viernes. 26.04.2024

Garzón: el juez en la horca

NUEVATRIBUNA.ES - 24.10.2010La crisis económica ha dejado el asunto Garzón en segundo plano.
NUEVATRIBUNA.ES - 24.10.2010

La crisis económica ha dejado el asunto Garzón en segundo plano. Aquella oleada de indignación que recorrió España hasta mayo de este mismo año, se diluyó cuando Rodríguez Zapatero decidió aplicar las recetas económicas a que obliga la dictadura del mercado so riesgo de ser arrojados al lugar oscuro y harapiento dónde cumplen castigo los desobedientes y los niños malos. Aquel día de mediados de mayo -el mes de las flores, del toro-toro y de Cova de Iría-, los habitantes de este país recibimos un jarro de agua fría que nos puso de cara ante el espejo solitario de la cruda realidad: No éramos tan ricos ni tan listos como creíamos, simplemente habíamos estado narcotizados por la más dañina de las drogas: La codicia concupiscente. El esplendor sobre la hierba no fue más que un espejismo urdido en la cocina de José María Aznar y Rodrigo Rato, dos políticos mediocres, incapaces e irresponsables –no pueden ser otra cosa quienes no han asumido responsabilidad alguna respecto a la disparatada y destructiva política económica que ellos mismos pusieron en marcha- que hicieron creer a muchos ciudadanos ciegos que los duros se podían comprar a peseta y venderlos a euro, que se podía vivir sin trabajar, y no sólo vivir, sino enriquecerse como si cada cual tuviese su particular lámpara de Aladino. No, salvo la minoría que siempre ha vivido en el piso de arriba, no habíamos descubierto la piedra filosofal. La siesta se acabó y a día de hoy, aún dura la resaca y el bofetón en los morros de aquel triste día en que vimos temblar el suelo bajo nuestros pies. La economía, como bien decía Karl Marx, es el principal determinante de nuestras vidas y desde entonces nadie ha dejado de hablar de ella, de hacer cábalas -¡si hubiese vendido un año antes!-, de suspirar, de sumar y restar, de llorar. La alegría bullanguera se convirtió en tristeza, dejó de manar oro de los ladrillos y los niños comenzaron a comerse el pan que traían debajo del brazo. Difícil encontrar a alguien optimista, difícil entrar en una tertulia dónde no se hable de lo mismo, difícil escapar al derrotismo y a esa sensación de tierra quemada que ha quedado después de la batalla especulativa.

Y no es para tanto, vamos, si lo es, pero España ha salido de situaciones mucho peores que ésta, infinitamente más desesperadas. Todavía está en la mente de muchos –aunque no se enseñe en las escuelas de este país católico y de orden- el recuerdo de la durísima posguerra, del hambre, de la represión, del terror; todavía muchos recuerdan cuando su padre, su hermano, su vecino o su amigo tuvieron que hacer la maleta y partir para Alemania con una mano delante y otra atrás; todavía, muchos de nosotros recordamos cuando éramos pobres y no teníamos nada que perder. Y si salimos de aquellos infiernos, nadie dude que también saldremos de este, que es menor, si nos lo proponemos, dejamos de mortificarnos y de emitir cantos de sirena: Nunca en su historia, los españoles, pese a los envites de la crisis provocada, en su sesgo castizo, por la estulticia de Aznar y Rato, vivieron como en los últimos veinticinco años, nunca gozaron de la protección social de que hoy gozan y nunca tuvieron la posibilidad de reinventarse de que hoy disponen. La crisis actual, como otras anteriores, pasará si somos capaces de identificar justamente al enemigo y combatirlo como se merece sin perder fuerzas en debatir sobre cuestiones peregrinas: El casticismo retrógrado, la dictadura de eso que llaman “mercados” y los mandarines que los manejan. El ser humano no es compatible con ellos.

Saldremos de la crisis, estoy seguro de ello, pero no podemos salir peor que entramos, sino mejores. Y no podemos ser mejores si olvidamos aquellas cosas que nos distinguen, que hacen que el mundo progrese y que el hombre lo sea más. Hace unos días, el Secretario General de Naciones Unidas, Ban-Ki-Moon, acusó a los europeos de renunciar a la parte más valiosa de su idiosincrasia, esa que hizo identificar al Viejo Continente con la defensa de los derechos del hombre, la democracia, la justicia, la igualdad y la libertad. Y no andaba descaminado el político coreano, Europa se acerca peligrosamente hacia lugares que su experiencia histórica declaró baldíos, hacia el racismo, la xenofobia y el clasismo, olvidando que en su seno nacieron las ideas y los proyectos más generosos de la Humanidad, que esas ideas y esos proyectos –muchos de ellos todavía por realizar- son lo esencial de su convivencia y de su progreso.

España llegó tarde a ese tren. La dictadura fascista y la guerra fría impidieron que estuviésemos en el lugar que nos correspondía. Después hemos avanzado mucho gracias al esfuerzo de casi todos, aunque dejando en el camino miles de cristales rotos. Nuestra derecha, heredera del franquismo, no ha dejado de trabajar ni un momento para que estemos en primera línea de esa Europa vieja y reaccionaria que se vislumbra, segura como está de que en ese apartado puede dar lecciones a los más aventajados. La crisis está de su lado pues como dice la máxima ignaciana en tiempos de tribulación es menester no hacer mudanza, al menos hacia delante: ¡Virgencita que me quede como estoy! Y ante eso hay que rebelarse con todos los instrumentos a nuestro alcance: La crisis no puede ser escusa para abolir la discusión y la crítica. No podemos consentir en modo alguno que la gravedad del momento paralice las naturales ansias de justicia y de progreso social de los pueblos. En ese sentido, ahora más que nunca, es necesario alzar la voz para denunciar el linchamiento a que está sometido el juez Baltasar Garzón por tres causas absurdas en una democracia que se precie: Querer juzgar el genocidio franquista, investigar la trama Gürtel, la mayor trama de corrupción de la democracia y haber dado unos cursos en el extranjero mientras estaba en excedencia.

Baltasar Garzón es Doctor Honoris Causa por más de veinte Universidades de todo el mundo, es quizá el español más reconocido internacionalmente, seguramente más que Casillas, ese portero del Real Madrid que ahora se dedica a promocionar el diario ultraderechista La Gaceta. Su prestigio mundial no se debe a su bella cara sino a la lucha valiente que ha llevado durante muchos años en defensa de los Derechos Humanos. Sin embargo, Garzón se olvidó de una cosa: del país en el que vive. No quiso saber que el franquismo sigue apoltronado en el núcleo duro del poder, especialmente en la Judicatura y en el principal partido de la oposición. Durante muchos años pudo encausar a etarras, policías torturadores, narcotraficantes y dictadores no españoles, pero todo se vino abajo cuando decidió que de una vez por todas había que juzgar a la tiranía fascista española. Ahí comenzó el calvario. Un señor llamado Adolfo Prego, miembro de la (Santa) Hermandad del Valle de los Caídos, de la Fundación para la Defensa de la Nación Española, firmante del Manifiesto por la verdad histórica junto a los patriotas Jiménez Losantos, César Vidal y Pío Moa, y miembro del Tribunal Supremo, se encargó de exponer la ponencia para que una querella de Falange y Manos Limpias –dos organizaciones de extrema derecha a las que se debería haber aplicado esa ley de partidos que sólo sirve para Batasuna- en la que se acusaba a Garzón de prevaricación por instruir la causa contra el franquismo fuese admitida. Adolfo Prego, días antes había firmado el manifiesto antes citado, un manifiesto en el que se decía que la Ley de la Memoria Histórica serviría para ensalzar a muchos de los mayores criminales de nuestra historia, hecho que tendría que haber servido para apartarle del caso, cosa que desestimaron sus compañeros de trabajo.

Baltasar Garzón quiso ponernos en paz con nuestro pasado de una vez por todas, pero nadie hasta entonces había osado juzgar al franquismo y los franquistas vivían y viven como si aquí no hubiera pasado nada. No se trataba de castigar a nadie a estas alturas, pero sí de saber la verdad y hacer Justicia con mayúsculas. Se inventaron lo de la prevaricación, y con la ayuda de Varela los acusadores pudieron redactar una querella absurda. Insólito. Juez y parte: Porque si Garzón prevaricó al apreciar que era competente para juzgar al franquismo, ¿por qué no se ha procesado a los cientos de jueces competentes que han prevaricado al no emprender esa acción de justicia? ¿Cuestión de apreciaciones? Pues por una cuestión de apreciación se va a juzgar al juez más prestigioso de esta democracia, al más reconocido internacionalmente. Claro, Franco sigue siendo intocable y sus hijos también. Uruguay, Chile y Argentina, gracias entre otros a Garzón, pueden juzgar a sus genocidas: España, no, España tiene que cargar con el ignominioso record de ser el país que más desaparecidos tiene debajo de su suelo después de la Camboya de Pol Pot, también con la corrupción y las prácticas delictivas consustanciales a aquel régimen: Caso Gurtel.

Pedro L. Angosto

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