viernes. 19.04.2024

España y la decepción de Obama

NUEVATRIBUNA.ES - 23.3.2009Un portavoz de segunda fila del Departamento de Estado de Estados Unidos, Robert Wood, proclamaba el pasado viernes la “profunda decepción” de la Casa Blanca tras la anunciada retirada española de Kosovo.
NUEVATRIBUNA.ES - 23.3.2009

Un portavoz de segunda fila del Departamento de Estado de Estados Unidos, Robert Wood, proclamaba el pasado viernes la “profunda decepción” de la Casa Blanca tras la anunciada retirada española de Kosovo. Mayor decepción que la torpeza diplomática española ha suscitado en la OTAN, sufren ahora muchos de los que creyeron que con Barack Obama se iba a acabar esa especial interpretación de la doctrina Wilson que formuló Georges Bush y que consistía, simple y llanamente, en aplicar la misma política de recompensas y correctivos que al perro de Pavlov: azúcar para José María Aznar, que nos mete en el avispero de Irán, portazos en las narices a José Luis Rodríguez Zapatero, que nos saca de aquel infierno tras haberlo prometido en su programa electoral.

Wood, en una rueda de prensa convocada en Washington, dejó escapar un par de joyas que demuestran a las claras el grado de amnesia que padece el primer país del mundo: �Si se acuerdan ustedes, en 1999 los aliados de la OTAN acordamos un principio: entramos juntos y salimos juntos�. ¿Por qué, entonces, los aliados de la OTAN se apresuraron a aceptar la independencia de Kosovo cuando uno de ellos, España, se oponía firmemente a la misma y cuando Naciones Unidas no la contemplaba en la resolución que autorizó dicha misión? Para una vez que todos los representantes públicos de nuestro país parecían de acuerdo en una decisión internacional, la bronca que se ha liado.

Curioso resulta que el Partido Popular, que hasta ayer estaba reclamando al Gobierno que sacase a las tropas de inmediato de este nuevo berenjenal, ahora hable por boca de sus líderes de gravísimas consecuencias por la decisión adoptada. Cierto es que el Gobierno ha estado especialmente metepatas en cuanto a la gestión diplomática de este asunto, pero peor ha sido, sin duda alguna, mantener a los soldados españoles durante el último año en un país al que no reconocemos y con cuyas autoridades locales no podemos, por lo tanto, cooperar. Y ni tan siquiera dialogar de tú a tú.

Pero, ¿a qué viene ahora rasgarse las vestiduras con la toca y fuga de España, cuando desde comienzos de este mes de marzo ya se sabía oficialmente que la misión de la OTAN en Kosovo (KFOR) retirará este año a 1.000 de los 16.000 soldados que tiene desplegados en la región? El italiano Giuseppe Emilio Gay, comandante al frente de esta fuerza internacional, justició la decisión como razonable, ante la situación de calma que vive la antigua provincia serbia. ¿Por qué no dijo entonces Jaap de Hoop Scheffer, secretario general de la OTAN, lo que acaba de decir?: "Cualquier cambio significativo en la talla o estructura de la KFOR debería ser resultado de una decisión dentro de la Alianza en el momento en el que haya un acuerdo acerca de que se dan las condiciones políticas y de seguridad en Kosovo, y ese momento todavía no ha llegado".

De hecho, ahora se empieza a poner fin de esta forma a la intervención aliada que, hace diez años, agrupó a treinta y cuatro países contrarios a la borrachera de sangre que Milosevic y otros asesinos en serie desató en la antigua Yugoslavia y que afectó especialmente a esta zona. Otros países ya han anunciado reducciones considerables de sus efectivos, a pesar de que hayan reconocido plenamente al nuevo Estado.

A escala local, el problema de esta retirada no parece tanto militar sino económico: la KFOR es una formidable fuente de ingresos para ese nuevo país y, de paso, para su notable economía sumergida. Alrededor de un centenar de empleados de la Base España en Istok perderán su empleo, salvo que dicho enclave sea reforzado por efectivos de otras naciones. La presencia militar española beneficia directa o indirectamente a otras localidades como Osojane, Prizen y Pristina. Nada baladí si se tiene en cuenta que España llegó a ser el tercer país con mayor contingente de soldados en Kosovo. La población local es bien diversa: casi cuarenta mil albaneses, 2.500 gitanos, 1.400 bosnios y 500 serbios residen en la zona bajo control español y, en la actualidad, los mayores factores de riesgo �más allá de las sangrientas vendettas de marzo de 2004�siguen siendo las minas ocultas que estallan a las primeras de cambio devolviendo por unas horas la terrible memoria de la primavera de 1999 cuando aquello se convirtió en una mascletá siniestra y la comunidad internacional tardó demasiado en reaccionar ante tal espanto.

Bajo semejante presión y ante la fragilidad internacional del ejecutivo español, uno ya no sólo teme que aumentemos nuestra presencia en esa extraña guerra que se libra en Afganistán �un supuesto que parece inevitable, sobre todo tras la anunciada retirada de Canadá en 2011, que no parece haber suscitado más polémica de la necesaria--; sino que bien pudiera ser que más pronto que tarde terminemos reconociendo a Kosovo por aquello de no molestar a nuestros poderosos aliados. Sobre todo, si se tiene en cuenta que a los españoles de a pie, esta última cuestión parece traerles sin cuidado.

La resolución de Naciones Unidas que autorizaba la existencia de KFOR (UNSCR 1244) era meridianamente clara tanto en cuanto dejaba clara la soberanía de Serbia sobre este territorio. Por lo que, de nuevo, medio mundo ha violado la legalidad internacional y aquí, los únicos culpables, parecen ser los españoles que han intentado hacerla valer con otras cuantas naciones que, salvo Rusia, no pertenecen al consejo de seguridad de la ONU. España ya se había negado, de hecho, a colaborar en la creación de una fuerza se seguridad kosovar y a respaldar una suerte de ministerio de Defensa. Y también nuestro país se negó a formar parte del Eulex Kosovo, una comisión civil a escala europea que reúne a 2.000 expertos que han asesorado a los kosovares para la construcción de un estado "democrático, estable y multiétnico". ¿Cómo íbamos a hacerlo, al margen de ciertas cautelas morales por cómo transcurrió aquella maldita guerra, si el modelo de Kosovo al segregarse unilateralmente de Serbia podría ser enarbolado por ETA, en cualquier caso, para proclamar la independencia de Euskadi? Lo raro es que Francia haya aceptado una fórmula que puede afectarle seriamente en su frontera de los Pirineos, y que otro tanto haya hecho el Reino Unido, cuando más temprano que tarde lo que queda del IRA también podría hacer valer este precedente.

�Conceder la independencia a los kosovares equivale a premiar a un movimiento secesionista que empleó métodos terroristas�, presagiaba el historiador canadiense Michael Ignatieff, en su libro “Los derechos humanos como política e idolatría”, publicado cinco años antes, a la vista de las conexiones existentes entre el temible Ejército de Liberación de Kosovo (U�K), y el crimen organizado, el narcotráfico y un instinto asesino similar al que en otras trincheras de aquella larga matanza representaron Milosevic o Kadadzi. Su caso, al menos a los ojos españoles, era radicalmente distinto al de las otras provincias de la antigua Yugoslavia, Eslovenia, Croacia, Macedonia, Bosnia y Montenegro, que se fueron independizando a partir de 1991.

Todo el mundo �incluyendo Boris Tadic, el presidente serbio que visitó España hace unos días-- preguntaba cuándo nos íbamos. Y, ahora, cuando le ponemos fecha a este divorcio militar, nos ponen a parir de un burro. Algo se ha hecho mal, desde luego: no es de recibo que le mandemos un motorista al Pentágono con el telegrama de esta noticia, justo cuando Bernardino León gestionaba la ansiada entrevista entre Obama y ZP. De coordinación vamos regular, pero ahí debería quedar la cosa. Cuando el PP machaca a modo la política exterior española no sólo machaca a sus rivales del PSOE sino a todo el Estado al que representan temporalmente. Están en su derecho en exigir la comparecencia del presidente, del ministro de Exteriores y de la ministra de Defensa ante el Congreso. Y reclamar explicaciones por la aparente pérdida del manual de protocolo que ha sufrido Moncloa. O Izquierda Unida, que también ha demandado tales presencias, está en su papel de averiguar si lo que va a ocurrir es un simple trasvase de tropas a la búsqueda del arca perdida de Bin Laden en las montañas de Tora Bora.

Por la cuenta que supuestamente nos trae a los partidarios del actual Estado español, lo suyo sería ponerle sordina a este nuevo desvarío diplomático y agruparnos todos de nuevo en la lucha final contra la independencia de Kosovo que nos unió hace justo un año. O, como también ocurriese pocos meses después, la independencia de Osetia del Sur promovida por Rusia que, paradójicamente, apoyaba por su parte a Serbia en contra de la independencia kosovar. La pregunta, por lo tanto, no debiera ser por qué nos vamos ahora sino, más bien, por qué hemos tardado un año en irnos: quizá la razón última de esta prórroga española en la región obedezca precisamente a sus compromisos con la OTAN y a que nadie las tenía todas consigo en el caso de que Serbia hubiera decidido contestar con la fuerza a la independencia de los kosovares.

Pero visto que Belgrado no ha sacado a los tanques a la calle, y dado que estamos supuestamente todos de acuerdo en este asunto, ¿por qué alargar en el tiempo la posibilidad de que algún soldado español se encuentre puntualmente entre las bajas de una guerra que supuestamente ya no existe, en un país que no nos incumbe? Mejor es que el Gobierno se tenga que poner una vez rojo por una decisión supuestamente precipitada que ciento amarillo si la muerte vuelve a llamar a las puertas de esa base.

Otra buena pregunta la planteó, en su día, la contradictoria Rusia: si nunca se habló de un estado independiente en la resolución 1.244 del Consejo de Seguridad de la ONU en torno a la “acción común” que sustenta esta misión de la OTAN, ¿por qué no propiciar una nueva resolución que legalizara la situación? Porque probablemente no hubiera prosperado y hubiera cuestionado aún más la independencia de Kosovo que, hoy por hoy, sólo ponemos en duda cuatro y el guardia.

Una vez que pase el cuchicheo de los mentideros internos sobre este asunto, habría que abordar de urgencia nuestro inmediato papel en Afganistán o en Líbano. Aunque a la ciudadanía española estos dimes y diretes parecen traerle al pairo y parezca mucho más interesada en llegar a fin de mes que en el prestigio y utilidad de nuestras misiones internacionales.

Juan José Téllez es escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.

> Blog de Juan José Téllez

España y la decepción de Obama
Comentarios