viernes. 19.04.2024

En memoria de Tony Judt

Hace un año, en pleno mes de agosto, se produjo la muerte lamentable de Tony Judt, profundo historiador, investigador, estudioso, y analista de la Europa de finales del siglo XX y principios del XXI y, en particular, de la socialdemocracia y de la izquierda en general, tanto en los países anglosajones como en la Unión Europea.

Hace un año, en pleno mes de agosto, se produjo la muerte lamentable de Tony Judt, profundo historiador, investigador, estudioso, y analista de la Europa de finales del siglo XX y principios del XXI y, en particular, de la socialdemocracia y de la izquierda en general, tanto en los países anglosajones como en la Unión Europea. Este es el motivo de la presente reflexión que, en todo caso, pretende homenajear a su persona y reconocer su inmensa, dilatada, y respetada obra.

Tony Judt ya denunció en su día que las expectativas de libertad, paz, justicia, y prosperidad que siguieron al colapso del comunismo no se han cumplido. Por el contrario, han dado paso a niveles de desempleo sin precedentes y, en muchos países, al aumento de las desigualdades, la persistencia de lacras como el hambre y la pobreza extrema- en apariencia irremediable-, la muerte de millones de seres humanos por culpa de enfermedades fácilmente prevenibles y curables, así como a multitud de guerras increíblemente salvajes en Europa, África y Asia que han destruido las vidas de millones de personas.

El nuevo orden mundial, la llamada globalización, se ha convertido en una pesadilla para todos, salvo para unos pocos. El final del siglo XX y comienzos del siglo XXI aparecen como testigos del fracaso del capitalismo realmente existente, que es precisamente el que gobierna el fenómeno de la globalización al aprovechar la plena libertad de movimientos del capital cuyas transacciones bursátiles- la mayoría de naturaleza especulativa- son realizadas en tiempo real por la aplicación de los avances tecnológicos en los campos de la informática y de las comunicaciones. La economía financiera, con sus componentes fuertemente especulativos, está dominando el mundo de los negocios sin que los gobiernos ni las instituciones internacionales hayan sabido ni querido establecer regulaciones efectivas que evitaran los enormes riesgos de la desregulación de unos mercados financieros plenamente globalizados.

Una economía en la que las grandes empresas basan su actividad en la generación de valor bursátil en un entorno de libertad absoluta de movimientos de capitales y en el que los paraísos fiscales no son combatidos ni siquiera en situaciones extremas.

Debemos también recordar la crudeza del capitalismo y el carácter despiadado de muchas empresas de nuestro tiempo, así como los escándalos de muchos ejecutivos empresariales en los países anglosajones que incluso han tenido traslación a los medios de comunicación. Empresas que han estafado a miles de inversores y trabajadores mediante fraudes contables que dejaron a miles de pensionistas en la ruina y a muchos trabajadores buscando trabajo a la edad en que pensaban jubilarse.

Ejecutivos que se fijan retribuciones obscenas y a la vez reclaman moderación salarial a los trabajadores. En vez de hablar tanto de los costos del despido, de generalizar los convenios de empresa, y de recortar las pensiones, se debería poner fin a estas prácticas que conducen a que, en muchos casos, la empresa pierda dinero (por lo tanto lo pierden los accionistas) mientras el ejecutivo de turno se enriquece.

También resulta frecuente que las empresas anuncien beneficios y, simultáneamente, el despido de trabajadores, como ha ocurrido hace unas semanas en nuestro país (Telefónica).

En este contexto, no es extraño que la expresión “más mercado, menos estado; más empresa, menos sindicato” resuma de forma lapidaria la orientación de la política económica liberal y el fundamentalismo del mercado que ha resultado nefasto porque, como bien se manifestó en su día, “el mercado es un buen siervo pero un mal amo”.

A todo ello ha contribuido, según Tony Judt, la obsesión por la creación de riqueza, el culto a la privatización de los servicios públicos y la elevación a nuestra iconografía del sector privado, así como las crecientes desigualdades entre ricos y pobres. Y, sobre todo, la acrítica admiración de los mercados desregulados, el desdén por el sector público, y la quimera de un crecimiento sin límites.

Será difícil que semejante política pueda ser impuesta en toda su magnitud en las democracias industriales sin abolir la democracia; pero ésta no puede darse por sentada, ni siquiera en sus bastiones tradicionales, después de lo ocurrido con la invasión de Irak y la crisis económica que estamos actualmente padeciendo, que ha puesto de manifiesto la dictadura que ejercen los mercados sobre los estados (“le llaman democracia y no lo es”, denuncia el 15-M). Incluso, la situación puede empeorar. No podemos olvidar que el capitalismo sin reglas ni límites, más pronto o más tarde volverá a caer víctima de sus propios excesos y se dirigirá nuevamente hacia el Estado para que éste lo ponga a salvo. En esta situación, si no hacemos algo más que recoger los añicos esparcidos por el suelo y seguimos como hasta ahora, cabe esperar en los próximos años convulsiones aún mayores que las que estamos sufriendo en estos momentos.

Sin embargo, no es la primera vez que se produce un cambio de esta naturaleza, ni que los valores de justicia y solidaridad, de igualdad de derechos para todos, de cooperación y responsabilidad mutua son postergados en el tiempo. Paradójicamente la izquierda está acostumbrada a organizarse en momentos difíciles, aunque, en esta ocasión, no será fácil dado el grado de desorientación y confusión en el que está sumida al ser muchos los partidos de izquierda que han desmoralizado a sus miembros al no haberlos defendido contra las políticas de sus enemigos o, aún peor, haberlas adoptado como propias; se han quedado sin impulso, sin ideas. A veces parece como si se hubieran quedado sin futuro aparente.

La respuesta a tal situación no es otra que reafirmar la centralidad del trabajo en el mundo en que vivimos, porque no estamos ante el fin de la sociedad del trabajo como manifestó en su día el catedrático Juan José Castillo: “ni siquiera ante una cesión del papel del valor trabajo: trabajo fluido, disperso, invisible, intensificado, desregularizado, pero trabajo al fin”.

En todo caso, para organizarse eficazmente, la izquierda debe aprender a pensar en términos globales (comenzando por la UE) para hacer frente a un amplio conjunto de factores adversos que afectan, incluso, a su propia presencia e implantación en la sociedad. Y lo debe hacer a través de un modelo de organización renovado que supere la actual situación y asuma el compromiso real de defender las ideas socialdemócratas reafirmando el principio de la redistribución y la superación de las desigualdades (la desigualdad es corrosiva y pudre las sociedades por dentro), en defensa de los más débiles.

Es, por lo tanto, el momento de recuperar las ideas socialdemócratas con convicción y entusiasmo y en esa tarea deberán estar comprometidos también los sindicatos. Con estas ideas se pueden ganar unas elecciones generales porque comprometen y movilizan más a la izquierda sociológica y a los jóvenes (incluso a los indignados del 15-M), sin necesidad de recurrir a políticas de centro- siempre acomodaticias-, que nunca generan ilusión en el electorado. Sólo falta un partido fuerte y democrático que ejerza un verdadero liderazgo- sin titubeos y actitudes vergonzantes- y defienda, explique, y aplique el contenido de las ideas socialdemócratas a todos los niveles de nuestro tejido social, fomentando la participación y el debate, desde la honradez y la ética política: no se puede decir hoy una cosa y mañana todo lo contrario (eso es lo que viene ocurriendo en España desde hace algún tiempo). Y, además, son las ideas más apropiadas para responder a la crisis y a la fuerte ofensiva neoliberal que se está produciendo en la actualidad (batalla ideológica) y, por supuesto, las más eficaces para defender los intereses de los más desfavorecidos; precisamente a los que se debe dirigir una política de izquierdas que, evidentemente, debe ser diferente de las rancias e interesadas recetas, ya fracasadas, que nos ofrece la derecha neoliberal.

Precisamente por eso no tiene explicación que en los actuales momentos, y desde la llamada socialdemocracia (sus peores enemigos están en sus filas), se estén defendiendo políticas de ajuste que están deteriorando el empleo (debemos recordar que sin empleo no habrá una verdadera recuperación económica, ni se reducirá el déficit, ni se pagará la deuda pública); aumentando la precariedad; reduciendo la protección social (pensiones, dependencia, y desempleo); poniendo patas arriba la negociación colectiva (reforma); propiciando el desarme de la política fiscal y el abandono de la lucha contra el fraude fiscal y la economía sumergida; así como dejando a los sindicatos en una situación muy desfavorable, por las medidas tomadas a favor de los empresarios.

Lo que resulta más chocante es que esta política se aprueba sin contestación aparente en los órganos de dirección del PSOE, así como en el seno del gobierno socialista y de su grupo parlamentario. Para justificar esta decisión se han producido y se siguen produciendo verdaderos equilibrios argumentales que producen sonrojo y ponen a prueba la ética y la honradez política de muchos de nuestros dirigentes (Rubalcaba tiene una oportunidad única de rectificar semejantes actitudes), lo que está terminando por reducir su propia credibilidad delante de la mayoría de la ciudadanía.

El diagnóstico de la situación y las consideraciones que se acompañan pueden ser más o menos aceptables. Sin embargo, llevar a la práctica alguna de estas ideas no resultará nada fácil. En todo caso, ponen de manifiesto serias preocupaciones y el compromiso de seguir avanzando, único mecanismo que ha resultado eficaz a través de la historia. Una historia de ilusiones, esperanzas y utopías, con avances y retrocesos, y con la certeza de que, en el futuro, el trabajo político y sindical y las ideas socialdemócratas nos depararán nuevos logros que hoy nos parecen lejanos, como pronosticaba Tony Judt.

En memoria de Tony Judt
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