viernes. 29.03.2024

Hollande contra la fatalidad

Hollande ya es presidente electo de la República Francesa. No hubo sorpresas: el candidato socialista ha ganado a Sarkozy por tres puntos holgados (51,7-48,3), un margen inferior al que obtuvo Sarkozy sobre Royal en 2007. Votaron ocho de cada diez franceses, algo menos que hace cinco años. Para la gran mayoría de los progresistas europeos, la elección del candidato socialista representa una oportunidad después de varios años de frustración.

Hollande ya es presidente electo de la República Francesa. No hubo sorpresas: el candidato socialista ha ganado a Sarkozy por tres puntos holgados (51,7-48,3), un margen inferior al que obtuvo Sarkozy sobre Royal en 2007. Votaron ocho de cada diez franceses, algo menos que hace cinco años. Para la gran mayoría de los progresistas europeos, la elección del candidato socialista representa una oportunidad después de varios años de frustración. Del primer discurso tras su victoria merecen destacarse estas dos frases: “Estoy orgulloso de haber devuelto la esperanza” y “la austeridad no debe ser una fatalidad en Europa”. Es justo lo que quería escuchar la inmensa mayoría, que considera enormemente injustas y mezquinas las políticas ahora en vigor. Hollande ha acertado con el mensaje. Ahora debe poner todo el empeño en hacerlas realidad.

No será fácil. La clase dirigente europea aguarda al nuevo presidente francés con una mezcla de recelo y expectación. La apuesta por el crecimiento, con la que Hollande se ha comprometido frente a la obstinación suicida por una austeridad sin recorrido, cobra una dimensión nueva si se defiende, no desde cualquier lugar, sino desde París. El presidente francés saliente, Nicolás Sarkozy, o lo comprendió demasiado tarde, o simplemente creyó que sin adoptar esa divisa no podía ganar.

A Françoise Hollande le esperan todo tipo de obstáculos. La canciller alemana, la tecno-burocracia de Bruselas y la élite financiera podrán mostrarse aparentemente flexibles con el recién llegado, no tanto porque hayan iniciado un ejercicio de autocrítica, sino porque querrán evitar una polémica que dificulte su estrategia frente a la crisis. Le brindarán un discurso conciliador para, es de temer, apretar a la hora de hacer concesiones realmente significativas sobre los ajustes, los préstamos, la promoción de políticas activas de empleo y otras herramientas que dibujen un horizonte diferente.

Justicia y juventud serán sus dos prioridades, aseguró Hollande en su discurso de victoria. Una síntesis esencial, que toca el núcleo de la crisis de civilización y valores, mucho más profunda que la económica o social. Justicia implica volver a redistribuir la riqueza y reequilibrar la carga fiscal. A la juventud se la promete más recursos en formación para reforzar las oportunidades de acceder al empleo.

Pero además, el próximo Presidente de Francia quiere sumar a la trinidad de principios fundacionales de la República (libertad, igualdad y fraternidad) otros dos: legalidad y laicidad. Un binomio más sutil, abierto a varias interpretaciones. La legalidad, como respuesta a los favoritismos, excesos y trampas del periodo sarkoziano. La laicidad, en tanto espíritu de concordia, frente a la intolerancia, para superar las contradicciones culturales o religiosas.

Hollande acertó en su mensaje inicial. Merece confianza, por supuesto, aunque es difícil despejar las dudas sobre la capacidad que tendrá de honrar sus compromisos. Le hará falta algo más que su personalidad pragmática y su voluntad inquebrantable de ‘reussir’, de triunfar. Estas elecciones tendrán una ‘tercera vuelta’ con las legislativas de junio. La izquierda necesita una mayoría contundente para afianzar la primacía de la política sobre los chantajes de las finanzas especulativas. La incógnita: el resultado del Frente Nacional.

LA DESPEDIDA DE SARKOZY

Nicolás Sarkozy compareció ante sus entregados seguidores con una declaración solemne de dignidad. El Presidente saliente asumió enseguida su total responsabilidad por la derrota. Sus palabras –a la vez grandilocuentes y emocionales- juguetearon con la idea de retirarse de la política, sin mencionarlo expresamente. “Me dispongo a volver a ser un francés más entre todos los franceses”. Pero a continuación aseguró –entre aclamaciones- que seguirá defendiendo los valores de Francia, “desde otro lugar”.

Sarkozy defendió su mandato, sus diez años en la cúspide de la política francesa: como ministro, primero; como Presidente, después. No resistió la tentación de denostar a quienes le han criticado o han ofrecido una valoración distorsionada de su gestión “al servicio de la Nación”. Una despedida –temporal o definitiva, eso se verá- en la que pudo detectarse cierto resentimiento sobre el presente más cercano, una ambigüedad sobre el futuro y nula autocrítica por sus acciones públicas.

ESTRAMBOTE GRIEGO

En todo caso, sigue confirmándose que la crisis económica y social pasa facturas a los que gobiernan. En Francia, desde luego, y por supuesto también en Grecia, donde los socialistas del PASOK, diluidos en el Gobierno técnico de coalición, han sido reducidos al 15% en las elecciones legislativas del domingo, lo que les convierte en los principales perdedores. Los conservadores de Nueva Democracia pasan a ser la primera fuerza política, pero con apenas el 22% de los votos. Los dos grandes partidos tendrán que gobernar juntos. Pero, en el caso de que lo consigan, será una ‘pequeña coalición’: han perdido cuarenta puntos (del 77% a sólo 37%). Frenar a los extremos del espectro político se antoja difícil. La extrema izquierda cuadriplica sus resultados y se coloca apenas unas décimas por debajo de los socialistas. Los neonazis tendrán una veintena de diputados en el Parlamento. Grecia quizás sea uno de los países europeos que más confían en que las nuevas luces del Eliseo favorezcan un clima menos agobiante. Hoy por hoy, la cuna de la democracia occidental se ha convertido en un cementerio político.

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