jueves. 25.04.2024

Fraga, el penúltimo franquista

Que Fraga haya muerto siendo presidente del Partido Popular demuestra dos cosas: 1) el fracaso de la llamada Transición; 2) qué es y qué representa para una parte de los que votan al Partido Popular este partido.

Que Fraga haya muerto siendo presidente del Partido Popular demuestra dos cosas: 1) el fracaso de la llamada Transición; 2) qué es y qué representa para una parte de los que votan al Partido Popular este partido. Si miramos lo que ha sido la evolución política de la Alemania nazi hasta la Alemania, primero del Mercado Común y la de ahora, y comparamos con la España, se nos cae el alma a los pies, aunque yo no crea en el alma. En Alemania están prohibidas las manifestaciones nazis y hacer apología del nazismo; aquí el partido heredero de la dictadura asesina de Franco está en el poder. La Francia del régimen colaboracionista de Vichy dio paso a uno de los países que son baluarte del sentido civil de la República, defensora, incluso con gobiernos de derecha –en Francia siempre gobierna la derecha salvo la excepción de Miterrand, suponiendo que éste fuera socialista- del Estado de Bienestar, de lo público, de la enseñanza pública sin “concertadas” de curas que mangoneen; en España aún tenemos a los curas de sotanas malolientes en la inmensa mayoría de la concertada. La Italia de Mussolini dio paso, con el tiempo (en los años 70), a “casi” un gobierno comunista de Berlinguer, el político mejor valorado de Italia, incluso por parte de la derecha. En Portugal, la revolución de los claveles permitió gobiernos con presencia del PCP y donde los militares demócratas se pusieron al frente de la liquidación del régimen salazarista. Es verdad que los tiempos recientes no son tan halagüeños y por mor de la crisis, en Grecia y en Italia se han dado dos “golpes de estado tecnocráticos” con personajes ex-Goldman Sachs dirigiendo estos países, pero eso no puede borrar el resultado de la lucha contra el nazismo y el fascismo en la posguerra de las clases populares progresistas de todos estos países.

En España pasamos de la muerte del dictador en la cama al espíritu de Arias Navarro que veía una luz que le iluminaba desde El Pardo; de éste a los gobiernos predemocráticos de Suárez –ex-Secretario General del “Movimiento”; y del mismo Suárez al Suárez de UCD y su mayoría hasta 1982 que gana el PSOE de Felipe González, con el breve suspiro previo de Leopoldo Calvo Sotelo, que propugnaba la seriedad, confundiendo ésta con su propia e inmensa sosería. Este Leopoldo tenía en su haber, en su hoja de servicios, dos acontecimientos –para este tipo lo eran- que fueron: meternos en la OTAN –Felipe nos dejó en la estructura militar–, y permitir el golpe de Estado del palurdo guardia civil Tejero y su “siéntensen, coño”. Y en medio de toda esta chapuza de Transición, donde los mismos franquistas que juraron los Principios Generales del Movimiento –los llamados siete magníficos- intentaron seguir mandando en la democracia, es decir, en lo que para estos tipos era la democracia en España: un mero sistema electoral, un obstáculo para seguir mandando y, a ser posible, con el PCE en la clandestinidad. Estos tipos –de entre los cuales estaba el recién finado gallego- pensaban que los réditos de la dictadura les darían lo suficiente para que las capas populares franquistas les seguirían apoyando, porque, como siempre, con los votos de los privilegiados o los que se sienten como tales no se pueden obtener mayorías para gobernar. La diferencia de Fraga con estos magníficos y otros de su misma calaña es que Fraga tenía una cualidad para los franquistas: era un matón con aires de palurdo. Dicho de otra forma, sentían que podían ser su líder natural una vez muerto el dictador. Por esta razón recién el finado hablaba de mayoría natural, como si el pueblo español hubiera sido franquista desde que vinieron los tartesios hace ya unos 2500 años por Cádiz y aledaños. Se creyeron sus propias mentiras. Fraga gobernaba cuando el asesinato de Julián Grimau, de Enrique Ruano, lo del baño de Palomares, cuando lo de los sucesos de Vitoria, los de Montejurra; es el tipo de aquello de “la calle es mía”, al igual que las tierras para los señoritos andaluces (los Arenas y los Cayetanos de Irujo, ¿o es de orujo?). Fraga se montó en un coche oficial antes de cumplir los 40 y no se ha bajado de él hasta pasados holgadamente los 80. Ahora leemos las loas de la prensa del Movimiento del PP como las del ABC, por ejemplo, mintiendo, ocultando parte de su biografía y, sobre todo, presentándolo como demócrata de toda la vida, como si hubiera sido un topo democrático infiltrado en la dictadura franquista antes incluso de su propio nasciturus. Dice este periódico que “sus gestos y decisiones, en ocasiones autoritarios, no ocultan una adhesión a los principios y valores democráticos”. Los principios en los que creyó Fraga siempre fueron los del Movimiento de la dictadura, a la que nunca ha criticado, sino todo lo contrario, pero las ansias de poder dejó la palabra “chaquetero” devaluada, como de un inocente juego de prestidigitación, donde ha escupido a toda ética política, tanto la aristotélica como la kantiana. Fraga no ha sido un franquista reconvertido a la democracia; ha sido un franquista que se ha subido al carro de la democracia porque ya no le quedaba más remedio si quería seguir en el poder. El único converso que me ha convencido ha sido Suárez, y por eso le odiaban los franquistas que, como Fraga, se apuntaron a la Transición, porque la única forma de ser un demócrata viniendo del Movimiento era siendo un traidor, un traidor al franquismo. Fraga no ha sido un traidor porque siempre ha sido franquista.

Pero con Fraga no ha muerto el franquismo, porque tenemos un inmenso rescoldo que no acaba de apagarse: el Partido Popular, partido que, como tal, nunca ha criticado la dictadura franquista a sabiendas de que aún necesita muchos votos nostálgicos del franquismo que consideran que la democracia sólo les es válida si gobierna el PP, este PP cuyo líder natural es Aznar y no Rajoy; este PP del que era aún presidente el finado antes del óbito. Y digo yo que a presidente de un partido no se llega por casualidad. Que uno de los eternos ministros y embajador del último franquismo haya muerto sin ser juzgado, que haya sido presidente de una Comunidad hasta hace un quinquenio, demuestra el enorme fracaso de la Transición y es una vergüenza, una indignidad para los que le han votado. Estaban en su derecho, era legal y legítimo, pero la ética política no entiende de legalismos y es incompatible con la estulticia, los privilegios y la ignorancia. Muere un franquista entre halagos y repugnantes reconstrucciones biográficas, y la almibarada ley de la memoria histórica aún no se puede implementar no vaya a ser que se molesten los herederos de los golpistas del 36. Otro fracaso del PSOE, uno más que explica por qué ha perdido 4.300.000 votos. Fraga ha muerto, pero el franquismo no, porque la historia no se puede olvidar ni ocultar por más que lo intenten sus herederos ideológicos y/o biológicos. Bueno, ahora, con la victoria del PP, ya no lo ocultan sino que se sienten orgullosos. Son conscientes que no se merecen ni el perdón ni el olvido, y tienen razón, porque los herederos de los vencidos ni olvidamos ni perdonamos. En la necrológica del Partido Popular se dice que para todos los afiliados “la pérdida de un hombre ejemplar que siempre lucho por sus ideales, con absoluta convicción, y que siempre demostró su amor a España y a Galicia”. Estoy de acuerdo, sólo que la España y la Galicia de “sus ideales” fueron en origen la España franquista, la de la dictadura asesina, la del genocida Franco, y Fraga fue uno de sus lacayos. 

Fraga, el penúltimo franquista
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