viernes. 19.04.2024

Fortuna y error de Zapatero

NUEVATRIBUNA.ES - 15.2.2010Zapatero ha repetido que considera que tiene suerte política. No hay que verlo como una baladronada. Maquiavelo escribió que una característica esencial del gobernante debe ser la “fortuna”, la capacidad de ponerse en la senda de la acción asumiendo riesgos. Eso estuvo en el origen del acceso al poder de Zapatero, cuando demostró tanto arrojo como coherencia.
NUEVATRIBUNA.ES - 15.2.2010

Zapatero ha repetido que considera que tiene suerte política. No hay que verlo como una baladronada. Maquiavelo escribió que una característica esencial del gobernante debe ser la “fortuna”, la capacidad de ponerse en la senda de la acción asumiendo riesgos. Eso estuvo en el origen del acceso al poder de Zapatero, cuando demostró tanto arrojo como coherencia. Pero ahora, en las horas bajas, ¿ha perdido la fortuna? Quizá empezó a perderla cuando, a su vez, perdió su innegable capacidad inicial para hacer política con potentísimos símbolos.

Cada político importante ha sido capaz de inventar y poner en circulación símbolos, signos difundidos socialmente de sus intenciones que, a la vez, refuerzan su imagen y le permiten llevar a cabo sus designios. Zapatero emitió muchos de esos símbolos con inteligencia. Así lo hizo cuando trajo a las tropas de Irak, cuando se comprometió con la igualdad entre los hombres y las mujeres, cuando logró aprobar la ley que permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo, cuando desdramatizó la situación de crispación en algunas Comunidades Autónomas y hasta cuando intentó una salida negociada con ETA –sigo pensando que el intento no era reprochable-. En todos esos casos, y en otros, cada medida no se agotaba en sí misma: emitía el mensaje de que era posible reforzar la autonomía de la política, hacer reformismo tranquilo, atender a la diversidad y, en definitiva, expresar que ser de izquierdas podía tener algún significado en nuestra época. Por eso él fue visto en Europa como símbolo de cambios plausibles. Si Aznar gustaba de comenzar el curso político con una visita a Santo Domingo de Silos y a Quintanilla de Onésimo, Zapatero lo hace en un acto con mineros, mostrando una sensibilidad social que nadie debe negarle.

¿Cuándo se torcieron las cosas? Creo que cuando no fue capaz de encontrar un símbolo nítido y movilizador ante los primeros síntomas de la crisis. Es como si no pudiera creer que eso le pudiera pasar a él, por lo que trivializó el sentido de la fortuna política, negando las malas noticias. Su error fue no entender que la única manera de proporcionar esperanza era formular, paradójicamente, un discurso de “sangre, sudor y lágrimas”, avisando al pueblo español de que las cosas iban a ir muy mal. Sólo eso hubiera mantenido alta la confianza, puesta en un líder valiente y veraz. Y ello, a su vez, hubiera permitido establecer una estrategia temprana que hubiera exigido sacrificios, pero no sacrificios inesperados cuando, día sí y día también, se nos insistió en la inexistencia de la crisis y en la aparición de brotes verdes. En lugar de eso se enviaron símbolos contradictorios con los que habíamos apreciado hasta entonces: al reformismo le sucedió el populismo de las medias improvisadas, que dieron lo que no podía darse.

Esa preparación podría haber permitido formular una “interpretación ética de la crisis”. Porque, aunque estemos de acuerdo con que las causas últimas son internacionales, nos negamos percibir que hubo culpables, también aquí, incluyendo los protagonistas de algunos errores políticos, que animaron el regocijo de los especuladores, que no atenuaron la desmesura de la construcción o que no vigilaron las alegrías de los bancos. Sea como sea, lo que ahora vemos es que los (i)responsables preferentes no van a correr con los sacrificios esenciales, sino que estos deberán recaer en las capas más débiles de la sociedad. La ausencia de un componente moral está haciendo que los elementos políticos del posible debate se deslicen a lo meramente técnico, a cómputos y macrocálculos. No se dibuja en la salida de la crisis un nuevo pacto social en el que se repartan los esfuerzos y sigue estando prohibido aludir a un mejor reparto de la carga fiscal, para que las rentas de capital tributen más.

¿Deben ser los trabajadores y otros grupos “de abajo” los responsables de la salida? ¡Qué remedio!... al fin y al cabo son los únicos sujetos a un control exhaustivo de ingresos y de expectativas. Estos días, otra vez, se pide a los sindicatos que sean solidarios… ¡cómo si no lo hubieran sido en los años de bonanza! Y hasta no escasean tertulianos que les recuerdan su debilidad… mientras se les anatematiza por ejercer su principal misión, que es defender los intereses de los trabajadores cuando vienen mal dadas. Pero el discurso corre y ya se estigmatiza como insolidarios a los trabajadores con un empleo fijo. En este sálvese quien pueda parece que sólo campa una idea final: que acabe “esto”, y que, cuando acabe, los que hicieron negocio puedan volver a hacerlo, mejor, y mejor, entre otras cosas, porque las resistencias de los débiles estarán minadas: los frágiles tendrán que conformarse con ser más frágiles para que los fuertes puedan ser generosos, “generar empleo”, ofrecer nuevos préstamos, especular y dar palmaditas en la espalda a los políticos “responsables”. Y al Presidente de la CEOE, por su entereza.

En ese escenario sólo fluyen símbolos que invitan a la resignación. ¿Se asombrará Zapatero de su caída en las encuestas? El problema no es que no se expliquen bien las medidas, sino que éstas, a muchos que creímos en los símbolos de reforma, no podemos aceptarlas sin sentir que se nos escapa la esperanza. En despachos de Wall Street alguien jugó y ganó lo inimaginable y luego nos hundió, aquí se hicieron más casas de las que se podrían habitar en años y años y de resultas de todo ello tendré que trabajar 22 meses más. ¿Quién me lo va a explicar convincentemente? Porque las cifras ya me las sé. Pero… ¿qué ganó de todo eso?, ¿qué pierden los que me obligarán a trabajar más? ¿Hay tiempo para cambiar todo esto? No lo sé. Si la ley me lo impone, bien estará, pero que no me hablen ahora de fortuna. Fortunas las de algunos que yo me sé, que se retirarán cuando quieran.

Manuel Alcaraz Ramos es Profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Alicante y Director de Extensión Universitaria y Cultura para dicha ciudad. Ha militado en varias formaciones de izquierda y fue Concejal de Cultura y Diputado a Cortes Generales.

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