viernes. 19.04.2024

Idólatras

NUEVATRIBUNA.ES - 13.5.2010En los años cuarenta del siglo pasado, el economista liberal Ludwig von Mises, en su defensa del mercado, señalaba que una nueva superstición se había adueñado de las mentes: la adoración del Estado. Eran años en los que la acción de estados muy desarrollados había penetrado en el ámbito de la economía, en algunos países de la mano de gobiernos democráticos, como en EE.UU.
NUEVATRIBUNA.ES - 13.5.2010

En los años cuarenta del siglo pasado, el economista liberal Ludwig von Mises, en su defensa del mercado, señalaba que una nueva superstición se había adueñado de las mentes: la adoración del Estado. Eran años en los que la acción de estados muy desarrollados había penetrado en el ámbito de la economía, en algunos países de la mano de gobiernos democráticos, como en EE.UU. o Inglaterra, y en otros impulsado por el puño de hierro de gobiernos autoritarios como la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, el Japón de Hiroito o la URSS de Stalin. Las necesidades de la Segunda Guerra mundial habían acentuado esta tendencia, que Mises lamentaba en su obra de 1944, La omnipotencia gubernamental.

Con la llamada revolución conservadora, que comienza en los años ochenta y se mantiene en nuestros días con innegable vigor, hemos asistido al proceso contrario: a adorar el mercado, y en particular al mercado bursátil, el mercado de valores (¡de valores! polisémica palabra). El mercado financiero ya es simplemente El Mercado, pues el mercado de capitales ha subsumido todos los demás mercados, que comenzaron siendo mercados de mercancías.

Esta nueva idolatría se ha apoderado de empresarios y gobernantes, y de muchos, muchísimos ciudadanos, para rendir pleitesía a una institución que tiene todas las características de un dios: carece de forma humana, de expresión, de rostro; su voluntad es imperiosa pero se desconoce, sólo la pueden descifrar unos privilegiados mediadores -agencias de evaluación, Fondo Monetario Internacional-, que como nuevos sacerdotes pueden detectar la medida exacta de sus deseos y recomendar las medidas para satisfacerlos. A los demás mortales, los designios del nuevo dios nos resultan impenetrables y despóticos.

El Mercado es omnipotente, pues no reconoce límites morales ni jurídicos, ni fronteras ni gobiernos, y a la vez es implacable, pero generoso con los mejor situados. Produce beneficios para unos pocos y escogidos mortales y depara al resto inseguridad y crisis cíclicas, que señalan las evoluciones de su caprichosa voluntad. Como un nuevo Moloch exige grandes sacrificios humanos, y todos los años millones de personas sin distinción de sexo, edad, nación o religión, pero preferentemente pobres, encuentran la muerte en el altar del beneficio.

El Mercado se expresa mundialmente a través de la economía. La moderna religión, cuyas dogmáticas verdades, rodeadas por un lenguaje hermético, sólo son accesibles a los expertos, dando lugar a una dramática paradoja. La economía, que nace en la antigua Grecia para designar el gobierno y administración de la casa -oikós nomoi-, el ámbito privado y la hacienda particular, ha ocupado el lugar de la política, que es (o era) el gobierno de lo general, de lo común y compartido. Pero hoy, la economía gobierna el mundo, o quizá sería mejor decir que unos cuantos privilegiados, a través del Mercado, gobiernan el mundo como si fuera su casa, en cuyo caso, todos los demás no somos más que sus modestos sirvientes. Y eso con suerte, porque no ser sirviente significa no ser ni merecer existir, aunque sea malamente. Es decir, estar de sobra en el mundo.

Fray Anselmo de Laramie

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