viernes. 29.03.2024

Ideas valientes para tiempos de zozobra

Vivimos tiempos extraños. A la crisis financiera le sucedió la crisis económica más importante del último medio siglo, y ahora estamos inmersos además en una crisis de la mismísima institucionalidad democrática. En consecuencia, la política, como actividad noble destinada a administrar el espacio común que compartimos, se hace más necesaria que nunca.

Vivimos tiempos extraños. A la crisis financiera le sucedió la crisis económica más importante del último medio siglo, y ahora estamos inmersos además en una crisis de la mismísima institucionalidad democrática. En consecuencia, la política, como actividad noble destinada a administrar el espacio común que compartimos, se hace más necesaria que nunca. Sin embargo, reivindicar la política se ha convertido para muchos en una especie de anatema, y los políticos en reos de sospecha por incapacidad e inmoralidad.

Además, nunca antes hubo tanta oportunidad para informarse, para forjar criterios sólidos ante lo acontecido, para participar en debates creativos, plurales y útiles. No obstante, el llamado “pensamiento correcto” se impone hasta el punto de descalificar cualquier alternativa como heterodoxa y reprobable. La derecha neoliberal ha establecido el marco de referencia para el debate sobre la salida de la crisis, y quienes no se atengan al discurso del déficit, el ajuste y el sacrificio aparecerán como unos insolventes o unos depravados.

Puede que la paradoja más sorprendente se esté produciendo en Europa. Cualquier analista medianamente informado es consciente de que los europeos solo tenemos una carta para jugar al mantenimiento de nuestro desarrollo económico, de nuestra calidad de vida y de nuestra posición relevante en el mundo. Esa carta es la de la integración y la unidad: la unión política, la integración económica y la cohesión social. Por el contrario, cuando más necesario es elevar la mirada, los dirigentes europeos solo son capaces de mirar el monedero propio y la urna que les mantendrá o les echará del poder. Europa se renacionaliza y se difumina.

De hecho, conforme aumentan las exigencias de ajuste y de sacrificio se rebajan las expectativas sobre el futuro. A más recortes, más promesas de recesión, de desempleo y de precariedad social. Parece como si viviéramos una competición de malas noticias. Nadie quiere quedarse atrás. Ayer fue duro, hoy es malísimo, y mañana llegará el infierno.

Hemos pasado de condenar el optimismo antropológico de Zapatero, por ingenuo y poco responsable, a abrazar el pesimismo esterilizante. Aquel que no presagie grandes desgracias para el futuro es un ignorante o un mentiroso.

Es tiempo de zozobra, y precisamente por eso es también tiempo para las ideas valientes. Si la política estuvo en el origen de la crisis, probablemente por omisión, la política debe estar en la solución de la crisis. Esta vez en clave decididamente proactiva, de planificación, de decisión y de impulso. Hagamos política, más política que nunca. Eso sí, una política fundada en los valores de la mayoría, y una política abierta al debate y a la participación de todos.

Guerra al pensamiento único. Porque su aplicación práctica solo nos ha traído negocio para los especuladores y desgracia para las mayorías. Y porque estamos decididos a dejar atrás el siglo de los totalitarismos. Hay principios diversos, hay políticas distintas y hay programas alternativos para afrontar los problemas. Aquellos que compartimos valores progresistas confiamos más en la prioridad del crecimiento que en el dogma del déficit equilibrado. Las gentes de izquierda buscamos un modelo económico que nos sirva para mantener las políticas de bienestar, y no sacrificaremos el bienestar en el altar de ninguna deidad económica. Y sí, hablaremos de planes, de servicio público y de buenos funcionarios, porque es lo nuestro y porque no permitiremos que nos roben hasta las palabras.

Mientras Merkel y compañía cuentan las moneditas del avaro y confían en su discurso insolidario para seguir en el sillón, los europeístas de verdad seguiremos llamando a la unidad como garantía de supervivencia, no ya de éxito. Sí, cambiamos soberanía nacional por soberanía ciudadana y europea. Cambiamos soberanía pequeña por grandes derechos. Cambiamos soberanía estrecha por solvencia ancha. Queremos que se vayan los mercaderes, y que vuelvan los líderes de Europa.

Y frente a la máquina de anunciar desgracias, nos quedamos con el motor de la utopía. Ya descalificaron como utópicos a los que reclamaban el voto para la mujer, a los que pedían el fin del trabajo infantil y la jornada semanal de 40 horas. Nuestra utopía no es la ensoñación absurda, pero tampoco será más la administración pacata del presente. Queremos saber que es posible gobernar la economía para que la economía no nos gobierne, que el trabajo no es un lujo por el que rogar y sufrir, que la educación y la salud son derechos a salvo de recortadores, y que nuestros hijos no tienen por qué vivir peor que nuestros padres.

Hay razones para el optimismo. Si fueron decisiones humanas las que nos metieron en este lío. ¿Por qué no confiar en otras decisiones humanas para resolverlo?

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