jueves. 28.03.2024

¡Pero si estaba en el programa!

El goteo persistente de descrédito sobre la política se alimenta con la cínica y vieja idea de que los programas están para incumplirlos...

gallardon

El goteo persistente de descrédito sobre la política se alimenta con la cínica y vieja idea de que los programas están para incumplirlos

“Programa, programa, programa”, reclamaba Julio Anguita cuando se le planteaba la oportunidad de establecer algún tipo de colaboración electoral con los socialistas. “Primero el programa, luego los nombres”, es la constante apelación en cualquier momento de crisis partidaria vinculada a los descréditos de liderazgo. Desde un punto de vista lógico, racional, poco puede oponerse a esa escala de prioridades en el proceso. Sepamos qué queremos y podemos hacer, traslademos esas propuestas a los ciudadanos y que ellos elijan el menú. Luego, si hace falta para atraer clientela, ya pactaremos con otros los condimentos, las bebidas o el decorado de la mesa. Todo esto con la mirada puesta en la necesidad de contar con un equipo humano lo suficientemente atractivo como para incitar a los comensales a acercarse a las puertas del local.

De un tiempo a esta parte, la mercadotecnia ha puesto el énfasis en la personalidad de los cocineros -ahora llamados “chefs”-que deben resultar amenos y simpáticos en sus comparecencias televisivas ante los fogones. Los establecimientos de comida rápida centran sus esfuerzos en ofrecer las hamburguesas mejor fotografiadas en lugar de asegurar la calidad de la carne. Acuciados por la crisis, los españoles nos hemos acostumbrado a seleccionar alimentos que resulten bonitos y baratos, relegando la condición de buenos a una tercera posición no contrastada.

Algunos hemos sido siempre escépticos, no por cuestión de principios sino por la experiencia histórica, respecto a la influencia en los colectivos electorales de los documentos minuciosos, discutidos hasta la última coma, de imposible lectura hasta para sus redactores -cuánto más para sus hipotéticos destinatarios- que mantienen ocupados durante meses a cientos de esforzados militantes y expertos.

El Partido Socialista se ha caracterizado siempre por el rigor en la elaboración de sus programas. Sus mejores cabezas han dado a la luz volúmenes como el “Programa 2000” o el acervo de las consecutivas Conferencias Políticas. Ahí están los textos para quien quiera consultarlos. Otra cosa es la inviabilidad práctica de hacerlos llegar a quienes, en definitiva, tienen que refrendarlos con su voto, acostumbrados a digerir los mensajes en forma sincopada y, cada día más, con la ayuda de traductores mediáticos más interesados en el titular coyuntural y en el tirón de empatía de quien los representa. Como me aconsejaba un viejo profesor, “Si no te gusta la lluvia, no te quejes. Resguárdate de ella y prepara recipientes para aprovechar el agua que viene del cielo”. Puede que no nos guste -seguro que a muchos no- una política más basada en el gesto que en las ideas, pero es una lluvia que puede convertirse en torrente destructor o en corriente que transporte las ideas a los desiertos del pensamiento.

Desde la dimisión de Gallardón, no puedo dejar de pensar en la supuesta incoherencia de que el Gobierno de Rajoy decida dar marcha atrás en su proyecto sobre el aborto en función de unas encuestas que amenazan con la retirada de una parte sustancial de sus votos. No dudo de que esas encuestas existen y que son, en alguna medida, las determinantes en el seno de un Consejo de Ministros que apoyó colectivamente el diseño de la nueva Ley y en que -atención al dato- figuran miembros con doble militancia, política y religiosa de difícil conciliación. Pero, con todo, por cerrar la línea argumental de este comentario, lo que ponen de manifiesto esas encuestas es que la gran mayoría de los once millones de votantes del Partido Popular no habían leído la integridad del programa que avalaban. O que confiaban poco en que se llevara a cabo. Que votaban apara acabar con el Gobierno socialista. Con los ojos cerrados.

El goteo persistente de descrédito sobre la política se alimenta con la cínica y vieja idea de que los programas están para incumplirlos. De ahí la creciente tendencia a trasladar la confianza a un líder que transmita la sensación de que hará lo que pueda, se supone que con buena intención, a tenor de las circunstancias, tantas veces ajenas a su capacidad de modificarlas. Eso es lo que veo a resguardo de la lluvia.

¡Pero si estaba en el programa!