miércoles. 24.04.2024

Hipótesis descabelladas

NUEVATRIBUNA.ES - 30.5.2010Las crisis económicas son consustanciales al capitalismo y suelen aparecer cíclicamente debido a múltiples factores como la deflación, la falta de coincidencia entre la oferta y la demanda, los avances tecnológicos y, sobre todo, porque el capitalismo se basa en la búsqueda del beneficio individual o corporativo a cualquier precio, lo que produce desajustes enormes que afectan al conjunto de la sociedad de modo
NUEVATRIBUNA.ES - 30.5.2010

Las crisis económicas son consustanciales al capitalismo y suelen aparecer cíclicamente debido a múltiples factores como la deflación, la falta de coincidencia entre la oferta y la demanda, los avances tecnológicos y, sobre todo, porque el capitalismo se basa en la búsqueda del beneficio individual o corporativo a cualquier precio, lo que produce desajustes enormes que afectan al conjunto de la sociedad de modo creciente conforme la falta de control de los mercados por los poderes públicos es mayor.

Se ha comparado la actual crisis con las acaecidas a partir de 1929 o 1973. En nuestra opinión, nada tienen que ver porque nunca antes el volumen de capital acumulado por las grandes corporaciones había alcanzado, ni remotamente, al actual; porque nunca antes los capitales habían podido moverse con la velocidad y la libertad de hoy; porque mientras que los Estados siguen siendo pequeñas estructuras diseminadas que marcha cada una por su cuenta, el capital se ha mundializado y actúa como una gran superestructura global que impone sus reglas despóticas a todos los gobiernos. Es decir, que ahora mismo seguimos con un modelo político anticuado basado en los Estados nacionales, plurinacionales o como ustedes gusten mandar, mientras que el capital, que nunca ha tenido patria, se ha adaptado perfectamente a las nuevas tecnologías y actúa en todo el planeta sin que para ello sea preciso moverse de la city londinense o Wall Street, los dos antros mundiales desde donde un puñado de forajidos controlan el movimiento de las finanzas, los paraísos fiscales, la deuda pública, las guerras, la deslocalización industrial o las acciones de los piratas somalíes. Estamos, pues, asistiendo a la sustitución de la democracia burguesa –deteriorada por tanta concesión al capitalismo, por el individualismo abúlico inyectado a la ciudadanía, por la supresión de impuestos progresivos y por las incesantes campañas mediáticas encaminadas al descrédito de lo “político” y los políticos- por la dictadura feroz de los mercados, al nacimiento de un nuevo sistema en el cual los consejos de Ministros serán sustituidos por consejos de Administración, y la clase política por ejecutivos agresivos sin escrúpulo alguno. La empresa ahora se llama planeta, el sistema, mercadocracia.

Mientras la URSS estuvo en pie, todos los esfuerzos del capitalismo se encaminaron a asfixiar a ese gigante con los pies de barro que alguna vez amenazó los cimientos del único sistema económico que ha conocido la Humanidad: El capitalismo. Había que acabar con la URSS porque pese a sus muchos defectos y deficiencias, servía de paraguas para las aspiraciones de millones de obreros occidentales que lograron durante su existencia el mayor grado de bienestar económico, político, social y cultural de la historia. La guerra fría, ideada en los cuarteles de invierno de Churchill y Truman, obligó a la URSS a destinar enormes cantidades de dinero para no quedarse atrás en una carrera armamentística que no deseaba y que no estaba en condiciones de soportar a largo plazo: Hoy sabemos lo mucho que estaba dispuesto a ceder Stalin tras el final de la II Guerra Mundial con tal de obtener una alianza o un pacto pacífico con Roosevelt, o sea con Estados Unidos, el otro ganador de la guerra; también de las intrigas de Churchill para impedir que ese pacto o alianza llegase a buen puerto.

A principios de los ochenta era ostensible el agotamiento del modelo soviético. Para entonces ya se habían producido varios hechos notables que condicionarían la evolución del mundo en las próximas décadas: La insólita llegada al poder de dos personajes –Tacher y Reagan- que no creían en el Estado Social de Derecho ni en Europa ni en ninguno de los logros conseguidos por los trabajadores después de la Segunda Guerra Mundial. Todo lo contrario, su filosofía política se resumía en esta máxima: “Todo el poder a los mercados”. Comenzaba así una nueva era del capitalismo que consistía en privatizar todos aquellos sectores públicos susceptibles de producir suculentos beneficios a los grandes inversores privados; en la eliminación de los impuestos directos y progresivos; en el uso de la represión en lugar del diálogo social; en la libre circulación de capitales y en la guerra como instrumentos para conseguir sus objetivos en cualquier parte del mundo. El aburguesamiento de los trabajadores, de los partidos y sindicatos obreros al calor de los progresos obtenidos en las décadas anteriores; la indecisión de la Comunidad Europea para transformarse en una unidad política, las nuevas tecnologías y la aparición de China como potencia económica y competidora en la producción de manufacturas, abría para Europa un escenario tan incierto como antiguo: El del sálvese quien pueda.

La caída de la URSS dejó como potencia hegemónica a Estados Unidos, como potencia subsidiaria a Europa y a China como potencia emergente con muchas expectativas de futuro por su modo de producción esclavista. En tal contexto socio-político-económico, Europa, que carece de política exterior común y de peso en la nueva correlación de fuerzas, se convierte por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial en escenario de varias guerras fraticidas de la que salen un puñado de países a los que la comunidad internacional se apresura en reconocer sin condición alguna, llegando algunos Estados a dar carta de naturaleza a que un trozo robado por los albaneses refugiados a Serbia, sea considerado también como Estado soberano.

Entre tanto, la Europa a quince, impulsada por Mitterand, Kohl y González, da algunos pasos hacia la unión política, firmándose diversos tratados que culminan en la moneda única y un Banco Central Europeo que, al contrario de la Reserva Federal norteamericana, carece de los fondos monetarios adecuados para su normal funcionamiento. Algunos piensan que tras la moneda única vendrá la unificación política y aunque andan equivocados, al menos de momento, hay quienes tienen sus sospechas sobre tal posibilidad. Por si acaso, Estados Unidos se decide a jugar sus bazas y con la colaboración del Reino Unido -el caballo de Troya que mantiene la libra como divisa, se apunta a cualquier beneficio y se niega a pagar pérdidas-, diseña un plan que paralizará durante décadas el camino hacia esa unidad: Sucesivas ampliaciones que incluyen a países desmembrados de las antiguas URSS, países del Este y los balcánicos, haciendo inviable el proyecto que se planteó para quince Estados. El primer paso está dado. Desaparecida la URSS, una Europa a veintisiete es ingobernable y será, en adelante un escenario inestable, al igual que su moneda.

La crisis económica que nació en el otro lado del Atlántico y atemorizó en un principio o los grandes magnates del mundo, se ve enseguida como una verdadera oportunidad para imponer el absolutismo de los mercados y aplazar sine die la posible unidad política de Europa sobre principios democráticos y de justicia social: Quiebra la banca mundial, se obliga a los Estados a endeudarse en porcentajes del PIB hasta entonces desconocidos para salvar el sistema financiero y los ahorros de los ciudadanos. Los Estados se debilitan porque en vez de actuar al unísono, proceder a la nacionalización del sistema financiero y restaurar un sistema impositivo justo, meten miles de millones de dinero en un pozo sin fondo en el que viven reptiles de una voracidad insaciable. Todo ello se hace con el beneplácito de los organismos económicos internacionales, incluso algunos llegan a decir que hay que suspender temporalmente la economía de mercado.

La maniobra está hecha, en ella han caído todos los Estados por su egoísmo, su flojera, su descoordinación y su falta de vocación para cumplir con su obligación de servidores del pueblo. Los tiburones financieros han metido el miedo en el cuerpo a la ciudadanía que, increíblemente, corre a depositar sus ahorros masivamente a los bancos quebrados. Con esos ahorros, más las ayudas de los Estados, más los fondos de inversión que controlan, esos truhanes se dedican al mayor negocio de la historia: Jugar con la deuda pública de los Estados, especialmente los europeos, a los que obligan a pagar unos intereses muy superiores a los que venían pagando antes de endeudarse para salvar al sistema. Muchos creen que el objetivo es el euro, y lo es, pero hay otros objetivos de mucho más calado: Debilitado el Estado por el déficit, la supresión de impuestos y las posteriores maniobras de los especuladores, los dueños del dinero pretenden acabar con los servicios públicos esenciales. Para ello imponen políticas económicas neoconservadoras, drásticas, draconianas bajo la amenaza del fuego del infierno. Los Estados han de hacer ahora recortes presupuestarios, los tiburones, los reptiles, los carroñeros, se preparan, maniatado el Estado, para asaltar la Bastilla: Seguridad Social, Educación, bienestar social, obras públicas, derechos, es decir a sustituir al propio Estado para apropiarse de la totalidad de los dineros públicos.

La última palabra, como siempre, la tiene el pueblo, pero no el pueblo de un Estado en concreto sino género Humano en su conjunto, actuando de modo coordinado, consecuente y firme ante el desafío planteado:

> PDF: Las cifras de la Deuda 2009

Pedro L. Angosto


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