viernes. 29.03.2024

Kapuscinski, el periodismo y la historia

Claro en sus expresiones, valiente al escribirlas o explicarlas, al buscarlas, entregado a su oficio, coherente e incorruptible, Kapuscinski se ha ido demasiado temprano pero dejando una estela de sabiduría que es un libro abierto no sólo para quien quiera ser un buen periodista, sino para cualquier ciudadano que apetezca aproximarse a la realidad de nuestro tiempo.

Claro en sus expresiones, valiente al escribirlas o explicarlas, al buscarlas, entregado a su oficio, coherente e incorruptible, Kapuscinski se ha ido demasiado temprano pero dejando una estela de sabiduría que es un libro abierto no sólo para quien quiera ser un buen periodista, sino para cualquier ciudadano que apetezca aproximarse a la realidad de nuestro tiempo.

John Le Carré, otro ser humano imponente que nada en las mismas aguas turbulentas, dijo de él que era “un enviado de Dios”; Paul Auster, lo consideró “el escritor, novelista, poeta y ensayista vivo más interesante”; García Márquez, con quien trabajó en América, “un maestro irrepetible”. Reportero de los pobres, de los desheredados, del sufrimiento, de la verdad sangrienta del mundo que han creado los poderosos, los avariciosos sin escrúpulos para quienes todo está justificado con tal de mantener sus privilegios, Ryszard Kapuscinski estaba convencido de que para poder explicar algo a los demás “es necesario tener un conocimiento directo, físico, olfativo, sin filtros ni escudos protectores, sobre aquello de lo que se habla”, siendo obligatorio que al narrar los hechos reporteados el periodista quede siempre en segundo plano, como un fantasma cuya presencia apenas se percibe.

Así, con una modestia sobrecogedora, con riesgo de su vida –estuvo a punto de ser ejecutado en el Congo, Etiopía y Ángola-, sin que después de ver tantísimas injusticias la palabra amor se haya separado de sus labios ni el odio cegado su mente libre, nos contó desde el “campo de batalla” el final de la dictadura del Haile Selassie, no entreteniéndose en las excentricidades del “Leön de Judea”, sino en la “vida insignificante” de los etíopes, en su hambre, en su resignación; los últimos días de la ocupación portuguesa de Angola tras la Revolución de los Claveles, solo, contemplando como ante las ventiscas previsibles, los demás huían buscando mares más serenos; el hundimiento de la Unión Soviética, sin que se le escapara desde el primer momento el “nuevo orden mundial” que nos amenazaba y nos ayudó a entender al explicarnos los entresijos de las dos invasiones de Irak

Sus reportajes nos pusieron delante de las pupilas la parte oscura que nadie quiere ver, pero no se conformó. Luego, libros como El Emperador, Un día más con vida, Ébano, Los cínicos no sirven para este oficio,  nos enseñaron –cosa que parecen no haber entendido, normal por otra parte, Aznar y compañeros de viaje- la importancia tremenda del lenguaje: “Es muy importante –diría en una ocasión- qué lenguaje usamos. Si es el de la comprensión y la amistad, o si es el que fomenta el odio y la agresión al otro. La guerra empieza antes de las bombas. Empieza con el lenguaje del odio”; nos hicieron ver el cambio que ha experimentado la guerra, el imperialismo y las respuestas al mismo. Para él, la guerra entre Estados, por territorios, ya no tiene sentido. Vivimos el tiempo de la guerra tecnológica, silenciosa, aviones teledirigidos y costosísimos a los que no pueden ver sus víctimas arrojan toneladas de bombas sobre países indefensos provocando miles de muertos y la destrucción de todo para asegurarse el control de las fuentes de energía que sostienen la sociedad hedonista de Occidente y la mayor acumulación de riqueza en pocas manos que ha conocido la historia de la Humanidad, aunque esa nueva guerra, que nace del lenguaje del odio y el egoísmo, provoque reacciones violentas para cuyo control no sirven los ejércitos: “Claro es que las sociedades que son víctimas de estas nuevas guerras sin soldados –escribió Kapuscinski- albergan un enorme potencial de venganza, que nada tiene que ver con choques de civilizaciones, y de buscar hacer daño, y por ello el terrorismo crece. La guerra contra el terrorismo con estos métodos es fuente de más terrorismo, y todo deriva en un círculo vicioso”.

Magistral en todo lo que escribió, quizá su “poema” mayor fue Ébano, donde despliega toda su sabiduría para describirnos su inmenso amor por un enorme continente devastado por Occidente, por un continente poblado por gentes sencillas que intentan sobrevivir y tienen la sonrisa y la hospitalidad a flor de piel pese a lo que el “hombre desarrollado” ha hecho y hace con ellos desde hace cuatrocientos años: “Su  historia es muy trágica, pero el hecho de que esa gente sobreviva, y sepa reírse, nos dice que tienen un alma maravillosa”.

Uno de los iconos éticos de nuestro tiempo se nos fue hace cinco años, queda su extraordinaria obra, ojalá no caiga en saco roto y sea un ejemplo para todos. Lo que contaba sobre lo que estábamos haciendo en los países del Tercer Mundo, lo están haciendo ahora con Europa, los mismos seres invisibles que tienen nombres y apellidos de todos conocidos: Globalizar la pobreza, la indecencia, el fatalismo.  Desde luego, los historiadores del mañana tendrán en sus escritos una fuente inigualable y fidedigna para explicar por qué fuimos tan bárbaros. Su periodismo es historia viva, pura, efervescente, sin intermediarios.

Kapuscinski, el periodismo y la historia
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