sábado. 20.04.2024

Gelman gana la vida

Conocí a Juan Gelman en Córdoba. Fue el mismo día en que le comunicaron la decisión de su nieta de adoptar su apellido. Su nieta, hija de desaparecidos, había sido criada en Uruguay. No conocía a sus abuelos. No conocía su historia. Juan Gelman la recuperó después de 23 años. Aquella tarde, con Rosa Aguilar, con Manuel Pérez, con un montón de amigos, frente al viejo Alcázar de los Reyes Cristianos, vivimos emocionados la noticia.
Conocí a Juan Gelman en Córdoba. Fue el mismo día en que le comunicaron la decisión de su nieta de adoptar su apellido. Su nieta, hija de desaparecidos, había sido criada en Uruguay. No conocía a sus abuelos. No conocía su historia. Juan Gelman la recuperó después de 23 años. Aquella tarde, con Rosa Aguilar, con Manuel Pérez, con un montón de amigos, frente al viejo Alcázar de los Reyes Cristianos, vivimos emocionados la noticia.

Había ido Juan Gelman, invitado por Cosmopoética, el mayor evento poético europeo, a hablarnos de poesía y de vida. Fue un momento mágico, emotivo, magnífico. Yo había leído su poesía. No conocía al hombre. Me enamoró su figura, un tanto desgarbada y tierna, su aspecto de viejo caballero, ese rostro en el que podían verse los surcos del dolor de la desaparición de su hijo y de su nuera. Amable, educado.

Ayer reviví, al ver a Gelman recibiendo el premio Cervantes, aquella tarde en Córdoba. Recordé su voz pausada leyéndonos algunos de sus poemas. La emoción con que todos escuchábamos sus palabras. Ayer Juan Gelman hablaba con la misma emoción. Hablaba de la poesía cotidiana, tan necesaria como el pan de cada día.

Pero, sobre todo, hablaba del dolor, de la ausencia: “Hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, cada amigo, cada compañero de trabajo y alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio".

La vida, a veces, se hace verbo. Ayer se hizo verbo y verdad. Ese dolor del hijo, de la nuera. Y, Macarena, su nieta, al lado, escuchando la voz de un abuelo que ha tardado tanto en escuchar. Nada puede decirse por encima de sus palabras. Sólo rezar ante cualquier dios en que creamos para que nunca haya desaparecidos, para que, como él pedía, la poesía se ponga en pie, firme ante la muerte. Porque siempre la muerte será derrotada por la palabra, por esas palabras como las que ayer Juan Gelmán pronunciara.

Recordemos uno de sus versos:

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,

esta dicha de andar tan infelices.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,

esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,

esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.


Y en Juan Gelman jugándose la muerte, gana la vida.

Gelman gana la vida
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