sábado. 20.04.2024

Guerras de símbolos

NUEVATRIBUNA.ES - 3.12.2009PARA FUNDACIÓN SISTEMAEn los lejanos años de la Transición recibí un consejo que podía entenderse como una orden en función de la autoridad de quien lo emitía. Se trataba de pactar la forma de presentar ante los españoles, desde la televisión, la ikurriña, cuyo uso acababa de ser legalizado.
NUEVATRIBUNA.ES - 3.12.2009

PARA FUNDACIÓN SISTEMA

En los lejanos años de la Transición recibí un consejo que podía entenderse como una orden en función de la autoridad de quien lo emitía. Se trataba de pactar la forma de presentar ante los españoles, desde la televisión, la ikurriña, cuyo uso acababa de ser legalizado. Algunos guardias civiles habían muerto cuando al retirar esa enseña se habían visto sorprendidos por la explosión de una bomba-trampa.ETA utilizaba la bandera que hoy es de todos los vascos como un señuelo criminal. Con esos antecedentes, el consejo fue que mostrara la ikurriña, estática, y que no se la viera ondear en ningún caso. Aún con esas normas de prudencia, los teléfonos ardían aquella noche. Las protestas no se dirigían tanto al gobierno que había procedido a la legalización, como a los responsables de introducir la bandera en sus hogares.

En aquellos lejanos tiempos, una de las decisiones de mayor riesgo adoptadas por Santiago Carrillo para normalizar la presencia del PCE legalizado, fue la aceptación de la bandera roja y amarilla. Más aún que el reconocimiento de la monarquía.

Hoy, cuando creíamos que la convivencia democrática, la coexistencia de formaciones políticas que defienden posturas bien diversas en cuanto a la organización social y la forma de Estado, había trasladado el debate a planos racionales, seguimos observando el fondo de intolerancia que persiste cuando se roza la sensibilidad simbólica. El fenómeno no es exclusivamente español, como lo demuestra el reciente pronunciamiento en referéndum de los suizos, ese Estado en el que conviven lenguas y etnias distintas, otrora refugio de personas perseguidas por dictaduras, y siempre asilo de los capitales sin nombre, donde se ha adoptado mayoritariamente la prohibición de construir mezquitas con minaretes. Puede hacerse muy fácil literatura comparando lo que ocurriría si al Valle de los Caídos se le quitara la cruz. El Vaticano, por si acaso, ha desautorizado el resultado de ese referéndum, poco oportuno para su discurso cuando un Tribunal europeo ha considerado censurable la utilización de crucifijos en las escuelas.

La polémica se ha encendido en Italia y ha despertado los demonios escondidos de muchos miles de ciudadanos, mucho más afectados, a lo que parece, por la decisión rebelde de Berlusconi o la propuesta inducida de introducir la cruz en la bandera de Italia, que por la corrupción del primer ministro. En nuestro país la bronca ya ha comenzado y la razonable votación en el Congreso de los Diputados que traslada a nuestras escuelas públicas la resolución de Estrasburgo, ha dado lugar a disparates expresivos, pero que ya se multiplican en las ondas ultramontanas, de este tenor: “Ahora el gobierno terminará prohibiendo los villancicos”

Lamentablemente, en España todavía hay demasiada gente con influencia para generar opinión y caldear el ambiente en cada oportunidad en la que se hace efectiva la aconfesionalidad del Estado, y demasiado obispos como el de Alcalá de Henares capaz de entusiasmar a la extrema derecha junto a una bandera preconstitucional. Cristianos nostálgicos del nacionalcatolicismo que prefieren el regodeo de colgar un crucifijo en las escuelas al esfuerzo por difundir un mensaje evangélico que nació con la palabra que predicaba tolerancia.

No quisiera liquidar este comentario dejando la impresión de que pueda desdeñarse el valor de los símbolos, que forman parte de una instintiva vocación de identificarse colectivamente. La emoción unida a un símbolo es parte de la naturaleza humana, y se extiende a muchos ámbitos de la personalidad, desde lo deportiva a lo político o lo religioso. El fanatismo y la intolerancia es lo que transforma el entusiasmo por los colores propios en arsenal de agravios contra quienes exhiben otras tonalidades. Tiempo hubo en el que los veranos eran escenario de la llamada “guerra de las banderas”. Hoy me dicen que, en Euskadi, empiezan a convivir con normalidad la ikurriña y la bandera española. Por una decisión política adoptada con autoridad pero sin aspavientos. Buen ejemplo.

Eduardo Sotillos es periodista y, actualmente, secretario de Comunicación y Estrategia del PSM.

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