viernes. 19.04.2024

Identidad, diferencia y conflicto: a propósito de la huelga general

Gran parte del discurso social y político recae, desde hace al menos dos décadas, sobre lo que se ha venido definiendo como “identidades emergentes” o sujetos difusos, en alusión a la posición y condición que las personas adquieren en función de determinados “rasgos” a partir de los cuales se construirían dichas identidades: sexo, etnia, edad, estar libre o no de algún tipo de discapacidad, nacionalidad,

Gran parte del discurso social y político recae, desde hace al menos dos décadas, sobre lo que se ha venido definiendo como “identidades emergentes” o sujetos difusos, en alusión a la posición y condición que las personas adquieren en función de determinados “rasgos” a partir de los cuales se construirían dichas identidades: sexo, etnia, edad, estar libre o no de algún tipo de discapacidad, nacionalidad, orientación sexual… por citar las que han ido adquiriendo una mayor consistencia y visibilidad en nuestra sociedad.

Sin embargo, con ser cierto (y mucho) que estos rasgos identitarios “distribuyen” a las personas que los portan en posiciones sociales, económicas, laborales e incluso vitales no sólo diferentes sino también significativamente desiguales o, si se prefiere, discriminatorias, no es menos cierto que, en sí mismos, considerados en su carácter esencial, no sólo no devienen contradictorios, sino tan siquiera conflictivos o, al menos, no necesariamente.

Cosa distinta ocurre con el conflicto (éste sí) entre capital y trabajo.

El conflicto entre capital y trabajo es consustancial al modo de producción capitalista, asimétrico por naturaleza, y menesteroso de un permanente trabajo, de una permanente lucha, para el establecimiento de puntos de equilibrio sin los cuales deviene en pura violencia. Esta menesterosidad, este equilibrio permanentemente precario, es lo que hace del diálogo social un elemento fundamental no sólo para el normal funcionamiento de la sociedad, sino incluso para su vertebración.

Con todo, no deja de resultar curioso que si bien se ha señalado con reiteración (y en muchas ocasiones, de manera banal) como la emergencia de estas nuevas identidades dejaban vacía de contenido la “antigua” identidad de clase trabajadora, que ya no se considera aglutinante de intereses, esas nuevas identidades no parecen emerger “del otro lado” del conflicto, en el seno del capital.

Así, no se profundiza lo suficiente en la diferencia radical entre capital financiero y capital productivo, entre empresas públicas y privadas, entre grandes y pequeñas empresas, entre transnacionales y empresas subsidiarias o dependientes, contraposiciones que, sin ninguna duda, también deberían haber fracturado al capital como sujeto.

Lejos de esto, el capital es (o parece) cada vez más compacto en tanto se procura que las nuevas identidades se enfrenten entre sí para así “externalizar” el conflicto y dejar que se verifique en el seno mismo de la clase trabajadora, como un factor de insolidaridad y de fractura que, en momentos como el presente, amenazan con dejarse sentir de manera indeseable y jugando a contramarea, a favor del capital.

Restañar esa fractura, recuperar el sujeto colectivo que es además garante de igualdad de oportunidades y de trato para las diversidades individuales, para las identidades emergentes, retomar el punto de equilibrio que ahora se ve amenazado desde distintos frentes a través del diálogo social es imprescindible para el presente y para el futuro de nuestra sociedad. Y, mientras tanto, con una sola voz, con una sola voluntad, a la Huelga General.

Identidad, diferencia y conflicto: a propósito de la huelga general
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