jueves. 18.04.2024

Gran Vía: la arteria cumple 100 años

NUEVATRIBUNA.ES - 4.4.2010Madrid, 4 de abril de 1910, calle de Alcalá. Tras un breve discurso, Alfonso XIII levanta el pico de plata en presencia de la Familia Real, el presidente Canalejas y el alcalde Francos Rodríguez, así como otras autoridades civiles y militares, diplomáticos, y distintos viandantes. Golpea el edificio que tiene enfrente, la Casa del Cura.
NUEVATRIBUNA.ES - 4.4.2010

Madrid, 4 de abril de 1910, calle de Alcalá. Tras un breve discurso, Alfonso XIII levanta el pico de plata en presencia de la Familia Real, el presidente Canalejas y el alcalde Francos Rodríguez, así como otras autoridades civiles y militares, diplomáticos, y distintos viandantes. Golpea el edificio que tiene enfrente, la Casa del Cura. Acto seguido, los obreros le sustituyen y siguen demoliendo, y así durante años, cavando un hueco de centenares de metros, de kilómetros, abriendo un espacio enorme en la ciudad y dando comienzo a todo un mito, la Gran Vía.

A mediados del siglo XIX, tras el fallecimiento de Fernando VII, su hija Isabel va a dar amparo en la capital del reino a un nuevo movimiento económico: la especulación del suelo urbano, que acompaña a diferentes proyectos de transformación. Mesonero Romanos será el encargado de “interesar en la reforma de la Capital a un singular número de sociedades extranjeras”, según cuenta Carlos Sambricio en su artículo Ideología, política y especulación urbanas en Madrid en la primera mitad del siglo XIX. El caso de la Castellana.

Apareciendo propuestas tan dispares como conectar Atocha con la carretera de Valencia, prolongar el Paseo del Prado o reformar todo el entorno de la Puerta del Sol, una vía que conectará Sol con Santo Domingo y con la Estación de Príncipe Pío o un bulevar que comunicará la Plaza de Santa Isabel con Sol. Todas estas propuestas se realizan por representantes de empresas extranjeras, como el caso del ingeniero francés Pirel, que lo hace en nombre de la Compañía de Ferrocarriles Madrid-Zaragoza-Alicante, con anterioridad a que Castro formulara el Plan del Ensanche y de que apareciera la propuesta de la Gran Vía.

El proceso especulativo, no obstante, se inicia con el “ensanche”, derribando las cercas de Madrid. Continúa con el denominado “Paseo Nuevo” – prolongación de la Castellana -.Todo ello da lugar a la aparición del debate sobre la regeneración del centro de la ciudad mediante el derribo de edificios para articular una “gran vía” que dé modernidad a la capital y la conecte con el nuevo modelo urbano que se desarrolla en las grandes capitales del mundo. A partir de aquí aparecerá un largo etcétera, que se desarrollará sobre criterios especulativos pero en base a la “necesidad” de más espacio, sobre todo para viviendas, y de forma muy especial en los años posteriores a la Guerra Civil.

La creación de una vía de tales características dentro de Madrid ya había estado en muchas mentes con bastante anterioridad. Por una lado estaban las necesidades de descongestionar el eje Alcalá-Puerta del Sol-Plaza de la Villa, el famoso eje vinculado a la corte de los Austrias, pero también mejorar el barrio al norte de este eje, sanearlo, ya que tenía focos de insalubridad, malas comunicaciones y demasiadas callejuelas. En definitiva, era “recuperar” para la ciudad un nuevo espacio y, sobre todo, para comunicar los nuevos barrios de Argüelles y Salamanca, integrando mejor el Ensanche en una ciudad que ya contaba con medio millón de habitantes. Además, existía la creencia de que el Ensanche decimonónico junto a la creación de la Gran Vía y el mejoramiento del área del Prado no solo mejorarían el entorno de la ciudad, sino que motivarían beneficiosas inversiones públicas y privadas. Ya con Isabel II y la Regencia se había realizado un esfuerzo por hacer nuevos edificios, embellecer Madrid y mejorar las infraestructuras.

¿Cómo era la zona de la Gran Vía antes de la creación de esta? Aunque algunos rasgos ya están apuntados, eran barrios relativamente humildes, sin ningún edificio oficial, con calles pequeñas y un trazado muy irregular. Tenían las viviendas cierto aspecto destartalado y el ambiente era de casticismo total. Había algún templo, palacete, corralas… No se puede obviar que uno de los objetivos urbanísticos de Madrid no sólo era la creación de la Gran Vía sin más, sino mejorar la ciudad. Por ello también se demolieron otros muchos edificios de la zona, ya que además había que crear nuevas calles que saliesen de la Gran Vía, y numerosas manzanas. Incluso antes de la Gran Vía ya se habían acometido algunas reformas, como la ampliación de la calle Preciados hasta el Callao. En definitiva, se trataba de mejorar una parte de la ciudad y a la vez modernizarla. Era toda una operación de cirugía urbana que suponía a la vez recuperar la zona para el gran capitalismo, el comercio y las inversiones. Supuso nuevos alcantarillados, cañerías de agua, mejor iluminación y trazado recto Hay que tener en cuenta también que Barcelona ya se había modernizado con una Exposición Universal en 1888 y con el Ensanche, logrando una apariencia de ciudad europea y muy complementada con las construcciones modernistas al uso. En otras ciudades mundiales se habían abierto grandes avenidas comerciales que parecían verdaderos escenarios o calles “escaparate“, como la Vía Veneto en Roma o la Quinta Avenida de Nueva York. Madrid quería asemejarse a las ciudades modernas y cosmopolitas, y tener un “escenario” referente. Esta voluntad también se deja entrever en la construcción del Hotel Ritz (1910) y el Palace (1912).

Ahora bien, cuando se empezaron a conocer los deseos de abrir la Gran Vía, la opinión pública se dividió mucho, incluso los debates llegaron a ser acalorados entre defensores y detractores. Había una fuerte resistencia del casticismo y, sobre todo, de las personas que vivían en los barrios a demoler, y de las instituciones allí asentadas. También fueron muchos los problemas legales. El propio casticismo madrileño criticaba el proyecto defendiendo el estado de aquella parte de Madrid como algo propio, y criticando todo intento de modernización. Lejos de ello, el casticismo precisamente se ha reubicado en la Gran Vía, con sus característicos limpiabotas y vendedores de lotería. En todo caso, el resultado es un característico mestizaje entre aquel casticismo fosilizado y los movimientos de vanguardia internacional. Por suerte, muy anteriormente a 1910 el Ayuntamiento fue comprando o expropiando edificios y solares.

De la necesidad de abrir un eje entre la actual Plaza de España y el oeste de Alcalá ya se refería el Plan Velasco de 1862, lo cual suponía comunicar los barrios de Salamanca y Argüelles, idea que se reforzó en el periodo del Sexenio Revolucionario. Velasco ofreció varias posibilidades de trazado, y se abrió un período de discusiones, pero en la mente de los madrileños se creó el debate sobre la necesidad o no de dicha calle. A los políticos del Ayuntamiento les gustó el Plan Velasco, pero la falta de presupuesto y el propio fallecimiento de Velasco en 1888 paralizaron la ejecución del proyecto, aunque no los debates dentro del pueblo madrileño, plasmados en la famosa zarzuela de Chueca y Valverde titulada la “Gran Vía”. El conde de Peñalver asumió el proyecto como alcalde, que también había defendido su antecesor Alberto Aguilera, y esto se reflejó en una Ley de Expropiación, aunque fueron los arquitectos municipalistas Salaverry y Octavio quienes reestructuraron el proyecto que fue presentado en 1899 con las facilidades de la mencionada ley, y ya trabajándose en distintas compras y expropiaciones de solares y edificios. La viuda de Velasco les llegó a acusar de plagio, pero sus demandas fueron desestimadas.

El proyecto de la Gran Vía la dividió en 3 tramos por razones del terreno, y que se pueden apreciar a día de hoy: tramo Alcalá-Montera/Red de San Luis (B), Montera-Callao (Bulevar) y Callao-Plaza de España (A). El tramo intermedio es llano y da más posibilidades de anchura, siendo esta de 35 metros. Por el contrario, los otros dos tramos son en cuesta y con una anchura de 25 metros. El largo de los 3 tramos sería de 1,3 kilómetros, siendo esta la del total de la Gran Vía. Posiblemente la Gran Vía no parte de Cibeles porque estaría como obstáculo el Palacio de Buena Vista (entonces Ministerio de Guerra).

Los derribos en tantos espacios afectados y durante tantos años, unos treinta, afectaron a muchos edificios, como el Hotel Roma, que fue reubicado en un edificio nuevo, el palacio de Masserano, la Casa Astreana, la Casa de los Jesuitas, el convento-iglesia de “las Niñas de Leganés”, el Mercado de los Mostenses, y alguna fuente y plaza. A favor de los derrumbes hay que decir que se intentaron mitigar reaprovechando el trazado de calles precedentes, e incluso se salvó algún edificio, como el oratorio del Caballero de Gracia. Seguramente las primeras bajas fueron la llamada “Casa del Ataúd” y el palacio de la duquesa de Sevillano, aproximadamente donde ahora está el famoso edificio Metrópolis que se levantó en 1912, siendo por ello los edificios que habría que demoler para iniciar el trazado de la Gran Vía. En la evolución constructiva se observa como los derribos y construcción son progresivos de Alcalá a Plaza de España; eso da características distintas a cada tramo, tanto en la funcionalidad de los edificios como en su propia arquitectura: eclectismo, modernismo, racionalismo, historicismo… Con la prolongación de obras en los tiempos intervinieron distintos alcaldes, arquitectos y presidentes de Gobierno.

Los trabajos eran bastante rápidos para lo complicado de las construcciones ,y en 1916 ya se inauguraba el primer tramo, que recibió el nombre del alcalde que había firmado el proyecto, Conde de Peñalver, que ahora es el nombre de otra calle madrileña. En este tramo se ubicaron distintos casinos (Ejército, Círculo Mercantil…), cafés (Molinero, Chicote, Abra…), banquetes literarios, empresas de seguros, comercio de lujo y hoteles. Es un tramo más elitista y de rasgos novecentistas, al contrario que los otros dos.

Los trabajos del segundo tramo comenzaron en 1917 y se prolongaron durante los años 20. Está vinculado a un momento de prosperidad fruto de la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial. La ciudad en esos años se embellece, tanto en la Gran Vía como en La Castellana. Son años en los cuales se empiezan a ver coches, tranvías eléctricos y el metro. El segundo tramo materializa este espíritu optimista y visibiliza todas estas innovaciones, con la parada de metro que tenía un precioso templete a la altura de Montera, o con la construcción de rascacielos como son el edificio Telefónica y de la Prensa. En el tramo se centralizaron los grandes teatros, cines, emisoras de radio, redacciones de periódicos, bancos, muchos hoteles y grandes almacenes. Este tramo es muy diferente al anterior. Da una imagen de racionalismo neoyorquino. No es ya un paseo, sino una avenida funcional, adecuada al consumo de masas y al ocio, y al metro. En estos años en este tramo, que se hizo llamar Pi y Margall (el Bulevar) y en tramo del Conde Peñalver, se abrieron numerosos bares americanos y night-club.

Desde 1925 se trabajó en el tercer tramo, cuyas obras continuaron durante la Dictadura franquista. Ese tramo Callao-Plaza de España o tramo A se llamó Eduardo Dato, aunque variaron los nombres de los distintos tramos, siendo desde 1936 “Avenida de la CNT” el tramo B, desde 1937 “Avenida de Méjico“ el tramo A, y “Avenida de Rusia” y después “Soviética”el Bulevar. Para el pueblo madrileño, durante la guerra civil el tramo A era conocido como la “Avenida del Quince y Medio”, por los obuses de dicho calibre que se disparaban desde la Casa de Campo contra Madrid. En aquellos años la Gran Vía era el centro de los corresponsales de guerra (Hemingway, Kolsov, Buckley…), de las barricadas y de las antiaéreas, varias situadas en el edificio Telefónica. Desde la entrada de las tropas franquistas en 1939 se rebautizó como Avenida de José Antonio a toda la Gran Vía. Posiblemente lo más sobresaliente de la arteria regeneradora del casco histórico de Madrid a partir de la conclusión de la contienda civil del 36, es la dificultad del nuevo régimen para intentar arraigar un nombre impuesto: Avenida de José Antonio. Prácticamente nadie utilizaba tal nombre, sino que se mantuvo el popular de Gran Vía, implantado por los vecinos madrileños al margen de la “oficialidad”, al igual que habían hecho con los nombres de los tres tramos de una operación urbana que no terminaría de ver su estructura definitiva hasta bien entrados los años 50. En 1981 el alcalde Tierno Galván sería quien pusiese como nombre Gran Vía, que curiosamente nunca se había nombrado de manera oficial, pero de tal manera la habían designado ya muchos madrileños.

Desde los comienzos de su desarrollo se convertiría en un foco de actividades muy diversas, tanto culturales (cine o teatro) como económicas -los primeros “grandes almacenes”, denominados SEPU (Sociedad Española de Precios Únicos) se inauguran en 1934-. El nacimiento de dichos almacenes nos sitúa en un debate, complementario, que, más tarde, se repetirá con frecuencia entre la tradicional estructura del comercio y la aparición, al igual que en otras grandes ciudades europeas y de América del Norte, de las conocidas como “calle – escaparate” (Regents Street en Londres y Leipzigerstrasse en Berlín, o la Gallería Vittorio Emmanuel, en Milán). Pero también estamos ante algo que será referente en esta nueva calle de Madrid: la comunicación, ya sea por hilos como la Telefónica o por ondas como la Sociedad Española de Radiodifusión (SER), que a partir de 1940 incorpora a la cadena Unión Radio.

La Guerra Civil no supone una paralización de la actividad económica de la zona y desde la finalización de la contienda, se convierte en una zona de referencia para el lujo madrileño, así como la ubicación de cines, las mejores cafeterías de Madrid, restaurantes…pasando a ser el paseo de moda del centro de Madrid. Esta situación entrará en un proceso de declive, a pesar de la implantación de los dos templos del consumo madrileño, Galerías Preciados y El Corte Inglés, a partir del desarrollismo de los años 60 que multiplicará los núcleos de referencia en otros puntos de la ciudad, muy especialmente en el Paseo de la Castellana, y calles de Serrano y Velázquez, donde se trasladarán una parte importante de los espacios financieros y de los grandes despachos profesionales.

No se puede pensar que la recuperación de la democracia supone un revulsivo de esta arteria de la ciudad. Las necesidades de la periferia eran tan acuciantes, que fue necesaria la inversión en una red de depuración. La urbanización de grandes espacios abandonados en el barro por la avaricia especuladora de los últimos años de la dictadura hicieron difícil ocuparse de espacios centrales que aunque en franca decadencia, no precisaban de la actuación urgente del equipo de Tierno Galván. No obstante una parte del proceso de la movida madrileña se posicionará en sus inmediaciones, muy especialmente en los barrios de Chueca, Huertas o Malasaña (su territorio urbano por excelencia). La gran capacidad de Tierno por interpretar el sentimiento popular, lo que sí hizo fue “recuperar” su nombre, precisamente popular: GRAN VÍA.

Seguramente el mayor empuje hacia la desaparición de la Gran Vía como espacio de referencia cultural, económica y del ocio, se lo dieran los alcaldes Rodriguez Sahagún y, su continuador, Álvarez del Manzano, intentando recuperar parte del casticismo como elemento modernizador e implantando para ello en sus aceras unas “farolas-macetas” de dudoso gusto, o la escultura como monumento a La Violetera, situada en la calle de Alcalá, esquina con Gran Vía, pero que dado lo poco afortunado de su situación y de la “importancia” escultórica, el municipio a través de la “Comisión de Estética Urbana”, decide retirarla en 2003 al Parque de las Vistillas. Había caído la Gran Vía en manos de sus casi definitivos defenestradores por mucho que intentaran demostrar que lo que se proponían era la regeneración de una vía que perdía la referencia en la ciudad.

La Gran Vía fue capaz de transportar a los madrileños al Broadway neoyorquino, que tal como apreciara Heminway “la Gran Vía es una mezcla de Broadway y la Quinta Avenida”. Los cines de esta calle van a suponer para Madrid una referencia cultural que no solamente impulsará la actividad económica de las salas de exhibición, sino que alimentará una gran industria cinematográfica y una actividad edificatoria de gran trascendencia para Madrid. Entre los cines cabe destacar el "Palacio de la Música", realizado por Secundino Zuazo entre 1924 y 1928. También por estas fechas le fue encargado a Pedro Muguruza lo que es hoy el "Palacio de la Prensa". Luis Gutiérrez Soto construirá el "Cine Callao", situado en la plaza del mismo nombre entre 1926 y 1927. El "Coliseum" es obra de Jacinto Guerrero, y se construyó entre 1931 y 1933, además del "Cine Rialto" (1926-30), el "Cine Avenida" (1927-28) y el "Cine Imperial" (1933-35). También cabe destacar el edificio "Capitol", inicialmente conocido como “Carrión” (1931-33), cuyos autores fueron Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced, al amparo del promotor Enrique Carrión .

Los cines fueron capaces de incorporar en su desarrollo nuevos modos en el uso de los edificios, y es precisamente el Capitol un ejemplo de ello, dado que sus autores formulan uno de los primeros proyectos multifuncionales con oficinas, residencias y apartamentos, lo cual aporta a la Gran Vía un perfil de modernidad.

Con el mismo impulso y capacidad de atracción que aparecieron, fueron languideciendo hasta su práctica desaparición por diferentes motivos, posiblemente la moda de las multisalas, la aparición de la TV, pero posiblemente el elemento que más contribuyó a su desintegración se produjo al amparo de la nueva reglamentación del Plan General de 1997, que permitió otros usos lucrativos para aquellos que habían conseguido exprimir al máximo las posibilidades del cinematógrafo.

A pesar de esta circunstancia nos queda una pequeña esperanza de ver como las pocas salas que han logrado sobrevivir han sido capaces de conectar a los madrileños con este espacio urbano a través de musicales, operas.… ¿estamos a tiempo de recuperar este trozo de Broadway? Los productores y las administraciones tienen la palabra.

Es posible que la Gran Vía sirviera para formular propuestas de características similares y espacios complementarios, como la que en los años 90 formuló el Grupo Socialista del Ayuntamiento de Madrid para el barrio de Chueca, con un planteamiento de “esponjamiento”, es decir, la resolución de problemas sociales, de habitabilidad, de alta concentración edificatoria, mediante la apertura de un gran eje que, comunicando la Plaza del Callao con la Plaza de Colón, permitiera obtener espacios abiertos para regenerar el tejido urbano y social. También se han realizado propuestas como la formulada en el programa electoral del Partido Socialista de Madrid en las últimas elecciones de 2007 que pretendía recuperar para la Gran Vía el protagonismo que había perdido en los últimos 20 años, con propuestas como la peatonalización del tramo entre plaza de Callao y calle Alcalá, lo que permitiría que la Gran Vía tuviera una dimensión que nunca había tenido, poderla pasear y observar su arquitectura desde una perspectiva desde la que el madrileño nunca ha podido disfrutar, pues en esta zona ya se conocen los atascos automovilísticos desde los años veinte del pasado siglo.

Seguramente esta vía se puede considerar como un referente urbano del siglo XX. Sería difícil entender el desarrollo de Madrid sin considerar la importancia que para el mismo ha tenido a lo largo de todo un siglo.

Los edificios en su momento debieron resultar tan modernos que a día de hoy muchos de los originales parecen realizados recientemente. Los madrileños debieron quedar boquiabiertos de cómo se tiraron construcciones, cómo cambió el trazado y cómo se iban levantando una serie de edificios, entonces lo más altos y modernos de la capital. Basta fijarnos en los edificios que culminan la Gran Vía en Plaza de España.

La Gran Vía es una calle que está en mutación constante; a día de hoy es posible ver una continua variación no ya en la fisonomía de los edificios, sino en los distintos usos que se les va dando cada poco tiempo.

La Gran Vía como espacio simbólico ha sido a Madrid en los últimos cien años lo que un templo puede ser a una ciudad medieval. Es a la vez fuente de inspiración literaria, tanto para poesía, para un ensayo, como para una novela, un cuadro de Antonio López, como lo es también musical para la zarzuela de Chueca y Valverde o la canción de Antonio Flores, o como lo puede ser también cinematográficamente en el “Día de la Bestia” o en “Abre los Ojos“. Ahora bien, es tan importante para la villa del oso y el madroño, que su creación supone un paso adelante en su reconocimiento como ciudad, haciendo pasar de villa del sainete y la zarzuela a ciudad cosmopolita del cine , del teatro y de la música.

Anécdotas hay muchas, como la del 23 de enero de 1928 en la cual un toro se escapó, sembrando el terror en las calles de Madrid, y en plena Gran Vía salió a su encuentro el matador “El Fortuna”, que lo lidió abrigo en mano y lo mató entre la ovación de los viandantes.

Paseando el otro día observaba todavía los últimos cines, como de día se pueden ver los últimos limpiabotas, y de noche vendedores ambulantes de origen chino junto a las pocas reminiscencias de la movida nocturna, que tuvo la Gran Vía como referente en los 80. De cualquier modo, la calle está llena de gente, de vida, día y noche, y es uno de los principales referentes turísticos de la ciudad.

Bienvenidos al mayor espectáculo: pasen y vean, o mejor, paseen y admiren. Feliz cumpleaños.

José María de la Riva - Urbanista y ex concejal del Ayuntamiento de Madrid y Juan Pedro Rodríguez Hernández - Profesor-tutor de Historia en la UNED.

Gran Vía: la arteria cumple 100 años
Comentarios