jueves. 25.04.2024

Inside Job

He visto el documental de Charles Ferguson, y debo confesar que, aun cuando tenía ciertos prejuicios antes de hacerlo, me ha parecido una interesante película. Muy recomendable. Plantea al menos una paradoja crucial del liberalismo actual. La mano invisible de Adam Smith funcionaba, no a pesar del egoísmo de los individuos, sino precisamente gracias a él.

He visto el documental de Charles Ferguson, y debo confesar que, aun cuando tenía ciertos prejuicios antes de hacerlo, me ha parecido una interesante película. Muy recomendable. Plantea al menos una paradoja crucial del liberalismo actual. La mano invisible de Adam Smith funcionaba, no a pesar del egoísmo de los individuos, sino precisamente gracias a él. Mi panadero hará buen pan, no por amor a mí sino por amor a mi dinero, pues sabe que si el pan no es bueno buscaré a otro panadero. La clave está en que sé distinguir el pan bueno del malo. Pero ¿qué pasará si, en vez de un panadero y su pan, me enfrento a un banco de inversión y los collateral debt obligations (CDO) que me ofrece? Bien soy un experto, capaz de discernir el derivado financiero bueno del malo, bien tengo que fiarme de lo que digan las agencias de calificación de riesgos. Es como si, en lugar de distinguir por mí mismo el pan bueno del malo, tuviera que fiarme de una agencia extraña de calificación de la calidad del pan. Lo hacemos todos los días, fiándonos de las calificaciones que otorgan organizaciones de consumidores o revistas especializadas en ciertos productos, por ejemplo, automóviles. Creo que, con productos tan complejos como los derivados financieros, el problema estribaba antes de la crisis, y estriba todavía, en que las agencias de calificación de riesgos desconocían lo que debían calificar. En esas condiciones, las agencias deberían de haberse abstenido de calificar esos productos. Pero eso habría significado perder reputación y dinero. En su lugar, dejaron que los emisores de esa clase de activos les enseñaran de qué iban los mismos, y prácticamente los calificaron de acuerdo con ellos. Desde ese momento, los inversores carecieron de protección frente a la codicia, la mala fe o acaso tan sólo la incompetencia de los bancos de inversión.

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