martes. 23.04.2024

Europa y la economía cooperativa

El cambio en las relaciones productivas del capitalismo, esto es, la transformación de un capitalismo de base productiva industrial a otro financiero, donde las estructuras de difusión se han globalizado y el proceso productivo es virtual, ha generado una gran incertidumbre ante la crisis de acumulación que se generó en 2008 y que derivó en problemas de deuda en diversos estados que tuvieron que rescatar a los bancos por colapsarse el proceso productivo y

El cambio en las relaciones productivas del capitalismo, esto es, la transformación de un capitalismo de base productiva industrial a otro financiero, donde las estructuras de difusión se han globalizado y el proceso productivo es virtual, ha generado una gran incertidumbre ante la crisis de acumulación que se generó en 2008 y que derivó en problemas de deuda en diversos estados que tuvieron que rescatar a los bancos por colapsarse el proceso productivo y la financiación de la economía.

Crisis de acumulación ha habido a lo largo de la historia del capitalismo durante los últimos doscientos años y han producido periódicas dificultades que se han remontado con el tiempo mediante políticas de inversión y crecimiento. El último ejemplo tal vez, lo encontremos en las crisis energéticas del 73 y del 78.

Sin embargo, como ha explicado Tony Judt en Algo va mal “las transacciones financieras han desplazado a la producción de bienes o servicios como fuente de las fortunas privadas, lo que ha distorsionado el valor que damos a los distintos tipos de actividad económica”. La política decidida de austeridad está quebrando, en las economías más débiles, la capacidad del Estado para invertir en nuevos sectores económicos que activen la demanda, el empleo y el crecimiento económico. Además, la ausencia de crecimiento está imposibilitando la acumulación necesaria para la redistribución de la renta a través del Estado del bienestar. Es previsible que esta política de reducción del déficit y ausencia de estímulos a la inversión tenga que ser periódicamente replanteada, y poco a poco las economías del sur de Europa salgan adelante, aunque, como estamos viendo, el ritmo va a ser desesperadamente lento. Pero esto no acaba con la raíz del problema: la transformación de la economía productiva. Si no controlamos los procesos de acumulación en la economía financiera global, es posible que crisis como las que estemos sufriendo, e, incluso otras de dimensiones más dramáticas, vuelvan a producirse más pronto que tarde.

Europa como forma de vida, como espacio público compartido de redistribución de la renta que se creó tras la II Guerra Mundial con el pacto tácito entre la burguesía fordista y la socialdemocracia según el cual el Estado era el instrumento adecuado para distribuir la riqueza, tiene que seguir forjando una unión política basada en el control de los procesos productivos. Estaba por supuesto presente además que, la socialdemocracia y el Estado del bienestar fueron los que vincularon a las clases medias profesionales y comerciales a las instituciones liberales tras la II Guerra Mundial. Esta cuestión era de gran trascendencia: fue el temor a la desafección de la clase media lo que había dado lugar al fascismo. Volver a atraerla a las democracias fue, con mucho, la tarea más importante de los políticos de la posguerra, y en absoluto fácil.

Ahora, no solo es necesaria una unión monetaria y unas políticas fiscales – tributarias – que, por cierto, aun no tenemos, en el continente. Se hace necesario, en la era de las finanzas una unión social, o lo que es lo mismo, una economía cooperativa, no solo una unión económica sin adjetivos. La unión social, podría implicar políticas europeas de desempleo, estímulos específicos para aquellos países que mayores problemas tengan con la creación de empleo, medidas que fomenten la inversión en sectores concretos y, por supuesto, programas de inversión e innovación europeos que fomenten una verdadera movilidad social europea y que tiendan a forjar una conciencia de europeos más allá de compartir una moneda europea, el Euro. Europa social debe consistir, con el tiempo, en la portabilidad de los derechos. Los ciudadanos se van a sentir identificados con la Unión cuando los derechos, hablo de los personales que tienen en su propio país, sean derechos que viajen con ellos a cualquier país de la Unión, aunque los Estados después se pongan de acuerdo entre ellos en cómo se imputan los costes y beneficios del ejercicio de los derechos que porta el ciudadano cuando se desplaza en el espacio público de la unión.

A nivel nacional, la clave para Tony Judt, no va a estar en la dialéctica entre Estado y mercado, sino en el tipo de Estado que se forje. Al igual que las instituciones intermedias de la sociedad – los partidos políticos, los sindicatos, las constituciones y las leyes – opusieron obstáculos al poder de reyes y tiranos, quizá sea ahora el Estado la principal institución intermedia entre ciudadanos inseguros e indefensos, por un lado, e indiferentes órganos internacionales y corporaciones que no responden ante nadie, por otro. Es decir, son las políticas y las leyes de los Estados los que serán capaces de activar redes de ayuda, de asistencia o alianzas específicas contra el poder financiero global.

Y el Estado – o, al menos, el Estado democrático – conserva una legitimidad única a ojos de sus ciudadanos

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