jueves. 25.04.2024

En caída libre

Íbamos tan a gusto, como volando en un jet de ejecutivos y de repente ¡pluf! Se apaga el motor y empezamos a caer. Al principio, el piloto y las azafatas nos dicen que no hay nada que temer, que son turbulencias del mercado, pero vemos por la ventanilla que perforamos las nubes sobre las que creíamos flotar y todos los indicadores se han vuelto locos, con los “leds” rojos encendiéndose como en una verbena.
Íbamos tan a gusto, como volando en un jet de ejecutivos y de repente ¡pluf! Se apaga el motor y empezamos a caer. Al principio, el piloto y las azafatas nos dicen que no hay nada que temer, que son turbulencias del mercado, pero vemos por la ventanilla que perforamos las nubes sobre las que creíamos flotar y todos los indicadores se han vuelto locos, con los “leds” rojos encendiéndose como en una verbena. El pasaje abronca al piloto, a las azafatas y al sumsuncorda y los listillos de turno dicen que si ellos tomasen los mandos otro gallo cantaría. El comandante, que ya no puede negar lo evidente, nos señala a otros, que caen más de prisa: lo nuestro es mal de muchos y a nosotros nos pilla confesados. Pero nada de esto vale ya, la cuestión es que hemos entrado de golpe, como suelen pasar las cosas en la vida real, en una nueva etapa.

Lo que está ocurriendo tuvo su detonante en la crisis hipotecaria norteamericana, pero sus raíces son más profundas. La pérdida de la confianza en la economía es como lo que le ocurrió al emperador del cuento, cuyos súbditos creían cubierto con el más bello y sutil traje, hasta que alguien descubrió la desnudez del rey y de su imperio. No estamos ante una coyuntura, aunque nos cueste creerlo, sino ante un cambio que afecta al modelo estructural, cuya base energética es el petróleo abundante.

Desde la Segunda Guerra Mundial, en la que el control del petróleo fue también clave para la victoria aliada, cada vez que se ha producido una crisis económica mundial, el negro elemento ha estado detrás. El equlibrio entre oferta y demanda, se rompió por primera vez en los setenta, debido al embargo de los países árabes, lo que hizo escalar el precio del crudo al doble, hasta 44 $ por barril. La segunda, también producida por causas geopolíticas (los ayatolás toman Irán), puso el barril a 78 $ y poco después la guerra Irak - Irán, lo subió hasta más de los 80 $. Sin embargo, tras la recuperación de la producción, la economía occidental volvió a la normalidad.

Ahora, sin embargo, los países productores no pueden abastecer a la demanda creciente de los países occidentales ni a la demanda añadida de los países emergentes, principalmente China e India y acudimos atónitos a una galopada del precio del crudo, inexorable, hacia los 200 $. La causa es que la producción de petróleo ha tocado techo y hemos comenzado a caer por el precipicio de la curva de Hubbert, cuyo modelo predijo en los años cincuenta, lo que pasaría en EEUU en 1970 y no se equivocó ni un pelo. No es tanto un problema de si las reservas se agotan, como si la producción, que crece en progresión aritmética, es capaz de atender a la demanda, que aumenta en progresión geométrica. Incluso los estudios de la OCDE, ya estimaban hace unos años, que la producción de petróleo llegaría a su techo entre 2010 y 2020.

Más vale que afrontemos con claridad lo que se nos viene encima, que no es el apocalipsis, pero que requiere poner sobre la mesa, no solamente medidas coyunturales, sino la hoja de ruta para iniciar el cambio de modelo energético, hacia la nueva era del hidrógeno y las energías renovables y con él hacia un nuevo paradigma económico basado en la integración económica mundial, la solidaridad humana y el respeto al medio ambiente.

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