sábado. 27.04.2024

Indignados y asqueados

A pesar de las pocas novedades que aportó la campaña electoral, hay que destacar como una de ellas la presencia de imputados en casos de corrupción en las listas de candidatos de varios partidos políticos, en particular en las del Partido Popular, por la notoriedad de los casos que le afectan.

A pesar de las pocas novedades que aportó la campaña electoral, hay que destacar como una de ellas la presencia de imputados en casos de corrupción en las listas de candidatos de varios partidos políticos, en particular en las del Partido Popular, por la notoriedad de los casos que le afectan.

No es un fenómeno nuevo, lo nuevo ha sido la dimensión de la corrupción, en particular en las listas del PP, que, en el caso más grave y extenso, Gurtel deja el caso Filesa, que Aznar utilizó contra el Gobierno de Felipe González, en un juego de niños. Otra novedad ha sido la numantina defensa que en el PP han hecho de sus imputados, convertida desde hace tiempo en un elemento más de su labor de oposición al acusar el Gobierno de utilizar a la policía perseguir sin motivo a sus cargos públicos. A pesar de las sombras que se ciernen sobre los imputados, su presencia en las listas sólo se puede interpretar como premio a los presuntos corruptos y un estímulo a sus opacas actividades.

El Partido Popular intenta mostrarse como el representante de los empresarios, de los emprendedores de negocios, de la parte más activa del sector privado de la economía frente a los ociosos y los paniaguados del empleo público, pero no es del todo cierto, pues los casos de corrupción muestran que es un partido donde hallan refugio falsos emprendedores, buscones, empresarios abusones, imitadores de Berlusconi y sinvergüenzas a caballo entre la literatura picaresca y la novela negra, que, situándose en los aledaños del poder político, hacen suculentos negocios, que también dejan réditos a los cargos públicos que se prestan al juego sucio.

Obvio es decir que tales negocios no se hacen con el dinero particular de los cargos públicos, lo cual tampoco sería tolerable, sino con dinero público, del que no pueden disponer libremente. Olvidan que el dinero público no es un premio a los políticos electos por haber ganado las elecciones y mucho menos un regalo a sus amigos y familiares, efectuado de forma opaca. El dinero público es un préstamo que hacen los contribuyentes a los políticos electos, para que lo administren honestamente a favor del bien común mientras están en el cargo, que también es prestado.

Por el modo en que se ha extendido y los niveles de representación política institucional a los que ha alcanzado, la corrupción presenta una dimensión nueva, porque ya no se trata de una actividad anómala para financiar a los partidos políticos, sino de un elemento dinamizador del sistema económico estrechamente vinculado con el caciquismo y el clientelismo, que son los canales por donde los beneficios de los negocios hechos al abrigo del poder se desparraman hacia los círculos de afortunados.

Para pasmo de las personas honradas, las listas del PP con imputados en notorios casos de corrupción han resultado elegidas clamorosamente y los electos están tomando posesión de los cargos públicos que les corresponden. Lo cual indica, en primer lugar, que defendiendo a los corruptos, han logrado corromper a los votantes, al habituarles a admitir la corrupción como un elemento consustancial con la actividad política, incluso como algo meritorio que requiere especial pericia. Una vez admitido el principio mercantil de que todos tenemos un precio, llegar a ser un corrupto depende de la ocasión y de la habilidad, disfrazada en el lenguaje de la calle como inteligencia, para negociar el mejor precio.

En segundo lugar, el triunfo electoral de las listas contaminadas y la toma de posesión de los cargos por los políticos imputados es una muestra de la degeneración de la actividad política, de la putrefacción de la vida democrática y de la confusión moral de una parte importante de la ciudadanía, así como una prueba de la firmeza del voto ideológico –que ganen los míos, aunque sean corruptos-.

Ante tal espectáculo, es comprensible, por tanto, la repulsa de quienes carecen de perspectivas de vida, como los parados, los jóvenes condenados a aceptar empleos precarios y mal pagados, los becarios, los sin techo, los desahuciados y los amenazados de desahucio, los jubilados y jubilables, o los que dependen de la ayuda pública, que perciben que no quedan más salidas que aguantar con paciencia todo lo que venga, que no es halagüeño, o corromperse.

O rebelarse, lo cual no indica que sucesos como los de Barcelona les ayuden.

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