jueves. 25.04.2024

España, mañana, será dickensiniana

Mucho se especuló la pasada semana sobre qué ministro iba a dejar mayor impronta en la reforma laboral  del gobierno de Mariano Rajoy. Se hacían apuestas sobre si en el texto predominaría el rostro amable de Fátima Báñez o si por el contrario sería el doberman neocón de Luis de Guindos quien dejara su huella en la ley. Se equivocaron.

Mucho se especuló la pasada semana sobre qué ministro iba a dejar mayor impronta en la reforma laboral  del gobierno de Mariano Rajoy. Se hacían apuestas sobre si en el texto predominaría el rostro amable de Fátima Báñez o si por el contrario sería el doberman neocón de Luis de Guindos quien dejara su huella en la ley. Se equivocaron.  Porque finalmente ha sido el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, el mismo que quiere sustituir la Educación para la Ciudadana por una aproximación acelerada al Cossío que permita promocionar la tauromaquia, el que se ha impuesto a la hora de fijar el espíritu de esta ley.

Y es que después de que Crístobal Montoro haya admitido que el objetivo de la ley no era impedir que España acabe el año con 6 millones de parados pues, a su juicio, la reforma no servirá para crear empleo, una pregunta quedaba en el aire: ¿Para qué tanta prisa por publicar en el Boletín Oficial del Estado la controvertida medida? Ahora lo sabemos. Porque la única explicación plausible al empeño del PP por sacar adelante el proyecto solo puede llegar de la mano de Wert: la reforma laboral es, en realidad, la principal contribución española a las celebraciones promovidas en todo el mundo con motivo del bicentenario de Charles Dickens.

Pocas veces un gobierno ha sido capaz de asumir una propuesta cultural tan ambiciosa. El reto era titánico, pero ya está en marcha. España regresará al siglo XIX para rendir sentido homenaje al autor de David Cooperfield o Historia de dos ciudades. Porque la gran aspiración del gobierno popular es que los trabajadores españoles pueda revivir aquellos literarios tiempos de 1834, cuando los cambios en las Poors Laws permitieron a los ingleses eliminar la pereza congénita tan extendida entre los pobres, para amoldarlos a los rigores y necesidades del naciente mercado de trabajo capitalista. Incluso podrían rescatarse los siniestros Workhouse, hospicios y albergues inmundos donde holgazanes y vagabundos eran obligados  a descubrir entre maltratos y vejaciones la dignidad del trabajo. Por lo pronto, la reforma ya da el primer paso y los parados de hoy, entre los que tal vez se encuentre un futuro Oliver Twist, tendrán que acostumbrarse a ser mano de obra barata para que ayuntamientos como el de Ana Botella disimulen el erial en el que están convirtiendo a los servicios públicos.

Sin duda, no faltarán las voces críticas, las que considerarán inadmisibles estos rigores decimonónicos en pleno siglo XXI. Será la presencia tosca de los espíritus menos sensibles, sindicalistas de carajillo y perroflautas gandules, representantes de los tiempos viejos. Son los hijos de la Logse, que nunca desarrollaron el hábito de la lectura y hoy son incapaces de calibrar la necesidad de este homenaje colectivo al escritor inglés. Menos mal que otros lo compensan con su clarividencia. Como José María Aznar que la semana pasada destacó la importancia de este nuevo amanecer durante la clausura del Congreso Internacional de la Excelencia: Hoy España ha recuperado la ambición, afirmó.

Y ese parece el reto de Rajoy y su equipo, seguir  recuperando la ambición. A golpe de centenarios y con la sensibilidad cultural de Wert. En esta ocasión hemos tenido la suerte de que nos ha tocado Dickens. La próxima vez, quién sabe, quizá el turno le toque a Calígula o Nerón.

España, mañana, será dickensiniana
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