viernes. 26.04.2024

Héroes del verano

NUEVATRIBUNA.ES - 31.8.2009Se nota que el periodo vacacional se agosta por signos que hacen visible lo invisible: harta del calor y de los rumores que agitan los peores humores, la realidad se dirige hacia cosas concretas. Y es que en el tránsito a lo laboral hay una trasmutación de los sentidos. Porque las vacaciones son tiempo de encuentro con el ocio, ese mapa abierto a la creatividad y al ensueño.
NUEVATRIBUNA.ES - 31.8.2009

Se nota que el periodo vacacional se agosta por signos que hacen visible lo invisible: harta del calor y de los rumores que agitan los peores humores, la realidad se dirige hacia cosas concretas. Y es que en el tránsito a lo laboral hay una trasmutación de los sentidos. Porque las vacaciones son tiempo de encuentro con el ocio, ese mapa abierto a la creatividad y al ensueño. Pero es también tiempo de algunas frustraciones: toda vacación que se precie concluye sin haber alcanzado sus objetivos. Pero, como sabemos que eso es así, el regreso a la normalidad colectiva –las vacaciones de los otros también son nuestras vacaciones- es a la vez grato y penoso. El punto mismo del regreso, pues, es el territorio justo para el proyecto inmediato, pero, también, para la nostalgia.

No sorprende, pues, que la remodelación del Consell valenciano haya acabado por ser un asunto de postrimerías vacacionales: hay tal desgana, tal envaramiento en los designios de Camps que se diría que su vida política ha llegado a ser un mero transcurrir entre la desocupación y la velocidad. Para ello, se habrá dicho, lo mejor es agitar su Mesa Redonda pero no jugar a Merlín: nada de magia en la búsqueda del Grial. Que Galahad Cotino pase a encargarse de las cosas del Territorio y el Urbanismo, que ahora se tramitarán “a lo divino” y familiarmente, es algo que debe llenar de exultación a muchos santos, para los que las Tierras Prometidas serán auténticos paraísos en la tierra. Font de Mora seguirá traduciéndolo. Y, todos, se dedicarán a atravesar ratitos supremos. La amistad, estoy seguro, ha salido reforzada. Un huevo.

Y con esa misma indolencia dejaremos que por los sumideros de la memoria resbalen algunos cometas que han animado el hastío del estío, a falta de mejor sustento que la lectura de los partes de guerra suministrados por el PP y que, coleccionados, formarán un estupendo mamotreto: “El partido que no amaba que le miraran, no fuera a ser cosa que les vieran”, de Cospedalon y Trillarson. Entre las delicias escapadas de la estación ha estado el debate sobre las formas de vestir de los turistas. He seguido con interés la cuestión, como ejemplo de pasión inútil. Y es que hay cosas que a poco que se limiten, pierden su esencia. Así: cójase a un honesto empleado de banca, a un maestro o a un fontanero, por ejemplo, que durante el año discurren plácida y estéticamente ataviados, y colóquesele en una ciudad costera: con un meyba y unas chanclas de goma se bastarán o, si acaso, con una camisa abierta. Si se le dota, además, de una sombrilla y de una silla plegable, la ferocidad de su rostro será, ya, total. Se sentirá con permiso para vulnerar todas las normas –incluso la del cohecho pasivo-, cruzará las calles sin atender a semáforos, dará sombrillazos por asegurarse un lugar bajo el sol cercano a la mar salada y blasfemará de tal guisa si el día sale lluvioso que Trillarson y Cotino se abochornarían. Por la noche la indumentaria sigue vigente para evitar que sea manchada por churretones de helado de chocolate de cucurucho pequeño. La escasez de cubrimiento, pues, es inherente al modelo turístico que deseamos y el deseo de domesticar a esta especie, a la que hemos embrutecido con nuestras promesas, es irrealizable. Dejémosles, pues, en paz. O eso que los turistas firmen un contrato de épica, ética y estética, que les obligue a ver un vídeo de bienvenida de Camps, a encuentros directos con Ricardo Costa y el sometimiento a vigilancia del servicio de contrainquisición del PP.

La cosa ha tenido entretenida a alcaldes, profundamente aburridos y bostezantes en sus despachos. Bueno, no en todos: allí, en un rincón de la Costa Blanca, llamado Benidorm, un alcalde resiste los embates de la hueste socialista, que lanza golpes y sablazos por ver si se hacen con la poción mágica del poder. De esto no hablaré ahora, que me enoja el olvido de que quien roba a un ladrón, es, ante todo, otro ladrón. En fin, que salvo este señor alcalde, los demás han dirigido sus miradas, fundamentalmente, a sus fiestas patrias. Lo que podría explicar su tedio.

Así se deduce de la encuesta realizada en este diario sobre los hábitos vacacionales de alcaldes/alcaldesas. Menos uno que se iba una semana a Turquía, de los demás pocos reconocían una breve excursión por tierras hispanas. El resto proclama con orgullo no tener vacaciones y se vanagloria de pasar el verano en su pueblo o en costas próximas. Este estudio, que parece cosa volandera y entretenimiento sin sustancia, dice más que cien análisis sociológicos. A saber: 1) Nuestros ediles no llegan suficientemente cansados como para necesitar vacaciones. 2) Algunos/as de ellos/as, tan alegres para elevarse sueldos y rodearse de una corte de aduladores, digo de asesores, se muestran, sin embargo, extremadamente pudorosos si gastan algo de su peculio particular en un viajecito como Dios manda, siquiera sea a Torreciudad, a rogar con Cotino por la Jerusalén Celestial o con Trillarson por el alma de Gallardón y a poner una vela a Dios y otra al TSJ. 3) El apego a dar pregones y a presidir procesiones es de tal intensidad que algo no puede estar funcionando bien en los ánimos de nuestros regidores/as, que sin embargo, nunca necesitan estudiar planes futuros, participar en Cursos de Verano o leer sobre urbanismo o cambio climático. No: los veranos son, para nuestros dirigentes, el momento en que se aparecen a los ciudadanos aficionados a las vocalistas faldicortas y a los fervorosos párrocos. Lo peor es el hecho mismo de la renuncia al viaje por parte de estos héroes del Mediterráneo: alejarse de su término les produce urticaria. En esta renuncia al conocimiento de lo distinto puede estar parte de la explicación a tanta ignorancia. ¡Por Dios, que se les pague una prima, pero que viajen! Aunque luego vuelvan.

Manuel Alcaraz Ramos es Profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Alicante y Director de Extensión Universitaria y Cultura para dicha ciudad. Ha militado en varias formaciones de izquierda y fue Concejal de Cultura y Diputado a Cortes Generales.

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