jueves. 25.04.2024

La información y los informadores

En Filipinas ha batido un tifón, el pasado 8 de noviembre. Las alarmas han saltado. No las humanitarias, que tienen mayor inercia, sino las personales...

En Filipinas ha batido un tifón, el pasado 8 de noviembre.  Las alarmas han saltado. No las humanitarias, que tienen mayor inercia, sino las personales. Todavía no se había recuperado el país del terremoto del 15 de octubre, cuando, de nuevo, la región central de Filipinas ha sido atizada por el tifón Haiyan que, localmente, se le conoce como Yolanda, elevó la velocidad del viento hasta los 315 kilómetros por hora. Es este el tercer desastre natural más mortífero en la historia reciente de Filipinas, siguiendo al tsunami que provocó entre 5.000 y 8.000 muertos en 1976 y la tormenta tropical Thelma, que supuso  5.100 muertos en 1991.

La inercia de la ayuda humanitaria se ha hecho notoria, una vez más han tardado varios días los gobiernos y las ONG’s en acercarse para ayudar a los supervivientes. También, los emplazamientos remotos, las carreteras descuidadas o inexistentes, las explotaciones mineras ilegales y el chabolismo, han contribuido a configurar el desastre y dificultar el acceso. En este momento se habla de 3700 muertos, unos 200 millones de euros en pérdidas materiales y superando las 155.000 hectáreas de cultivo arrasadas. Se cifran en 10 millones el número de damnificados, el número de heridos en 12.544 y el de desaparecidos en 1.186, tras el tifón. Han sido desplazadas casi 4 millones de personas y destruido 543.127 casas, especialmente en las islas de Leyte y Samar. Las ayudas humanitarias van con su pasitrote incorporándose poco a poco. Restablecer la electricidad y la conexión telefónica y evitar saqueos y garantizar la seguridad son las tareas prioritarias.

La cuestión es que parece haber una queja generalizada, por supuesto que incluyendo  a los profesionales de la información, del escaso interés que suscita, también, un hecho de esta naturaleza. Las informaciones que llegan proceden, la mayoría, de agencias, sin especialización, sin la riqueza informativa del corresponsal o enviado especial y con la lejanía de las redacciones a los lugares de los hechos. Las televisiones, ya hace mucho tiempo que adolecen de una uniformidad en las imágenes, cuando menos,  chocante. No sólo es que las imágenes coinciden, sino que hasta la semánticas que incorporan, coinciden. Hace ya tiempo que ni siquiera la elección de cuáles son las noticias, que creen las cadenas que interesan,  es  una tarea intransferible, sino que las agencias determinan imagen y contenido informativo. En realidad, da lo mismo la cadena que usted elija para informarse, porque el contenido informativo será muy parecido. La pluralidad informativa brilla por su ausencia, por dejadez, abandono y entrega de los medios a la línea imperante.  Es posible que, de esta forma, las cadenas televisivas se hayan transmutado a pantallas publicitarias, que por otro lado, también son uniformes en los anunciantes. Cuando alguien cambia de cadena sólo puede esperar que le toque otro orden en los anuncios, poco más.

Podemos pensar que la escasa o nula presencia de la mayoría aplastante de medios en el lugar de los hechos, puede tener que ver con la crisis. Algo se podría justificar, pero no se trata de ninguna conducta nueva. La dependencia de la información con el lugar donde acontece es palmaria: Haití, próxima a Estados Unidos, disfrutó de una presencia notable. Los españoles fuimos debidamente concienciados  de la situación y el alcance del desastre. Cuando ocurrió el desastre de Fukushima, en Japón, la información llegó a ser agobiante. Forges, desde las páginas del País ha clamado por no olvidar Haití constantemente. ¿Qué tendría que hacer, ahora, con Filipinas?

En una sociedad donde los derechos y las libertades son fundamentales, la información debe ser un bien público y no  solo una mercancía. La comunicación es un proceso participativo clave para que el conocimiento sea un bien social compartido. No cabe, pues que la información sea objeto sólo de propiedad privada, máxime hoy con las potencialidades de las tecnologías que propician que los consumidores de información, pueden ser, al tiempo, generadores de la misma. Sin la intermediación del periodista, con su independencia, el hecho informativo acaba devaluando hasta el derecho a la información. El rigor informativo y el fomento de una actitud crítica en la ciudadanía son los únicos elementos intrínsecamente fundamentales en la actividad periodística. Son ellos los que justifican la intermediación de los medios de comunicación y son determinantes en el desarrollo intelectual del ciudadano y claves en la concesión de una sociedad crítica y mejor formada. Una sociedad moderna, que se precie, tiene que hacerse mirar estos temas. Vivimos un tiempo precario, en  todo. Nada escapa a las garras de esta arbitraria, funesta y denigrante forma de gestionar una crisis económica y convertirla en un atentado contra los derechos, incluso fundamentales. Todos estamos llamados a poner un poco de nuestra parte y enderezar nuestra torcida sociedad. Tenemos que revisar muchas cosas. La convivencia debe convertirse en el objetivo a restablecer; nuestra sensibilidad debe reconducirse para valorizar los aspectos importantes. Lo primero, es antes y lo demás va después. No hay ninguna razón para cambios copernicanos. Tampoco en crisis. En Filipinas ha ocurrido un auténtico drama. Por lejos que esté, por poco que sepamos, por poco que nos cuenten. Así son las cosas, no de otra forma.

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