el cual es susceptible de ser producida, y este mínimo se atestigua por la competencia” (Ediciones Júcar, 1974, pág. 116). Es una consideración de tiempo de trabajo inteligente porque, de lo contrario, ocurriría que el valor de un bien o servicio –mercancías en Marx- sería mayor cuanto más ineficiente fuera su proceso productivo. No vale cualquier definición al respecto. Como botón de muestra recogemos la definición más ortodoxa de valor de Desai en sus Lecciones de teoría económica marxista, edit. Siglo XXI, pág. 33 (Marxian Economy Theory, 1974): “El valor de la fuerza de trabajo –la mercancía que vende el trabajador- viene determinado, al igual que cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su reproducción”. Vemos que es esta definición menos precisa, más equívoca, que la del propio Marx en la obra citada, y además no elimina la consideración sobre la ineficiencia que hemos hecho. Hay, además, detrás de esta concepción del valor un intento de solución al problema planteado por Ricardo de construir una medida del valor de las cosas independiente de sus precios, de tal manera que, cuando viéramos que aumentan los índices de producción por ejemplo, podamos estar seguros que ello no se debe al aumento de los precios de los bienes que la componen. Sraffa siguió otro camino y solucionó el problema construyendo la llamada por él mercancía-patrón (standard commodity). Marx creyó solucionarlo contabilizando y sumando lo producido en términos de valor según la cita mencionada. Colateralmente con el problema anterior está el uso de un numerario, es decir, de una mercancía que sirva de patrón de medida de las demás. También viene de Ricardo y las soluciones de Marx y Sraffa sobre el valor abordan el problema indirectamente.

El verdadero problema de la teoría de la explotación y su concreción mediante la plusvalía es si estamos ante una ley económica o una mera definición. Si fuera esta última la teoría de Marx se vendría abajo. Si es una ley económica debiera admitirse el principio de falsibilidad de Popper, por más reaccionario que pensemos que era Popper. Se puede demostrar que a partir de un cierto nivel de salarios no puede haber plusvalía. El sentido común lo avala porque los salarios forman parte del excedente, es decir, forman parte de la diferencia entre lo que se produce y los medios de producción que se emplean para reproducir el sistema en sus mismo términos. Si el salario aumentara más allá de esta diferencia la plusvalía se haría negativa, cosa que no puede suceder en la concepción de Marx, sobre todo en su concepción de plusvalía relativa. Ian Steedman ha ido más lejos y ha demostrado que “puede haber plusvalía negativa… aunque la tasa de ganancia y los precios sean positivos” (Marx, Sraffa y el problema de la transformación, edit. FCE, 1985, pág. 135). A estos hay que añadir el incomprensible empeño de Marx de mantener iguales para los diferentes capitales las tasas de plusvalía y las composiciones orgánicas de capital, sobre todo estas últimas. Supondría considerar, por ejemplo, que las relaciones entre el trabajo empleado y los medios empleados –medidos en términos de valor o de energía, por ejemplo- son iguales en el sector de banca y en sector del automóvil. Un absurdo. Samuelson ha hablado de rodeo innecesario este de la transformación de valores a precios, pero eso depende de lo que se quiera ver porque uno puede ir a Roma para tomarse un magnífico helado pasando por… la Capilla Sixtina o no. Si Marx tuviera razón con su teoría de la explotación el viaje habrá merecido la pena. Marx estudió muchos temas como son la jornada de trabajo, los salarios, la división del trabajo en la industria, la maquinaria, la reproducción simple y ampliada de las fuerzas productivas, la conversión de las plusvalías en rentas, las formas de realización de la plusvalía en rentas, las rentas de la tierra, sus críticas a los economistas del pasado, la acumulación de los capitales, el dinero, la competencia de los mercados, etc., y, los ciclos y las crisis de la economía. Sólo por este último apartado merece estar en la historia del análisis económico junto a Kondratieff y/o Schumpeter, por ejemplo; en la historia y en el presente.

Capítulo aparte es el traído y llevado problema de la transformación de valores a precios. Marx cometió dos equivocaciones. Una, la aritmética, no tiene importancia y es fácilmente subsanable. Dmitriev y Bortkiewicz dieron con una primera solución en los años 30 del siglo pasado; Winternitz dio otra en los años 40. Se pueden encontrar soluciones con cadenas de Markov a partir de la primera solución de Marx en el libro tercero o usando el teorema de Perron-Frobenius y los precios de Sraffa. No hay una solución única y depende de las condiciones que se impongan de partida. Lo que no tiene solución es el hecho de que los empresarios realizan sus compra-ventas entre ellos en función de los precios y no de los valores. Este desaguisado de Marx no anula su teoría de la explotación -como pretendía Böhm-Bawerk- porque aquélla no depende de cómo se contabilice lo que se produce, es anterior a los precios y se producirá o no independientemente de ellos. El problema de la teoría de la explotación o de la plusvalía ya lo hemos dicho: ¿se trata de una definición o una ley? ¿Podría ser falsa incluso en el propio sistema capitalista a partir de un cierto nivel de salarios? ¿Cambiaría si fueran los propios asalariados los que dirigieran las empresas y fijaran salarios y ganancias?

Una dificultad más para insertar a Marx en la historia canónica del análisis económico es su lenguaje, que ciertamente se aparta del procedente del mundo anglosajón, de donde eran A. Smith, D. Ricardo o A. Marshall. Joan Robinson llamaba a este particular lenguaje en los conceptos el hegelés, por la supuesta influencia de Hegel también en este aspecto. No hay problema si se hace ese esfuerzo intelectual de traducción conceptual, respetando lo que tienen de genuino los conceptos en Marx, pero la Economía tiene cada vez más un lenguaje universal -incluso en diferentes idiomas-, aunque sea el inglés la lingua franca de la Economía y, en general, de la Ciencia.

Vamos a considerar a Marx en esta sección como un economista más, distinto, original, genial, todo lo que se quiera, pero en sus aportación a la historia del análisis, y buscamos aportaciones a este análisis que puedan arrojar luz a los problemas económicos del presente a partir del desarrollo de su obra y/o de la aplicación de su obra para analizar el presente, valga la reiteración.

Karl Marx: ¿Ciencia? y Revolución