viernes. 29.03.2024

Lo que se esconde tras la actuación de Aguirre

Esperanza Aguirre se resiste como gato panza arriba a admitir con naturalidad el fin de su ciclo como “lideresa”.

aguirreEl Partido Popular, como comenté la semana pasada, no puede compensar el recuento global de votos que le sitúa como partido ganador por un estrecho margen frente al Partido Socialista, con la pérdida real de poder en gobiernos locales y autonómicos. Su soledad a la hora de cerrar acuerdos en un mapa electoral caracterizado por la irrupción de nuevas formaciones con muy distintas características y denominaciones difícilmente homologables -desde las Mareas gallegas a los Somos, Ahoras, Compromis, etc- sitúa al PSOE en una centralidad rentable a la hora de apoyar o ser apoyado en las sesiones de investidura.

El ejercicio de la política, a partir del 25 de mayo, va a exigir enterrar viejos moldes de negociación, al mismo tiempo que destruir de las hemerotecas algunos discursos y pronunciamientos excesivamente radicales sobre adversarios políticos que van a pasar a ser aliados, por lo menos coyunturales. Todos los síntomas apuntan ya a esa dirección de dar carpetazo a las gruesas descalificaciones del pasado. Los teléfonos echan humo y se dialoga con mayor o menos discreción, tendiendo puentes sobre donde hasta hace muy poco había abismos. Más vale.

Símbolo espectacular del nuevo escenario político es el Ayuntamiento de Madrid. No debe sorprender que sea la Capital donde se haya concentrado el máximo interés mediático y que sea, también, la piedra de contraste para la definición de estrategias de mayor alcance. Ingrediente imprescindible para concentrar los focos de atención es la propia personalidad de Esperanza Aguirre, que se resiste como gato panza arriba a admitir con naturalidad el fin de su ciclo como “lideresa”. Más allá de los análisis psicológicos sobre su personalidad, oportunos por otra parte, convendría no limitarse a caricaturizar sus propuestas a la desesperada para intentar evitar que sea precisamente otra mujer, a la que ha pretendido descalificar inmisericordemente, quien se alce como figura de relieve y rasgos personales y morales diametralmente opuestos a los suyos con la vara de mando del principal consistorio nacional.

Su propuesta de ofrecer la alcaldía a cualquier otra formación, por no hablar de la última pirueta del gobierno de concentración, no es una simple ocurrencia, ni una payasada, aunque tenga esas características formales. En la mente de Esperanza Aguirre, estrechamente vinculada a intereses financieros y empresariales, no deja de alentar el recuerdo de aquella turbia operación, nunca suficientemente aclarada, en la que se hurtó la formación de un gobierno de izquierdas en Madrid gracias a la deserción de dos diputados socialistas. El miedo al cambio que suponía un gobierno presidido por Rafael Simancas movilizó oscuros recursos y logró su propósito. Entonces como ahora el mensaje del miedo a un frente popular fue utilizado por uno de los dos diputados imprescindible para garantizar la investidura. Era el argumento exhibido por Tamayo y el que sigue repitiendo en los foros donde concurre.

La perversidad del mensaje de Esperanza, con eco ya en algún medio cavernario y auspiciado en lujosos despachos, es intentar asimilar al Partido Socialista con su visión de un Podemos antisistema, revolucionario y, marxista-leninista, principio y fin del desastre de la democracia occidental .Con ese mantra aspiran ciertos estrategas del Partido Popular a recuperar el voto conservador en la elecciones generales. Cuentan también con el respaldo de grandes empresarios cuyos negocios dependen en buena medida de los contratos con Ayuntamientos, Diputaciones y Comunidades.

No, no peligra la democracia occidental -como ha subrayado incluso el ministro Margallo en un rasgo de honradez intelectual- lo que peligra son sustanciosos contratos-pelotazos. Como aquel mes de junio de 2003.

Lo que se esconde tras la actuación de Aguirre