viernes. 19.04.2024

Hoy se morfa hasta el piolín

Al margen de lo que haya de picaresca en la decisión del ciudadano que ha puesto en subasta su piso, en la mejor tradición de las rifas de mercadillo, lo que no cabe duda es que, al final, está poniendo en evidencia la angustia que viven numerosas familias españolas.
Al margen de lo que haya de picaresca en la decisión del ciudadano que ha puesto en subasta su piso, en la mejor tradición de las rifas de mercadillo, lo que no cabe duda es que, al final, está poniendo en evidencia la angustia que viven numerosas familias españolas.

Que un hombre, una mujer, una familia se compre un piso, que, luego, se quede sin empleo, que, más tarde, no pueda hacer frente al pago de la hipoteca, que no sepa qué hacer con una vivienda que ni puede pagar ni vender, comienza a no ser un hecho aislado. Y es más que una anécdota que hoy recogen los medios de todo el país.

Hay más gente como él. Gente, quizás, con menos inventiva que han visto como la casa en la que soñaron ha pasado a la subasta pública. Y no son noticia porque no han tenido la imaginación demostrada por ese ciudadano que, ha decidido, sacar lo posible, lo más posible, de lo perdido. Y que, sobre todo, ha conseguido poner, negro sobre blanco, la crudeza de la situación. Al margen, ya digo, de otras intenciones.

Porque lo cierto es que la capacidad de crédito de las familias está al máximo. Lo cierto es que cualquier contingencia (la pérdida de empleo de uno de los integrantes de la economía familiar, por ejemplo) pone en serio peligro su capacidad de atender a las deudas familiares.

No hay ahorro porque no hay ingresos. No hay previsión porque, hasta ahora, parecía que la época de vacas gordas iba a durar eternamente. Pero la situación ha cambiado. Y hoy el futuro se presenta más negro, tremendamente más negro que hace escasos meses. Bien es verdad que el ciudadano no ha sido el culpable. Lo terrible de este nuevo ciclo es que ha coincidido con la campaña electoral, período en el que todo es dorado. No había crisis y si la había, existía, por parte de los responsables económicos un discurso basado en nuestra capacidad de superarla.

Hay ahora incertidumbre. Y no hay cosa peor que la incertidumbre. Y las perspectivas económicas son de incertidumbre, cuando no de amarga certeza de que las cosas no vienen bien dadas. Hay miedo y recelo en la sociedad: miedo a perder el empleo, miedo a no poder pagar la hipoteca, miedo, en definitiva, a un futuro de dificultades exactas y reales.

Nuestro crecimiento económico se ha apoyado mayoritariamente en un sector, el de la construcción, que tiene, por pura lógica, sus límites. Se ha construido en la idea de que nunca se acabaría la demanda. Y la demanda se ha acabado, posiblemente no porque ya no haya gente que necesite vivienda, sino porque hay gente que no se atreve a meterse en la espiral de un gasto que no sabe si podrán atender en el futuro.

Tampoco ya se dan créditos. Las entidades financieras tienen el mismo temor que los consumidores. También tienen miedo a no poder cobrar las hipotecas concedidas. No se vende porque ya no se compra. Y a lo mejor tiene razón el Gobierno al decir que nuestra economía tiene resistencia y reservas para soportar la crisis. La duda está en si el ciudadano, el hombre y la mujer de la calle, tienen esa resistencia para esperar un futuro mejor.

Me vienen a la cabeza los versos del tango de Enríque Cadícamo, escritos �ay- hace ya tantos años:

Todo el mundo está en la estufa,
triste, amargao, sin garufa,

neurasténico y cortao...

Se acabaron los robustos...

si hasta yo que daba gusto
¡cuatro kilos he bajao!

Hoy no hay guita ni de asalto
y el puchero está tan alto
que hay que usar un trampolín...


Si habrá crisis, bronca y hambre
que el que compra diez de fiambre

hoy se morfa hasta el piolín...

Morfar hasta el piolín es comerse hasta el cordel que ata el embutido. Pues en esas andamos. O andaremos.

Hoy se morfa hasta el piolín
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