jueves. 25.04.2024

Encuestas y elecciones

Las encuestas sirven, al parecer, para encabritar a los estados mayores de las fuerzas políticas que están en liza en estos y otros comicios.

Las encuestas sirven, al parecer, para encabritar a los estados mayores de las fuerzas políticas que están en liza en estos y otros comicios

Las encuestas sirven, al parecer, para encabritar a los estados mayores de las fuerzas políticas que están en liza en estos y otros comicios. Así es que valen para que se eleve el diapasón de la contienda y, según cómo, para que los dicterios que se propinan los unos a los otros tengan mayor densidad de bilis. Una densidad que es inversamente proporcional a la calidad del proyecto programático que se exhibe. En todo caso, habrá que recordar que la encuesta que siempre acierta es el resultado del recuento de las papeletas.

Ahora bien, tengan el valor que tengan las encuestas están indicando una cosa: aunque al Partido Apostólico se le augura un sonado batacazo electoral, seguirá siendo el más votado en aquellos lugares emblemáticos donde la visibilidad del triunfo o la derrota adquirirá mayor o menor resonancia. Por lo demás, séame disculpado este innecesario recordatorio: si en esos lugares emblemáticos gana el Partido Apostólico es de cajón que no han ganado las izquierdas. Por lo que poner el acento en la enorme pérdida de apoyo electoral del Partido Apostólico, siendo otra verdad no menos evidente, no deja de ser un falsamente animoso consuelo de tontos.
Si seguimos con las obviedades llegaremos a la siguiente consideración: quien gana las elecciones no necesariamente está llamado a gobernar la ciudad o la comunidad autónoma. De ahí la desesperada carrera por alcanzar las mayorías absolutas en cada ámbito. Y, además, el marcaje férreo (aunque no especialmente áspero) entre las derechas: por un lado, el Partido Apostólico y, de otro lado, la derecha sonriente de Ciudadanos.< /P>

En el otro lado de la medalla están las diversas izquierdas. Nada que objetar a su no menor marcaje entre ellas. Tampoco es objetable que pugnen, cada cual por su lado, por alcanzar la preeminencia. El problema está en que: 1) nadie hace un guiño que puedan apreciar sus respectivos electorados en la dirección de que, tras las elecciones, se comprometerán a que no gobierne el Partido Apostólico; y 2) con lo que es posible que, tras los comicios, sean muy difíciles los pactos entre las izquierdas. O, en otras palabras, pactar está considerado por cada izquierda, excúsenme la vulgaridad, como una bajada de pantalones. O, peor todavía, el pánico a la expresión de Sartre de «ensuciarse las manos».< /p>

O, catastróficamente peor: la contumaz idea de cada izquierda, que se ha basado –salvo rarísimas excepciones--  en la vieja idea de «que tú te mueras es la condición para que yo viva» (mors tu avita mea). Pero eso puede tener un riesgo: que la muerte del otro vaya acompañada de la agonía de quien lo dice y lo practica. O sea, mors tua, mors mea. Con lo que se hace el famoso negocio de Roberto, el de las Cabras.< /p>

Pues bien, como diría Paco Rodríguez de Lecea para otros asuntos no menos importantes: «Ese vicio ya no produce réditos perceptibles», sino –esto ya es de mi cosecha— derrotas sólo paliadas por la fantasía tramposca de los grupos dirigentes.   
 

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