jueves. 28.03.2024

Fantasmas del pasado

NUEVATRIBUNA.ES - 17.10.2010...de un amigo, que no abrirá las portadas de los informativos, pero cuyo coraje y fuerza me alientan a creer en la esperanza, en la belleza de las pequeñas cosas, en las emociones, en la vida a borbotones.Mi amigo sentía que el mundo se detenía y que el pasado le observaba desde algún lado. Sentía que intentaba salir de una pesadilla que se empeñaba en conquistar sus emociones primarias.
NUEVATRIBUNA.ES - 17.10.2010

...de un amigo, que no abrirá las portadas de los informativos, pero cuyo coraje y fuerza me alientan a creer en la esperanza, en la belleza de las pequeñas cosas, en las emociones, en la vida a borbotones.

Mi amigo sentía que el mundo se detenía y que el pasado le observaba desde algún lado. Sentía que intentaba salir de una pesadilla que se empeñaba en conquistar sus emociones primarias. Sin duda, allí estaba. El pasado. Como un centinela, que no avisa cuando llega, que no pertenece a nadie, que, con frecuencia, es un desconocido maloliente y que te abraza ferozmente. Allí estaba. Acicalado con el rencor del que se siente despechado, rechazado, y que, si pudiera, mordería la yugular de su despreciador. Sentía, pues, que el mundo se detenía a sus pies y se asomó, asombrado de saber que sus fantasmas seguían allí. En el mismo instante, pero en diferente lugar, en unos juzgados de Barcelona, pero con la mirada de nuevo puesta en la madrugada de aquella noche de primavera que se detuvo de nuevo en el tiempo. Y sin embargo qué largo es el olvido y qué corto es el camino para volver a recordar.

Esta, su historia, es tan íntima, pero a la vez tan pública, que sólo puede contarse con silencios, con voces entrecortadas, con dolor, pero con esperanza. Porque nunca creía que pudiera verse así. Huyendo de la lluvia que le empapaba, queriendo olvidar aquella paliza, regada de odio y que vuelve a circular por los pensamientos que creía olvidados. Recuerda, pues, cada golpe, cada gota de sangre, cada insulto, cada maricón de mierda que salía de sus labios, cada patada, cada golpetazo, cada escupitajo, cada puñetazo.

Sentimientos que volvieron a florecer en el día de autos. El día en que se produce la rueda de reconocimiento de los agresores y el atestado ante el juez. Su mano rozando la piel del falso vacío. Un susurro que vuelve a recordarle que aquel instante pudo cambiar su vida por completo, cuando aparecen de nuevo viejas heridas, caras desconocidas que sin embargo pueden llegar a tener demasiadas cosas en común con su pasado. Me refiero a esos fantasmas que marcaron un punto muy importante en su vida. Esos fantasmas del pasado que tenía que reconocer en un fugaz instante. Los fantasmas a los que todos, antes o temprano- y en diferentes circunstancias- nos tenemos que enfrentar.

Hasta ese instante no supo ver en primera persona lo que había significado durante tantos años amar entre crepúsculos mentales, morir por la causa, entregarse, mentirse a uno mismo, mentir a los demás, llorar con furia o buscar el suicidio como destino. Todo eso creía que era parte de la memoria. Amar libremente era quimérico. Hay cosas que cambian, pero el odio patológico continúa ahí latente.

Y sin embargo, cuánto cuesta rebobinar y volver a aquel día en que la vida casi se le desliza entre las manos. Volver al momento en que unos pobres desgraciados sintieron que su presencia era un atentado contra su moralidad, contra su gallardía. Volver al mismo infierno en el que la impotencia se cronifica hasta dejarle temblando y aquejado, porque la indiferencia y la soledad son insoportables. Pese a todo, qué difícil es observar las caras de esos desconocidos que se postran tras una mampara, transparente para él, que les aísla de la realidad de la vida, de esa vida que ellos no pueden vislumbrar más allá de su ceguera. ¡Cuánta mirada descarnada y titubeante! Esa mirada de los que no entienden su presencia allí, de los que no tienen nada que ver con lo que ocurre, de aquellos que están allí por otros delitos, de aquellos que han sido llamados por la justicia para hacer de figurantes, cuanta mirada en el vacío, cuanta vergüenza en la mirada.

Con todo, tras esa mampara sólo sentía su mirada, atinada o equivocada, pero que sentía que había perdonado a sus agresores, con la vista sólo en el futuro. Sólo permanecen en esa mañana de reencuentro con los fantasmas del pasado las voces de los funcionarios, el frío matutino y húmedo de la ciudad, los muffins de chocolate, las hojas oficiales y los documentos que hay que firmar, el sol, las caricias, el miedo, la esperanza, los Mossos d’Esquadra, los niños en los colegios, el juicio, el odio, la burricie genérica, la fe, la pasión, el desencanto. Poco importa, pues, de qué se reían, los insultos homófobos que manifestaban, lo que pensaran, lo que callaran, su arrepentimiento o sus heridas.

Nada importaba, por tanto. Mi amigo puede levantarse y alzar el vuelo. Ahora puede reconocerse detrás de esa mampara, sereno y en paz. Porque detrás de ese espejo, vuela casi una vida entera de recuerdos pasados. Ahora, grita tan fuerte que nada ni nadie se atreve a despojarle de esa sonrisa y callar su voz, ni agitar su mirada, ni quitarle su alegría. Y hoy, ya por fin, su propia imagen le resulta distinta. Y entre sorbos de café me confiesa que tenía razón Gandhi cuando decía que no hay que dejar que se muera el sol sin que se hayan muerto los rencores. Él ya lo ha hecho. El mundo ya sonríe un poquito más.

Javier Montilla - Periodista y escritor

Blog: jmontilla.blogspot.com

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