martes. 16.04.2024

Escenarios para un final de verano I: Tragedia griega

Agosto anuncia ya su inexorable final y, como siempre por estas fechas recuerdo aquella melodía de “Verano azul” con la que el Dúo Dinámico nos cantaba la despedida de la estación y de la serie que durante muchos años acompañó los veranos de varias generaciones. Creo que en esta ocasión TVE, que está volviendo muy atrás en sus archivos de imagen y sonido, no la ha repuesto.

Agosto anuncia ya su inexorable final y, como siempre por estas fechas recuerdo aquella melodía de “Verano azul” con la que el Dúo Dinámico nos cantaba la despedida de la estación y de la serie que durante muchos años acompañó los veranos de varias generaciones. Creo que en esta ocasión TVE, que está volviendo muy atrás en sus archivos de imagen y sonido, no la ha repuesto. El que sí ha salido al escenario de este último tramo del estío, con gran estruendo de voces, ha sido el coro de la prensa europea entonando el “éxodos”, acto final en la contemporánea tragedia griega ahora televisada en directo. Devenida en culebrón de larguísima duración, pero de desenlace más que previsible, protagonizado en estos días por el presidente de Grecia, Antonis Samaras.

En su peregrinación a Berlín primero, le hemos visto como asustado ante la canciller, tratando de mantener el paso, militar por supuesto, que esta marcaba en la obligada revista a las tropas alemanas, convertida en vía crucis protocolario. Pero en su siguiente visita a París, ahí ya se le ha descompuesto todo. La forzada sonrisa era un rictus amargo apenas disimulado. Trastabillando al salir tras Hollande para hacer declaraciones, tropezando y recomponiéndose, mientras se aferraba a una pequeña carpeta en la que sin duda llevaba sus papeles con las súplicas resumidas en esa su frase: “Grecia necesita aire”.

El lenguaje gestual, incluso el involuntario, es a veces más eficaz comunicando un mensaje que las palabras y con él el dirigente griego ha transmitido al mundo el resultado de sus desesperadas gestiones: negativo. Su petición de tiempo ha sido rechazada. Merkel ha dicho lacónicamente: no y Hollande se ha despachado encomendando a los griegos una misión imposible: “las reformas tienen que ir hasta el final y ser soportables para la población”. O sea, mire Samaras, cuádreme bien ese círculo y luego hablaremos o en román paladino: áteme esa mosca por el rabo señor mío.

Queda claro ante los espectadores: esto acabará mal. Los griegos lo saben y con ellos lo vamos sabiendo los demás apestados: portugueses, españoles, italianos. La causa principal no es el destino como en las tragedias de Sófocles, ni son los dioses aquejados de las mismas pasiones que los humanos, es algo más vulgar, menos grandioso y épico, es simplemente la inmensa avaricia de una casta de potentados que controlan instituciones europeas, gobiernos, medios de comunicación y partidos políticos y que han decidido que el proyecto europeo, basado en la democracia política y el estado de bienestar ya no les hace falta para mantener el poder. O como lo han expresado en lenguaje cuartelero varios dirigentes del PP: ”se acabó la fiesta”.

Samaras ha vuelto a casa con las manos vacías. Los partidos que han entrado en el juego de aceptar los ucases de la troica, incluidos los progresistas, van a tener que plantearse quién y cómo va a gestionar la expulsión de su país del euro.

Merkel se reafirma en su papel al frente de la nueva Europa germanizada y se prepara para asentar definitivamente el modelo con la disyuntiva: o unión política con sometimiento al virtuoso mandato alemán o expulsión extramuros con los viciosos vagos y maleantes del sur.

Hollande, obsesionado como sus antecesores en simular la “grandeur”, está pasando rápidamente de ser la esperanza de la izquierda europea a asumir el histriónico papel de Hernández y Fernández (o Dupond y Dupont en versión original belga) los inefables agentes de policía que acompañan las aventuras de Tintín y repetir siempre aquello de:”yo aún diría más, señora Merkel”.

Escenarios para un final de verano I: Tragedia griega
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