sábado. 20.04.2024

Eric Hobsbawm, historiador e intelectual de referencia

Definitivamente, hay autores “viejos” cuya lucidez y sabiduría de su joven intelecto nos hace jóvenes y nos permiten gozar de su fecundidad y su frescura intelectual. Es el caso de autores como José Luis Sampedro, Francisco Ayala, Josep Fontana, Julio Aróstegui, José Saramago o de quien nos acaba de dejar en estos días, el historiador egipcio-británico Eric Hobsbawm.

Definitivamente, hay autores “viejos” cuya lucidez y sabiduría de su joven intelecto nos hace jóvenes y nos permiten gozar de su fecundidad y su frescura intelectual. Es el caso de autores como José Luis Sampedro, Francisco Ayala, Josep Fontana, Julio Aróstegui, José Saramago o de quien nos acaba de dejar en estos días, el historiador egipcio-británico Eric Hobsbawm.

Nada mejor para recordarle que comentar alguna de sus obras. Hemos escogido la publicada en 2011 por la ed. Crítica: «Cómo cambiar el mundo: Marx y el marxismo 1840-2011» porque recopila buena parte de su producción científica, nada menos que desde 1956. Acaso no sea la más conocida, siendo Historia del siglo XX: 1914-1991, Guerra y paz en el siglo XXI o la tetralogía de las grandes Eras: de la Revolución, del Capitalismo, del Imperio y de los extremos, algunas de las más leídas.

La historiografía ha destacado a Hobsbawm como historiador marxista. Ciertamente, él mismo así se califica pero, como explica con absoluta claridad en éste y en otros de sus muchos escritos, el Marx que él sigue es el que se ha liberado  «de la identificación pública con el leninismo en teoría y con los regímenes leninistas en la práctica». Crítico con lo que etiqueta como «marxismo fundamentalista», Hobsbawm explica que la teoría de Marx «consistía en un análisis del capitalismo y de sus tendencias, y a la vez en una esperanza histórica, expresada con una pasión enormemente profética y en términos de una filosofía derivada de Hegel, del eterno anhelo humano de una sociedad perfecta, que se alcanzaría a través del proletariado». Despojado de sus lastres dogmáticos, muchos de ellos fruto no del propio Marx sino de bastantes de sus intérpretes y apologetas, Hobsbawm no duda en considerar a Marx como un pensador idóneo para entender las claves de nuestra época porque «el mundo capitalista globalizado que surgió en la década de 1990 era en aspectos cruciales asombrosamente parecido al mundo anticipado por Marx en el Manifiesto comunista».

Miembro del grupo –que para cierta historiografía llegó a ser escuela”- de historiadores marxistas británicos, Hobsbawm se hizo eco y desarrolló con la brillantez que siempre le ha caracterizado la tradición radical heredada por este grupo para ejercer una suerte de mirada “desde abajo”, que incluye aspectos fundamentales hasta entonces escasamente abordados por la ciencia de la historia, como la incorporación a la doctrina de fundamentos antropológicos, tales como las historias de vida, de creencias, de costumbres, todo ello sin obviar la historia de la clase obrera, de sus organizaciones, de la lucha de clases, etc. Hobsbawm denominó estos estudios worlds of labour, fruto de los cuales fueron sus definitivas aportaciones al análisis de la llamada aristocracia obrera, origen a su vez de enriquecedores debates historiográficos y políticos.

El libro ofrece un amplio recorrido por las investigaciones más interesantes del autor sobre la evolución del marxismo y su influencia en la historia, el pensamiento, la economía, la sociología y la política hasta el día de hoy. Como gran marxista crítico y heterodoxo, Hosbawm reconoce que no todo lo escrito por Marx es hoy aceptable pero sí muchos de sus análisis y teorías. Así, algo muy adaptable al momento actual, como su visión del capitalismo como un sistema económico históricamente temporal en continua expansión y concentración, generando crisis y autotransformándose con una capacidad de destruir todo lo anterior; o el análisis marxista del mecanismo de crecimiento capitalista mediante la generación de «contradicciones» internas.

De enorme interés, a juicio del historiador, son las contribuciones de Marx y Engels al pensamiento económico y la decisiva influencia, tanto de la filosofía alemana, como del socialismo francés o de la economía política británica en el socialismo marxiano. Destacan las aportaciones de Marx y Engels en el plano de la política, cuyo legado resume Hobsbawm en los siguientes aspectos:

— El principio de que las naciones y los movimientos de liberación nacional no tenían que entenderse como fines en sí mismos, sino tan solo en relación con el proceso, los intereses y las estrategias de la revolución mundial.

— La subordinación de la política al desarrollo histórico. La victoria del socialismo se concebía como algo inevitable, debido a la tendencia histórica de la acumulación capitalista.

— La acción política era la esencia del papel del proletariado en la historia.

— El Estado era un fenómeno histórico de la sociedad de clases, pero, mientras existiese como tal, representaba el gobierno de clase. No obstante, Hobsbawm asevera que la versión marxiana madura de la teoría del Estado es «mucho más sofisticada que la simple ecuación: Estado = poder coercitivo = gobierno de clase».

— El Estado proletario transicional ha de eliminar la separación entre pueblo y gobierno como un conjunto especial de gobernantes.

Es forzoso señalar el análisis que del “Manifiesto comunista” hace el historiador británico. Dos son, según él, las cuestiones que dan fuerza al «Manifiesto»: por un lado, su visión de que el modo de producción capitalista era –es todavía- una fase temporal en la historia de la humanidad, y por consiguiente, ni permanente ni estable; por otro, el reconocimiento de que las tendencias históricas necesarias del desarrollo del capitalismo habían de ser necesariamente a largo plazo. Por otro lado, nuestro autor se pregunta porqué, a pesar del inmenso potencial económico del capitalismo, tal como se subraya en el «Manifiesto comunista», antes era y continúa siendo ahora evidente que el capitalismo no podía ni puede satisfacer las necesidades, no ya sólo de la clase trabajadora sino tan siquiera es capaz de producir un sistema de bienestar para la mayoría de la población. Pregunta que el historiador se hace al hilo de la evidencia: nunca, a lo largo de su historia, el capitalismo ha podido acabar con la pobreza y la miseria de tres cuartas partes de la población mundial que viven bajo su dominio, incluidos, millones de seres en los países desarrollados. Cuestión ésta que a día de hoy cobra más fuerza y cuya respuesta nuestro historiador no va a poder dar, ni nadie en mucho tiempo, seguramente.

Otro aspecto de enorme interés en esta obra es el que se refiere a la evolución histórica de la influencia del marxismo. El insigne historiador señala cuatro períodos de aquél:

El primero, que transcurre entre 1880 y el estallido de la I Guerra Mundial, se destaca por la hostilidad hacia el marxismo de las corrientes económicas dominantes, englobadas en el llamado neoclasicismo marginalista, y el distanciamiento de J.M.Keynes hacia los postulados marxistas. Desde el punto de vista doctrinario, en esta etapa se produce una cierta integración de la historia en las ciencias sociales y una cada vez mayor influencia de los factores sociales y económicos en los acontecimientos políticos e intelectuales.

El segundo período es el la llamada era del antifascismo, entre el crack del ‘29 y el final de la II Guerra, período en el que, según Hobsbawm, la influencia del marxismo escala posiciones entre los intelectuales europeos cuando éstos toman conciencia, por un lado, de la situación catastrófica de la economía capitalista, y por otro, de la aparente inmunidad de la Unión Soviética ante la extensión de la crisis. Para el historiador, «es imposible comprender la reticencia de los hombres y mujeres de la izquierda a criticar, o incluso admitir para sus adentros, lo que estaba sucediendo en la URSS en aquellos años… sin esta sensación de que en la lucha contra el fascismo, el comunismo y el liberalismo estaban, en un sentido profundo, luchando por la misma causa», para, seguidamente, afirmar que muchos de los intelectuales comprometidos en esa lucha, a la luz de los acontecimientos posteriores, «se han sentido a menudo decepcionados».

El tercer período, que el historiador sitúa desde el fin de la II Guerra hasta la caída del muro de Berlín, se destaca por la diversidad de las interpretaciones del legado intelectual de Marx, en especial, las de aquellos que comenzaron a poner en duda, a partir de 1956, la ejemplaridad de los regímenes comunistas ante el ideal de sociedad socialista. Con el paso de los años, escribe Hobsbawm, «los marxistas se veían obligados cada vez más a mirar fuera del marxismo, y los gobiernos de los países socialistas, a tomar conciencia de los defectos de su planificación y gestión, de manera que se hizo imposible rechazar la economía académica burguesa». 

El último período del marxismo que analiza es el del postmuro hasta el final del pasado siglo, período en que se produce la caída de todos los regímenes socialistas del Este, definido por nuestro autor como el del «marxismo en recesión». Desmoronamiento que no duda en calificar como «traumático no solamente para los comunistas sino para los socialistas de todas partes, aunque sólo fuera porque, con todos sus evidentes defectos, había sido el único intento real de construir una sociedad socialista».

Es digno de señalar la causa, o una de ellas, que apunta el historiador de la sorprendente, y para muchos, incluso sorpresiva fragilidad de los regímenes comunistas, a saber: en esos países «el comunismo había sido diseñado como doctrina para una selecta minoría de líderes y activistas, no como una fe para una conversión universal como el catolicismo romano y el islam». En este sentido apuntaba él mismo en una entrevista publicada en 2000 por A.Polito, Entrevista sobre el siglo XXI (ed. Crítica): “…los regímenes comunistas eran, en cierto sentido y deliberadamente, regímenes elitistas... Su objetivo no era convertir al pueblo, las suyas no eran fes, sino iglesias oficiales. Por esta razón, la mayor parte de los pueblos sometidos a estos regímenes estaban fundamentalmente despolitizados. El comunismo no entró nunca en sus vidas en el sentido en que, por ejemplo, el catolicismo entró en las vidas y en las conciencias de los pueblos de América Latina tras la colonización. El comunismo era algo de lo que se esperaba buenos o malos resultados, pero que en general no fue interiorizado por los pueblos”.

Por otra parte, Hobsbawm reflexiona en muchos de sus escritos sobre el fenómeno de la globalización. Así por ejemplo, la identifica en la citada entrevista de Polito como “…un proceso que simplemente no se aplica a la política. Podemos tener una economía globalizada, podemos aspirar a una cultura globalizada, tenemos ciertamente una tecnología globalizada y una sola ciencia global; pero de hecho, políticamente hablando, el mundo sigue siendo pluralista, dividido en estados territoriales”. Critica de la globalización determinadas falacias extendidas al socaire de este fenómeno como aquella según la cual todo el mundo tiene acceso por igual a todos los bienes y servicios de la economía de mercado, desde una botella de Coca-Cola hasta un coche Mercedes Benz o una entrada para el teatro de ópera de la Scala de Milán. “Hay una tensión entre dos ‘abstracciones’ -afirma-. Se intenta encontrar un denominador común al que puedan acceder todas las personas para cosas que no son accesibles naturalmente a todos. Y ese denominador es el dinero, es decir, otra ‘abstracción”.

Finalmente, nuestro autor no puede dejar de referirse a la crisis en la que se encuentra atrapada buena parte del mundo desarrollado. Para él, «la gran crisis económica que empezó en 2008 como una especie de equivalente de derechas de la caída del muro de Berlín aportó la inmediata percepción de que el Estado era esencial para una economía en apuros». El historiador británico apunta la posibilidad de una desintegración e incluso de un desmoronamiento del sistema vigente, aun cuando no exista un sistema socioeconómico alternativo. El mercado, para Hobsbawm, no tiene respuestas para los principales problemas a los que se enfrenta el siglo XXI. En opinión del historiador, «Marx había de experimentar una especie de retorno inesperado en un mundo en el que el capitalismo ha sido advertido de que su propio futuro está en entredicho no por la amenaza de una revolución social, sino por la misma naturaleza de sus operaciones globales, ante las que Karl Marx se ha revelado un guía más perspicaz que aquellos que creen en las elecciones racionales y los mecanismos autocorrectivos del libre mercado». «No podemos prever las soluciones de los problemas a los que se enfrenta el mundo en el siglo XXI –señala -, pero para que haya alguna posibilidad de éxito deben plantearse las preguntas de Marx, aunque no se quieran aceptar las diferentes respuestas de sus discípulos». Una vez más, ha de descartarse el fin de la historia. «Ha llegado la hora de tomarse en serio a Marx», termina recordándonos.

Eric Hobsbawm, historiador e intelectual de referencia
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