viernes. 19.04.2024

Isegoria, orden natural y orden cultural

En el pasado, cuando los derechos eran incipientes y el concepto de Estado era muy restringido, salvo en lo respecta a la pertenencia, era frecuente la figura de la Escuela. Los Médicis en Florencia son un ejemplo emblemático ya que con su concurso inversor abrigaron a Miguel Angel Buonarotti , Leonardo da Vinci o Fra Angélico que ocuparon lugares estelares en el Arte y la técnica.

En el pasado, cuando los derechos eran incipientes y el concepto de Estado era muy restringido, salvo en lo respecta a la pertenencia, era frecuente la figura de la Escuela. Los Médicis en Florencia son un ejemplo emblemático ya que con su concurso inversor abrigaron a Miguel Angel Buonarotti , Leonardo da Vinci o Fra Angélico que ocuparon lugares estelares en el Arte y la técnica. Cabe pensar que mucho más allá de la dotación genética de los ciudadanos florentinos, el efecto de la inversión directamente incidió en el esplendor que vivió la ciudad- estado en los inicios del Renacimiento.  Las Universidades  fueron otros centros de impulso y ahí queda, entre otras, Padua donde se gestaron la modernización de la astronomía, la medicina y la farmacología, entre otras. Cabe establecer una relación directa entre la incentivación del entorno y los resultados brillantes del mismo.

La forma usual de visualizar este tipo de cosas, es frecuente que se derive del concepto de naturalidad que  otorgamos, no ya a lo que la Naturaleza con su parsimonia implacable es capaz de establecer, sino a lo que la costumbre o el uso introduce. Y esto nos lleva a la reflexión que San Pedro y Fuster exponen en su excelente obra La Ciencia y la Vida. El orden natural no es natural, llegan a afirmar. Y esto merece una reflexión de alcance. Lo cierto y verdad es que la apelación al orden natural es una auténtica trampa.  Todo aquello introducido por el uso, es humano, artificial, sujeto a los conceptos que el momento impele. Y por tanto, todo ello es cambiable, solamente tienen que alterarse las circunstancias del entorno. El concepto de matrimonio, tan polémico en ciertos entornos, claramente no puede catalogarse como procedente de ningún orden natural y por ello apelar a él para justificar una determinada postura es improcedente. Como él, unos cuantos conceptos más controvertidos, relacionados con las jerarquías, monarquías, federalismos, autonomías, y un largo etcétera, precisamente por resultar discutibles, evidencian su naturaleza artificial.

La falta de distinción entre los conceptos natural y cultural, ha traído de cabeza a la Humanidad  al ser motivo de no pocos fundamentalismos apelando al orden natural, cuando la mayor parte de las veces es tan sólo un orden cultural el que lo ampara. Y orden cultural implica que está sujeto a lo que la Humanidad asimila en un determinado momento histórico. Es cierto que la asunción generalizada de un concepto en un momento dado, parece exhibir un orden natural del mismo, pero siendo rigurosos, tenemos que aceptar la culturalidad como elemento distintivo y determinante. Y vamos a focalizar la atención en los Derechos Humanos (DD. HH). El año 1948 es determinante al establecerse, por acuerdo de 10 de diciembre, en que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos, que en 30 artículos y un preámbulo, que caben en dos hojas de papel, relata que la libertad, la justicia y la paz en el mundo, tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.  Así, como las buenas cosas, sin lo farragoso a que nos tienen habituados las actuales Instituciones, en dos páginas caben las cosas importantes de los DD HH. Fue el punto de partida de una penosa, lenta e implacable andadura en la que progresivamente se han ido incorporando derechos al acerbo de la Humanidad: inviolabilidad de la vida, libertad de conciencia y culto, libertad de expresión y pensamiento, derechos de seguridad individual, derecho de inviolabilidad del domicilio y la correspondencia, derecho de asociación y reunión y libertad de empresa, libertad de enseñanza, derecho de propiedad y protección contra la expropiación y la confiscación general de bienes, derecho a la libertad de trabajo, derecho a la libertad de tránsito, derecho de la propiedad intelectual, han ido conformado las prerrogativas indispensables para que se puedan cumplir los fines naturales y sociales del hombre. Claro que son las Constituciones de los países las que consagran estos derechos al precisarlos y reafirmarlos. En las décadas de los sesenta y setenta se incorporaron derechos sobre los niños, la mujer, los pueblos indígenas, los discapacitados y en los ochenta se inicia la pretensión de crear una Justicia penal internacional o extraterritorial, que sigue siendo hoy incipiente, como hemos podido comprobar con las consecuencias que Garzón ha sufrido en sus propias carnes. A partir de la segunda mitad del XIX y al calor de las luchas sindicales, los movimientos sociales  y las corrientes ideológicas socialistas se incorporan el estado de bienestar, apareciendo en escena derechos de carácter social, económico y cultural, que vienen a conformar la segunda generación de DD. HH.  Una tercera generación incorpora los derechos colectivos o específicos como los de la mujer, los niños, los pueblos indígenas y recientemente y como consecuencia del abatimiento de las torres gemelas, se inicia la cuarta generación incorporando el terrorismo y la cooperación internacional para erradicarlo. Este sistema normativo de los DD HH deriva de la concepción cultural de las sociedades políticamente organizadas que conforman las personas que renuncian al uso de la fuerza para defender sus intereses, aceptan el imperio del derecho y quieren asegurar el bien común, el respeto a las leyes y a los derechos de los ciudadanos e impedir el abuso del poder o la violación de los derechos de las personas.

Pero, aunque hayan firmado la declaración, muchos países no son capaces de comportarse. Si recorremos los Premios Sajarov, con los que el Parlamento Europeo distingue a las personas u organizaciones que han sido objeto de violación en sus DDHH, comprobamos que desde 1988 que se inauguró galardonando a Nelson Mandela,  se han celebrado 24 ediciones del Premio en que se han premiado a un total de 31 personas u organizaciones, en las que solamente se ha distinguido a 8 mujeres, que como muestra de incumplimiento, ya está bien.  Tienen los parlamentarios europeos muchas cosas que mejorar, pero vale como muestra. Este año se lo han concedido a los iraníes  Nasrin Sotoudeh y Jafar Panahi, que concitan el mérito de que han sido capaces de no sucumbir al miedo y a la intimidación y que han sido capaces de anteponer los intereses colectivos a los suyos propios. Nasrin, como abogada ha representado a activistas encarcelados y a jóvenes que se enfrentan a penas de muerte, a mujeres y a presos de conciencia; arrestada en 2010 con el cargo de propaganda contra el Estado y conspiración para atentar contra la seguridad nacional y fue encarcelada e incomunicada. Jafar es un cineasta, guionista y productor iraní, centrado en las dificultades a las que se enfrentan niños, mujeres y personas sin recursos en su país Irán; está encarcelado para seis años e inhabilitado para hacer cine; la última película, This is not a film, la presentó en Cannes,  donde llegó escondida en un pen drive camuflado en una tarta

No es orden natural el que afecta a estos luchadores por la libertad del siglo XXI, al igual que tampoco era el orden natural al que se podía apelar cuando la Santa Inquisición condenó a Galileo defensor de que los principios de autoridad no tenían legitimación, porque las teorías tienen que ser demostradas con datos empíricos y demostraciones matemáticas y siempre se manifestó crítico con la visión aristotélica dominante que afirmaba que el mundo supralunar era inmutable y su movimiento eterno, mientras que el sublunar estaba sometido a cambio y a transformación. Un error cultural como otro cualquiera. Ya los griegos del siglo VI a. C. lo tenían claro, lo denominaban isegoría e implicaba a la libertad de expresión y de conciencia, derecho a defenderse e igualdad de todos ante el derecho de la palabra. ¡Cuánto nos cuesta todo! y el caso es que lo perdemos con demasiada facilidad, ¡con lo que cuesta recuperarlo!

Isegoria, orden natural y orden cultural