sábado. 20.04.2024

Hacia una nueva civilidad

En el siglo XIX y gran parte del XX, los historiadores y los sociólogos –entre ellos Karl Marx y Max Weber–, definían a las sociedades como conjuntos históricos estructurados. La definición, aunque algo abstracta, sí comprendía un estado de la relación entre la política, la economía y la tecnología de ese periodo. Empecemos.

En el siglo XIX y gran parte del XX, los historiadores y los sociólogos –entre ellos Karl Marx y Max Weber–, definían a las sociedades como conjuntos históricos estructurados. La definición, aunque algo abstracta, sí comprendía un estado de la relación entre la política, la economía y la tecnología de ese periodo.

Empecemos. La política del siglo XIX estaba manejada por una élite que controlaba las decisiones y socializaba a las distintas clases. El papel de las clases subalternas arrojadas del Estado no era otro que tratar de asimilar o subvertir ese orden: así surgieron diversos modelos ideológicos de concebir lo político. Las propuestas  liberales se substanciaban en elementos tangibles para conformar los derechos de participación, es decir, el derecho de propiedad era lo que conformaba la capacidad política de existir. Los marxistas  entendieron una relación material de la existencia que conformaba un modelo base-superestructura que se manifestaba en  un esquema clasista que, el gobierno de la clase proletaria, transformaría a través de la disipación de los modos de alienación política y una nueva identidad conformada en la desaparición de las clases sociales y el Estado capitalista. Los idealistas  Hegelianos defendían modelos de sociedad que forjaban una relación con el Estado conforme a las condiciones de un marco reglado jurídicamente.

La economía traía un esquema productivo nuevo: el capitalismo industrial condicionaba un estadio de la evolución y un modelo de  progreso  –todavía no de bienestar– que las élites pensaron se realizaría en la acumulación del capital. De nuevo, el XIX, trajo consigo interpretaciones diversas  y modelos de organización alternativos: el socialismo utópico de Owen y Fourier propugnó los Falansterios, el liberalismo basó su análisis en un concepto utilitarista de las relaciones económicas que se fundamentaba en elementos  del mercantilismo de carácter transaccional. Y, por último, el marxismo insistía en el carácter injusto de la acumulación del capital y la explotación del trabajo a través de la relación que se daba entre los tenedores de los medios de producción y la fuerza del trabajo sobre la  que se extraía una plusvalía.

En lo que respecta a la tecnología, la interpretación era unánime: la expansión del capitalismo, del modelo de producción industrial, de la mundialización de la economía, contemplaría un esquema notablemente distinto que alteraría la relación entre la política y la sociedad como así fue.

El siglo XX fue el siglo de la expansión de la tecnología y la economía industrial que ha alterado significativamente el concepto que del siglo XIX se extraía de la sociedad. Ahora, los instrumentos de politización son cada vez más impersonales y el poder solo se puede limitar a mantener los mecanismos clásicos de encuadramiento social, el de las propias instituciones del Estado liberal que, sin embargo, se ve en muchas ocasiones impotente para imponer sus propios criterios o socializar las decisiones que las élites políticas toman. Un ejemplo de ello es la creciente abstención a las elecciones europeas. Por otro lado, todavía los mecanismos supranacionales como la Unión Europea resultan insuficientes para determinar un tipo de ciudadanía política que ya no solo se conforma exclusivamente en los derechos políticos individuales, ni  siquiera en la inclusión en el Estado a través de unos derechos sociales, sino más bien, en las posibilidades vitales  que marcan el acceso a las redes laborales y de información. Son, por vez primera los contenidos de información real, es decir, los mecanismos que las personas disponen para conformar su existencia social que incluyen por supuesto elementos materiales como un coche o una casa, pero también elementos intangibles como la influencia, el poder, el estatus, las posibilidades de comunicación, la comodidad o el dinamismo, lo que forja su conciencia y determina su vida como individuos, conforma los grupos y las fisonomías de las sociedades de nuestro tiempo. De igual modo, los instrumentos de participación y difusión de la información han erosionado en buena medida las identidades permanentes y los roles clásicos que se otorgaban desde la familia o la escuela. En nuestro tiempo, más que identidades políticas o sociales, podemos más propiamente hablar de identificaciones, entendiendo por tales las coincidencias coyunturales para alcanzar un determinado objetivo.  Esto, en cierto modo, no tiene por qué ser en sí mismo negativo  puesto que podría hacer cambiar la composición y el funcionamiento de los partidos políticos de postguerra, acostumbrados a difundir su ideología o su estrategia conteniendo un diálogo impersonal y periclitado a través de unas élites elegidas de modo corporativo y cuya acción está completamente desconectada del funcionamiento real de las sociedades. Ahora, estas nuevas identificaciones conforman una nueva visión de la política primando una politización fundamentada en las prácticas compartidas frente a los mensajes partidistas y orgánicos. A este respecto, el valor de lo político y de las ideologías o más propiamente, el mensaje partidista, se ve desdibujado  en favor de un espacio público creado y recreado a través de estrechos márgenes de confianza intersubjetivos de naturaleza constructivista aunque volátiles.

Así las cosas, las relaciones de sociedad conforme a  los cambios antes explicados en la política, la economía  y la tecnología, son nuevas experiencias de socialización y politización que, a través del espacio del consumo, de la red y del viaje, ahora de carácter global, están trayendo como efecto un desplazamiento de las interiorizaciones de los partidos políticos  –hasta hace poco el único medio de difusión de la ideología–  y la alteración de las percepciones individuales y sociales de las tradiciones y costumbres, de los espacios compartidos en la sociedad que nació en la época industrial. Sea cual sea la definición que podamos hacer de la sociedad en el siglo XXI, hay que tener en cuenta que las nuevas relaciones de sociedad, están dando muestras del  surgimiento de una nueva civilidad a partir de la socialización de la ideología a través de las repercusiones del bagaje de sus prácticas.

Hacia una nueva civilidad